Cuando los oprimidos de México tomen el poder en nuestro país y escriban la verdadera historia de sus luchas, Huitzilan de Serdán, Puebla, ocupará, sin duda, un lugar especial en esa historia.
Enclavado en la Sierra Nororiental, forma parte del rosario de pueblos nahuas y totonacos que tienen en Zacapoaxtla su centro comercial.
En ese remoto y -en la década de los años 70- incomunicado punto de la geografía nacional, también se ha librado la lucha de clases. Y ha sido cruenta.
La lucha ha sido entre los “mestizos”, unas cuantas familias blancas llegadas de fuera, como los llama el antropólogo canadiense James Mounsey Taggart, y los nativos de esos cerros, los miles de indígenas nahuas empobrecidos, reducidos, por casi 500 años de abuso y explotación a la más elemental sobrevivencia, vestidos con manta, calzados con huaraches llamados de gallo, que solo cubren la planta del pie y que constituyen los dueños originales de esas tierras.
Pues bien, esos “mestizos”, realmente caciques de horca y cuchillo, expoliaron a los campesinos, los despojaron de sus tierras, los alcoholizaron, les compraban muy por debajo del precio de mercado, y abusando en el pesaje, sus productos: principalmente café y maíz; y les vendían a precios muy por arriba del mercado, los productos que los indígenas requerían: azúcar, maíz, frijol, gasolina, insumo necesario para echar a andar las despulpadoras de café.
A modo de complemento necesario de estos abusos económicos los caciques dominaban también social, política y mentalmente a los indígenas: ejercían violencia sobre ellos, abusaban de sus hijas y sus mujeres, los mantenían en la ignorancia y el vicio, y, naturalmente, los gobernaban. La sumisión era tal que las mujeres y algunos hombres, miraban al piso cuando se cruzaban con un “Coyotl”, un hombre de razón, y se apartaban del camino, y si tenían que saludarlo, lo hacían besándole la mano.
Pues bien, a fines de los 70 y principios de los 80 los indígenas, motivados por razones que no caben en este breve artículo, se organizaron, adquirieron los elementos básicos de lo que podríamos llamar conciencia política, o conciencia de clase, y se decidieron a hacerse del poder político en su municipio, por ser la inmensa mayoría de la población.
Y lo lograron.
Desde 1984 hasta este 2021, cada 3 años, los sufridos y heroicos huitziltecos han elegido para gobernarlos a uno de los suyos, de los oprimidos de siempre, de los del pueblo pobre; los primeros eran gente iletrada, monolingües o casi monolingües, pero fieles representantes de su pueblo; los más recientes son los hijos de aquella generación que inició la lucha, son los mismos, pero con carrera universitaria, con preparación, con experiencia de lucha; los hutiziltecos no le han dado a los caciques la oportunidad siempre deseada por ellos de echar atrás la rueda de la historia.
Para darse una idea de esa proeza recuerde el lector que la “izquierda” mexicana conquistó la Ciudad de México en 1997, y en este 2021, perdió la mayoría de las alcaldías.
Pero el pueblo de Huitzilan ha tenido que pagar altos costos, como siempre paga la gente trabajadora cada conquista, pequeña o grande, por haber tenido la osadía de quitarle a los caciques, con el voto mayoritario del pueblo, claro está, lo que estos consideraban de su exclusiva propiedad y patrimonio: el poder municipal: de los 12 presidentes municipales del 84 a la fecha, 4 fueron muertos a tiros por pistoleros del cacicazgo local y regional, unos en el cargo, otros cuando ya habían concluido su gestión.
Esto hablando de autoridades, pero del pueblo llano han sido más de 100 los muertos y los heridos que ha puesto el pueblo pobre de Huitzilan en su lucha por autogobernarse los indígenas para construir una vida lo más digna posible, lo más humana, lo más amable, y lo más lejana posible del pasado no tan lejano de explotación, violencia, terror y muerte, a que lo sometieron los caciques para doblegarlos y explotarlos a sus anchas.
De esas matanzas dan cuenta los corridos creados por el pueblo y sus cantores, como los “Sentimientos de un Pueblo” o “Los Dolidos”, de la autoría de Filiberto Hernández.
Hoy, cuando después de una jornada electoral, la del 6 de junio, donde, una vez más, más del 50% del electorado votó en favor del candidato de los pobres, se le quiere arrebatar el triunfo mediante truculentas maniobras legaloides en los tribunales electorales, movidos por las manos de la 4T, no podemos sino denunciar el carácter de clase de esta embestida: se les quiere regresar a los caciques explotadores de indígenas, un poder que no han podido conquistar en las urnas en los últimos 37 años. No lo permitiremos.
Concluyo estas líneas lleno de indignación -indignación que comparten conmigo todos los mexicanos bien nacidos y bien informados sobre el tema-, exigiendo a la 4T, al gobernador Barbosa y al Tribunal Electoral del estado de Puebla: ¡respeto, respeto, respeto! Respeto a un pueblo sufrido, violentado, pero heroico, valiente y decidido, que ha sabido tomar el destino en sus manos y ha sabido construir un municipio mejor para ellos y para sus hijos, mostrándonos a todos los mexicanos pobres, el camino a seguir. Vale.
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