Me llama la atención la fuerte crisis económica por la que atraviesa el estado de Quintana Roo en los últimos años, donde, como siempre, los más afectados son la clase trabajadora. Algunos fenómenos naturales, como huracanes, tormentas tropicales, el sargazo, pero sobre todo la pandemia de la Covid-19, son un claro ejemplo de que la economía en el Estado, que se sustenta en un 80 por ciento del turismo, debe diversificarse.
La historia de esta entidad caribeña como Estado sería impensable sin el turismo. Aunque Chetumal —la capital— fue fundada en 1898 como puerto comercial para establecer los límites mexicanos ante las entonces Honduras Británicas, hoy Belice, fue la fundación de Cancún en 1970 la que dio el impulso desde la capital del país para establecer un centro turístico integralmente planeado en lo que cuatro años después sería la entidad federativa número 32 del país. Esta ciudad, junto con otros centros turísticos integralmente planeados como Los Cabos y Huatulco, buscaba competir con los grandes centros turísticos de Norteamérica y El Caribe. Los resultados están a la vista: Cancún y la Riviera Maya son hoy algunos de los principales destinos turísticos globales.
¿Pero qué pasa hoy día, con estos destinos turísticos de Quintana Roo? Como dije más arriba, esta entidad enfrenta una crisis económica muy fuerte, puesto que, en casi cinco décadas de existencia como Estado libre y soberano, hay fenómenos naturales y sociales que a ojos vista nos indican que, seguir siendo una entidad altamente dependiente del turismo, tiene sus graves consecuencias. Doy algunos ejemplos de lo que digo:
Tras el azote del huracán Wilma en 2005, que devastó la zona norte del Estado y cesó las actividades durante casi tres meses, los quintanarroenses tuvimos un recordatorio de la fragilidad del actual modelo económico. Quedó además de manifiesto la enorme dependencia del turismo norteamericano, que era el principal origen de las temporadas altas y bajas en la actividad económica.
Después del huracán Wilma hubo una fuerte inversión económica para restablecer la infraestructura turística, pero sin reorientar las actividades económicas de la entidad para reducir la dependencia de este sector.
Las aguas azul turquesa y arena blanca de la Riviera Maya y norte del Estado, sufren otro revés desde el verano de 2018, porque debido a los cambios provocados por la crisis climática, las costas quintanarroenses reciben sargazo proveniente del mar Caribe en cantidades cada vez mayores, esto, “afea” las playas e inhibe la llegada de turistas extranjeros. A esto se suman la erosión acelerada de la barrera de coral por el incremento en la temperatura del agua y los cambios provocados por la llegada de huracanes de mayor intensidad que se enfrentan a costas “sin manglar”, por el crecimiento desmedido de la infraestructura turística.
Pero el fenómeno social más ilustrativo de lo que aquí me refiero, estimado lector, fue y sigue siendo la pandemia. Quintana Roo fue la entidad más afectada por la crisis sanitaria, económica y social derivadas de la Covid-19, porque Según la Secretaría de Turismo (Setur) en abril y junio de 2020, los meses de confinamiento más estricto en las economías más ricas, arribó tan sólo un cuatro por ciento de los pasajeros que llegaron en el mismo periodo de 2019.
La pandemia trajo consigo una aguda crisis social en Quintana Roo. Una de las principales consecuencias fue el aumento en la pobreza del estado, pues de acuerdo con cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), fue la entidad federativa donde más aumentó la pobreza, con un 63.4 por ciento de incremento en el número de personas en situación de pobreza, al pasar de 546 mil 400 a 892 mil 900 entre 2018 y 2020, respectivamente. Esto a su vez implica que la incidencia de pobreza pasó de 30.2 por ciento a 47.5 por ciento en el mismo período. Así, en 2020, prácticamente la mitad de la población quintanarroense vivía en situación de pobreza y peor aún, las personas en situación de pobreza extrema pasaron de 69 mil a casi 200 mil entre 2018 y 2020; ello implica que, en 2020, una de cada diez personas que residen en Quintana Roo viven en situación de pobreza extrema.
Esto, por lo menos para las mentes más críticas y analíticas, nos sugiere que las autoridades de los tres niveles de Gobierno, deben diversificar la economía de este bello Estado. El modelo de extrema dependencia hacia el turismo masivo es insostenible, los huracanes, el sargazo y la pandemia son un simple recordatorio de que se necesita diversificar la economía en la entidad.
Quintana Roo tiene, además de sus playas, cenotes, lagunas y zonas arqueológicas; excelentes tierras para cultivo y ganadería en la zona maya y sur del estado, cuerpos de agua para la pesca, así como una exuberante selva. Pero las autoridades las tienen abandonadas, con nulo apoyo a los campesinos, a pequeños emprendedores del campo y la ciudad. Se han dejado llevar por la efervescencia del turismo y han dejado de lado los otros sectores que, si se impulsan y consolidan, cuando haya problemas graves o el turismo se venga abajo como se vaticina, la economía se mantenga a flote. De otra manera, los quintanarroenses estamos condenados a sufrir el castigo de Sísifo.
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