Mientras el país y algunos de sus estados convulsionan por las consecuencias postelectorales ya acostumbradas, concentrando así la atención de casi todos los mexicanos mínimamente informados, el mundo entero se debate ante una de las más terribles consecuencias fatales del reinante modelo de producción capitalista, también llamado de libre mercado o neoliberalismo: la centralización y concentración del capital; es decir, de la riqueza general producida con el sudor, la sangre y la vida de los trabajadores de todo el mundo.
No es mi intención desviar ahora la atención de quienes piensan que, reclamar en justicia y derecho el orden democrático constitucional del país, es una de las tareas más que urgentes del momento por las consecuencias sociales que ya hoy vivimos, pero, personalmente creo, que de nada nos servirá a los mexicanos más humildes, enfrascarnos obstinadamente en una batalla democrática, cuando son millones los mexicanos que sufren y mueren a diario a consecuencia de la pobreza que aumenta de manera incontenible. Pienso que la democracia mexicana, como toda superestructura social ya conocida, es también consecuencia inevitable del modelo de producción que nos rige. Cambiar el modelo de producción es, por tanto, cambiar también en sus justos términos verdaderamente nuestra democracia.
Se sabe ya que la “centralización del capital” es un fenómeno del modelo capitalista ya explicado y definido en la obra principal de Carlos Marx, llamada El Capital; que consiste en el crecimiento del volumen del capital o riqueza en pocas manos, por la unión de varios capitales en uno solo o por la absorción de uno de ellos por otro. Este proceso significa que entre los capitalistas se redistribuyen capitales ya acumulados. Se diferencia de la concentración de capitales precisamente, en que sólo presupone la redistribución de los capitales o las riquezas ya existentes, y por tanto, no depende del aumento absoluto de la riqueza social ni de la acumulación.
Según la economía marxista, la centralización del capital, hace que el trabajo, la producción y su consecuente riqueza, se concentren en unas cuantas grandes empresas, acentúa el proceso de socialización de la producción y, al mismo tiempo, e inevitablemente, intensifica los contrastes sociales y los antagonismos de clase en la sociedad. Es decir, que a mayor centralización de capital o riqueza en unos cuantos potentados, mayor será la pobreza y la miseria en otros muchos seres humanos.
Muchos panegiristas a sueldo y gratuitos de los grandes capitalistas del mundo, han intentado por años negar esta brillante y científica conclusión del marxismo, pero se han topado siempre con la realidad. Hoy, en parte gracias a la pandemia, Marx resurge, como el Ave Fénix de las cenizas, para reafirmar su magistral conclusión sobre el capital; pero, sobre todo, para enseñarnos también que nada urge tanto ahora, como trabajar y luchar para cambiar el modelo de producción que nos rige a todos los mexicanos, pues, de nada nos servirá vivir en justa democracia, cuando sabemos bien que podemos morir de pobreza en el intento por sobrevivir en ella misma.
Pero, veamos a continuación cómo es que la realidad actual nos dice claramente, cuánta razón tenía (y tiene) el Prometeo de Tréveris.
En los medios de circulación nacional y mundial, hay notas referentes al tema que impactan tan sólo por el título con que se difunden. Leí así en el portal español La vanguardia del 22 de octubre de 2019: “el 45% de la riqueza mundial está en manos del 1% más rico del planeta”. El medio dice que esto lo afirma el Global Wealth Report de Crédit Suisse, en su décima edición, que a su vez afirma, que el 90% de la población del planeta posee menos del 20% de toda la riqueza disponible. Si tomamos en cuenta que sumamos ya 7 mil 730 millones de seres humanos los que habitamos el planeta, las conclusiones que de esta información se pueden sacar, son sumamente preocupantes.
Pero por otro lado, la redacción del portal sinembargo.mx del día 21 de junio pasado, tituló así su trabajo: “el 1% de México acumuló, en 2020, 31% de toda la riqueza nacional”. Luego de referir las nocivas consecuencias de la pandemia en la economía, el portal informó lo siguiente, refiriéndose al más reciente reporte del banco de inversión Credit Suisse, ya referido líneas arriba en otro medio: “En su informe `Reporte de riqueza global 2021´, publicado este día, el banco destaca que en México, como en los demás países del mundo, hubo una reducción en la concentración de la riqueza que borró a 10 mil millonarios mexicanos en tan solo un año, y el número de personas acaudaladas para 2020 quedó en 264 mil.”
Hasta aquí, y por lo que ya sabemos de nuestro país, se pueden desprender dos comentarios a manera de conclusión: 1) que, dígase lo que se diga, es evidente que se cumple cabalmente en México la conclusión que hiciera Marx en su importante obra: el capital, es decir, la riqueza, se centraliza en unas cuantas manos bajo el sistema capitalista de producción; y 2), que resulta relevante saber que, mientras en el país morían por pandemia más de 230 mil compatriotas, casi al mismo tiempo, 264 mil potentados se hacían dueños de una tercera parte de toda la riqueza nacional, producida en vida, incluso, por muchos de esos mismos fallecidos.
Y si la duda cabe, recordemos aquí lo publicado el 23 de mayo pasado por el portal El Universal, donde citó un estudio de la Facultad de Medicina de la UNAM, que afirma que en México, 9 de cada 10 de las más de 220 mil personas fallecidas oficialmente por el Covid-19 en esa fecha, o sea, el 94%, sufría de baja escolaridad y un nivel socioeconómico precario, se desempeñaban en trabajos manuales y operativos como empleados, choferes, vendedores ambulantes, pequeños comerciantes, jornaleros agrícolas, amas de casa y jubilados y pensionados. ¿No es esto más que evidente para demostrar que hay razón en lo que digo? He aquí una de las trágicas consecuencias de la centralización del capital en México. No hay duda, se acabaron las campañas electorales, pero sigue la pobreza. Nos vemos en la batalla.
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