La escritura de André Malraux, a finales de los años veinte, impuso un estilo literario. Este autor evocó plásticamente la acción humana, con técnicas cinematográficas que facilitan la representación de lo narrado en la mente del lector. De André Malraux se dice que su obra La condición humana parece una película, ya que la narración se hace con movimientos rápidos de un lugar a otro, como si se tratara de escenas proyectadas repentinamente.
Malraux tenía reputación de hombre aventurero y de acción, participó en las guerras insurrecionales de Cantón, China, en 1925. Era reflexivo y conocía cabalmente la cultura cinematográfica, de la que tomó los saltos bruscos en el tiempo y la sucesión de planos en su estilo literario.
Este escritor nos recuerda que el pensamiento no se nutre de sí mismo; la materia prima del pensamiento es la acción: sin ésta, no podemos construir ideas. Y, en este sentido, lo que más interesa es lo que el hombre puede extraer de esas ideas: qué tan profundamente lo hacen comprometerse con su proyecto de vida. En el caso del autor, el compromiso fue con la Resistencia francesa, era un comunista decidido.
Su gran novela La condición humana está compuesta de siete escenas que narran imágenes de la grandeza humana que él halló entre las filas de los comunistas chinos. Según lo declaró Malraux, su obra está dedicada a los humildes que fueron eliminados a través de cualquier medio: arrojados vivos a las fosas de cal, asesinados o aplastados.
Cada escena, densa y brusca, presenta el universo de la revolución que se gestó de 1925 a 1927; la muestra como una fatalidad histórica y moral: la revolución, aun si se queda en insurreción, da sentido a la vida, la aleja del absurdo y le conquista su dignidad, lo contrario de la humillación. Por estas razones, para Malraux, sumarse al comunismo era una obligación, así lo dijo literalmente cuando recibió el Premio Goucourt.
La revolución contenía valores éticos, pero posó sus ojos en ella también de un modo técnico que deja ver su especialidad en golpes de Estado, al analizar los medios con los que se cuenta para convertir una revuelta en revolución, el modo para apoderarse de nuevas armas y los enfrentamientos cotidianos.
En la obra también discurren reflexiones acerca del movimiento político: “Lenin tenía razón: todo el poder para los sóviets”, dice Chen, personaje secundario, luego de narrar la explotación de los propietarios de las fábricas a la que sucederá una discusión sobre los mencheviques.
La obra de Malraux provocó polémicas por su crítica al sistema stalinista, de hecho se suspendió un proyecto cinematográfico con Eisenstein por esa razón. Su valor histórico y estilístico es grande, producido gracias a un hombre desconcertante y lleno de tragedias. André Malraux, según nos cuenta su biógrafo Oliver Todd, no quiso tener un destino mediocre y se esforzó por cumplir su objetivo a través de las letras, vemos en ellas que en su personalidad prevalece el bravo militante sobre el artista académico. Su vida dio tantos giros como su obra, por momentos una devora a la otra; pero sin toda esa vida no podríamos encontrarnos con su obra: “hemos nacido para pertenecer a nuestra época, no para sustraernos de ella”.
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