Esta semana me permito escribir para quienes tienen la amabilidad de leer mis escritos, sobre dos temas que considero de relevancia; que aparentemente no tienen relación, pero que, si acercamos un poco la lupa, observaremos que están estrechamente ligados.
En días pasados, gracias a la edición número XXI de la Muestra Nacional de Teatro, que organiza el Movimiento Antorchista Nacional cada año, tuve la oportunidad de disfrutar y por qué no decirlo, hasta llorar, al ver la puesta en escena que presentaron los artistas michoacanos, quienes hicieron una representación de la obra “Los que vuelven”, del autor mexicano Juan Bustillo Oro. Esta obra fue escrita en 1932, haciendo un reflejo de la situación económica que golpeó a los trabajadores, tanto estadounidenses como mexicanos; dicho suceso ha pasado a la historia como la “Gran Depresión de 1929”.
Ante esta situación económica, la pérdida de millones de empleos fue inevitable; millones de trabajadores americanos quedaron en la calle, lo que generó inconformidad al tener a migrantes ocupando los escasos puestos de trabajo, por lo que exigieron al gobierno despedir a los mexicanos para regresar el trabajo a los norteamericanos. En este contexto histórico se sitúa la puesta en escena de la obra referida y actuada por los artistas michoacanos.
La adaptación de “Los que vuelven”, narra la historia de Remedios, una mujer que, junto con toda su familia, emigró a los Estados Unidos en busca de una mejor vida. Allá se dedicaron a trabajar como peones en la cosecha del trigo; durante los meses que transcurren desde su salida hasta su llegada, Remedios pierde a su marido y guarda siempre en el lado izquierdo, junto al corazón, la última carta que su hijo les mandó. Este hijo se separó de su familia y se trasladó hacía el norte del país a buscar empleo en las fábricas, donde, en un trágico accidente, perdió el brazo derecho y, en consecuencia, su trabajo. Este suceso causó gran dolor a Remedios, quien es deportada en condiciones inhumanas junto a otros cientos de peones.
Al ser despedidos, intentan regresar a su patria, para así poder cumplir su último deseo, el que es expresado por la protagonista: “No niegues a tu tierra la humedad de tu sangre, los huesos de tus hijos, el sudor de tu frente”; es decir, lograr aunque sea morir, pero en su tierra.
Viviendo en el desierto de Sonora, luchando por llegar a tierras zacatecanas, y ante el doloroso espectáculo que presencian todas las noches: la quema de los cuerpos de los que fallecían, Remedios se entera que su hijo, quien se había adelantado en un vagón diferente al de ella, ha muerto, lo que la sume en una desesperación que termina matándola, y suplicando, antes de morir, que no la quemen, que la entierren para que sus huesos regresen a la tierra de su patria.
Esta obra, escrita hace 89 años, refleja una realidad que sigue vigente; refleja una realidad viva, y en ello radica precisamente su grandeza artística. Miles de inmigrantes de América que luchan por una vida más digna, sufren lo que Bustillo Oro expresó en esta obra: la separación de su familia, la explotación laboral, el hambre y hasta la muerte.
En estos días, poco después de haber sufrido lo que los actores nos transmitieron, amanecimos con la sangrienta noticia que tuvo alcance internacional, y que los medios titularon: “Decenas de migrantes mueren tras volcadura de camión”. Con esta amarga y lamentable noticia nos enteramos que fallecieron, en territorio chiapaneco 55 inmigrantes (cifras oficiales), de los más de 100 que se transportaban en un camión donde la mayoría eran de nacionalidad guatemalteca y salvadoreña, aunque también había hondureños y nicaragüenses; en fin, todos pobres en busca de una vida mejor, para al final encontrar la muerte.
Ante tal suceso, los vecinos se acercaron a ayudar a quienes aún quedaban con vida, pero muchos de ellos indicaron que, aunque los accidentados se encontraban en shock, decidieron continuar su travesía, y otros tantos prefirieron esconderse ante el temor de ser deportados. Como cada día, hombres, mujeres y hasta niños, sortean a la muerte y juegan a la ruleta rusa con tal de tener algo que llevarse a la boca y de no ver a sus familias morir de hambre.
Es indignante que, en 89 años, esta situación no solo permanezca igual, sino que incluso se ha agravado; que poco o nada se ha querido hacer por parte de los gobernantes para que la situación de millones de personas cambie para bien y puedan tener una vida digna en su propia patria.
Los hechos, dicen, valen más que mil palabras. En esta ocasión, los muertos no fueron mexicanos, pero no hay que olvidar que también nuestros compatriotas corren la misma suerte. Ante esta dolorosa situación, los señores del poder en nuestro país, esos que se jactan de ser los más sensibles, populares, exitosos, y que gritan a los cuatro vientos que sienten el dolor de los más sufridos, no sólo de México, sino del mundo, lo único que pudieron y, al parecer, quisieron hacer, fue subir un mensaje a la plataforma de Twitter, empezando por el señor presidente quien “lamentó” lo sucedido, sin tomar en cuenta que nosotros vivimos la misma situación.
Lo único que logrará frenar esta ola de desgracias es un cambio interno en los países pobres de Centroamérica y del nuestro; que genere buenas condiciones de vida para todos; un salario digno, buena atención médica, educación de calidad, empleos suficientes y bien remunerados; en resumen, que en su propia patria se les garantice una buena vida, porque los que salen, lo hacen por la necesidad.
Ya lo decía Benedetti: “Nunca podré reconciliarme con los depredadores de mi gente”, y yo agregó: nunca podré perdonar a quienes matan a mi pueblo. Que no se nos olvide.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario