Hoy quiero hablar en nombre de las víctimas que fallecieron por el mal manejo que se ha hecho de la pandemia en nuestro país, principalmente por parte del gobierno federal, pues desde que apareció la covid-19 en México, el problema se ha tratado con mucha irresponsabilidad, ocultando información y mofándose de las recomendaciones que daban los doctores especialistas en este tipo de problemas.
Quiero prestarles mi voz a esos abuelos, padres de familia, tíos, hermanos, esposas, niños, maestros, compañeros y novias que tuvieron que sufrir la separación súbita de sus seres queridos, pues al ser detectados con covid, los médicos, enfermeras y personal de vigilancia de los hospitales prácticamente separan al enfermo de su familia y juegan un albur para ver si la libra.
Pocos saben del terror que sienten los enfermos, el miedo que atrapa a los familiares, de la incertidumbre de no saber si lo volverán a ver con vida, muchos enfermos y familiares caen en la desesperación al pensar en la posible muerte tan dolorosa y traumática que tendrá su familiar, dificultando con esto su pronta recuperación.
Hablo de la soledad en que mueren, de la destrucción de un proyecto de vida, no solo del enfermo, sino también de quienes lo rodean, y al final terminan con una impotencia porque no hay culpables, no se reconoce ninguna responsabilidad por manejar tan mal la pandemia, y después cuando finalmente fallece no existe ni siquiera la posibilidad de un sepelio en el que la familia le dé el último adiós, terminan convirtiéndote en cenizas, no existe un cuerpo, y solo unos cuantos le acompañan a su última morada.
Ser el que murió de covid-19 tiene también otras implicaciones, los familiares que estuvieron cerca del enfermo, son considerados como una amenaza, como un peligro de contagio, no les da tiempo de sentir dolor por la pérdida, tienen que seguir su vida pidiéndole a Dios que los proteja.
El que muere simboliza la no vida, ya no puede ser abrazado, besado, tocado; se desvanece, generando un vacío, algo dentro de uno se fractura, se rompe, y es necesario tiempo para la recuperación y readaptación a ese nuevo ambiente que no podrá ser llenado con nada diferente al recuerdo de aquel ser amado, un recuerdo en donde el dolor tarde o temprano estará ausente.
Pero…, no olvidemos que muchas de esas muertes pudieron evitarse, que la gran mayoría de ellas provienen de las capas más pobres de nuestro México, personas y familias que no contaron en su momento con los recursos para llevarlos a un hospital privado y tuvieron que conformarse con la atención médica que les brindaron en los hospitales públicos, mismos que a partir de enero de 2019 fueron prácticamente abandonados a su suerte por el Gobierno federal, encabezados por Andrés Manuel López Obrador (AMLO), tendencia que siguió en el 2020, y que al momento de presentarse la pandemia los enfermos encontraron hospitales sin el equipo necesario para atenderlos, sin medicamentos, con médicos, enfermeras y trabajadores de los nosocomios que todos los días arriesgan su vida porque no cuentan con el equipo de protección adecuado.
Y peor aún, ahora se amenaza de muerte a nuestros jóvenes y niños, a los padres y abuelos de ellos, pues los van a obligar a asistir a las aulas a partir de este 30 de agosto, jóvenes y niños que no han sido vacunados, escuelas que fueron saqueadas por los vándalos: les robaron la tubería del agua potable, los cables de la luz, las computadoras, las puertas, etc. y ¿quiénes creen ustedes que van a pagar las reparaciones? ¿El gel y cubrebocas diario? ¿Los sanitizantes, caretas y medicamentos que se requieran? Adivinaron otra vez, ¡ustedes!
¡Ya basta Sr. presidente! ¡Ya basta AMLO! Hablo en nombre de las madres fallecidas, de los padres que con su muerte dejaron en el desamparo a sus familias, de los abuelos que hoy extrañamos tanto, de las esposas y esposos que quedaron abandonados, de los hombres y mujeres, jóvenes y niños que quedaron huérfanos, hablo de las víctimas de la pandemia; nosotros ya vivimos la peor pesadilla de nuestra vida, ahogándonos sin poder respirar, asfixiándonos por no poder jalar el oxígeno necesario para sobrevivir.
¡No más muertes, no más víctimas, sus manos están manchadas de sangre señor presidente!
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