En edición del 9 de marzo del periódico nacional La Jornada se dieron a conocer los puntos de vista de AMLO con relación a las marchas feministas del día anterior, quien, de acuerdo con el diario, señaló que en el Gobierno federal es mucho lo que se está haciendo en favor de la lucha de las mujeres: “como nunca las mujeres están participando en política y en la función pública”, aseguró.
Sin embargo, lo único que demuestra con ese tipo de declaraciones es que la política del Gobierno federal hacia las mujeres tiene un sentido de cooptación, para que las ahora funcionarias –ya uncidas al presupuesto gubernamental- se vean forzadas al silencio.
Siempre dice que las cosas “ya no son iguales”, significando con ello que el gobierno se ha curado de todos los vicios y que, por tanto, también en el tema de la subordinación de la mujer frente al hombre, la labor de su gobierno es impecable y que está fuera de la posibilidad de la menor crítica, pero esto no es así.
Lo que en realidad demostraría que las cosas han cambiado para las mujeres -al menos en lo referente a la política gubernamental- sería aceptar dialogar con las feministas y, de hacerlo así, no limitarse a sólo saber de su pliego de peticiones para que, en los hechos las cosas sigan igual, como ya sucedió con los gobiernos anteriores que sí las escuchaban, pero como quien oye llover.
Hablando en los términos que manejan los colectivos feministas, la 4T debe evidenciar una labor permanente del Estado para el rompimiento del “pacto patriarcal”. Es decir, mostrar el trabajo oficial realizado para lograr ese propósito, mostrar en los hechos el esfuerzo para desmontar ese duro ostión llamado patriarcado, que es un duro y grande lastre para las mujeres, surgido como consecuencia de la Revolución Neolítica y de la aparición del Estado, según el arqueólogo australiano Vere Gordon Childe.
Con sus respuestas, pareciera que AMLO no hubiera asistido a la UNAM. Aunque el Presidente ha publicado varios libros y goza del aprecio y apoyo de mujeres connotadas, su conocimiento del trabajo de Childe y de las investigaciones arqueológicas y antropológicas subsiguientes, parece absolutamente insuficiente. Su esposa, la doctora en Historia Beatriz Gutiérrez Müller, fue quien –según reveló López Obrador- le explicó apenas hace un tantito el significado de la frase “romper el pacto”, pues él no tuvo la iniciativa de ponerse a leer e investigar. Según su propio dicho, su señora -con manzanitas- se lo explicó.
Aunque, como en los viejos tiempos, rodeó el Palacio Virreinal –ahora domicilio presidencial- de un cinturón de castidad, perdón con un “muro de paz” o fortaleza de hierro, según la opinión o capacidad imaginativa de quien lo defina, debidamente bien aceitado y guardado con varias compañías de granaderos o granaderas, el presidente se ufanó de no haber reprimido la manifestación realizada. Sin embargo, no dijo nada de proponerse lograr establecer un marco para el diálogo con las dirigentes de los grupos y colectivos manifestantes, por lo menos para romper el hielo.
En sus declaraciones, el Presidente se dedica a defenderse a través de la autoexaltación y autojustificación de sus decisiones y, además, a resaltar lo que considera son sus propias virtudes. Su respuesta puede ser resumida en la expresión “amamos la paz”, la cual resulta ser un ataque a las feministas, pues a contrario sensu sugiere que las mujeres que estaban en la Plaza de la Constitución aman y proponen la guerra. Es decir, establece premisas que, por falsas, solo proponen un falso diálogo. Así –de manera elíptica- tergiversa los dichos y las acciones de las mujeres en protesta y les atribuye implícitamente propósitos negativos, con lo que demuestra que su finalidad, al hacer esas declaraciones, es demeritar a quien considera y juzga como manipuladas por los conservadores. No se trata, pues, de invitarlas a sentarse a analizar en forma conjunta un fenómeno real: la falta de derechos de las mujeres, la falta de garantías para su seguridad en todos los ámbitos, la falta de una igualdad efectiva de derechos para ellas, la violencia de género y la necesidad de acabar con esa situación.
Su reacción lo ubica en una visión tradicional de la mujer y no como el estadista que comprende que se trata de una actitud reivindicativa de los diversos papeles y valores por los que las mujeres manifestantes luchan y se esfuerzan por alcanzar.
En esa perspectiva, no son las mujeres manifestantes a quienes se debe criticar y hacer objeto de condena, sino que esa estigmatización le corresponde recibirla en todo caso a quien -estando en el gobierno- es por su historia, por su formación, y, por sus propios prejuicios políticos, incapaz de comprenderlas.
A las feministas, desde el Movimiento Antorchista, les decimos fraternalmente: en la lucha por la liberación del pueblo, como dijo Mao, las mujeres sostienen la mitad del cielo. Así, la lucha de las mujeres por la erradicación de las diferencias de género sólo podrá dar frutos como la lucha en contra de toda la opresión que sufren las mujeres y los hombres que trabajan. La falta de derechos también la sufren los obreros y los campesinos; la violencia la padecen hombres y mujeres en su día a día, debido a la inseguridad creciente en el país; los padecimientos de los hijos por la falta de vivienda, alimentos y educación también son también un martirio para el hombre que no tiene empleo. En pocas palabras, consideramos que la lucha de las mujeres tendrá mayores posibilidades de éxito, si hacen suya también la lucha de todo el pueblo.
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