El miércoles 20 de enero, Joe Biden tomará posesión como presidente de los Estados Unidos y aunque ante los hechos del pasado 6 de enero se habla de posibles protestas, quizá acompañadas de violencia por parte de grupos extremistas, seguidores o no de Donald Trump, lo cierto es que ya nada puede cambiar la decisión política de la nación que, asimismo, se erige como potencia; pero que también -se sabe por todos los acontecimientos en la geopolítica mundial-, ya hay dos o tres naciones que la comienzan a superar en todos los aspectos.
¿Qué debería esperar México ante el cambio de mando en el país vecino? ¿Existe alguna esperanza para que los pobres de esa nación y los de países vecinos tercermundistas como el nuestro, les vaya mejor con ese nuevo gobierno? Dicen especialistas que, de entrada, Biden no le dará mucha importancia a México como sí intento hacerlo Donald Trump teniendo "acercamiento político" con el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Para nadie que esté medianamente informado le es ajeno que esa cercanía de Trump fue más dañina y perjudicial que favorable, México siempre fue blanco de ataques. Recuerde usted las amenazas de aumentar los aranceles al país, las incontables declaraciones contra México sobre la construcción del muro y, más aún, sobre las políticas contenedoras migratorias en nuestro país que ocupó las portadas de los diarios nacionales durante varias semanas. Sin duda alguna, la relación Donald Trump no favoreció en nada a la política y economía mexicanas.
Tras las elecciones de noviembre en Estados Unidos y los posteriores hechos muy difundidos de la toma del Capitolio, las reflexiones y opiniones de la inmensa mayoría fueron sobre que se intentó dar un "golpe de estado” y que supuestamente se atentaba, también contra la democracia. Ante esto, bien vale preguntarse si esa democracia es real, verdadera o sólo se están usando frases previamente elaboradas, a modo, para confundir a la opinión pública norteamericana y mundial.
La verdad es que en Estados Unidos no existe tal democracia, en realidad lo que existe para gobernar y dirigir los destinos políticos, económicos y sociales, es un grupo de apoderados, muy reducido ya, de megamillonarios que se va rolando el poder. Ni a los seguidores de Joe Biden ni a los de Donald Trump se les puede calificar como demócratas, sino de grupos que defiende, cada uno, a su hombre más poderoso para gobernar y no perder sus privilegios económicos.
Otro de los aspectos que se ha olvidado es que ni el mandatario saliente ni el que entrará pertenecen a la clase trabajadora norteamericana. Ningún de los dos defiende o encabeza un ala izquierdista. Lo que sí es cierto es que los dos políticos cuentan con una gran fortuna personal e inversiones cuantiosas de las que obtienen utilidades inmensas que incrementan más su fortuna. Por ejemplo, Donald Trump ha estado, durante 2019 y 2020, entre los primeros 300 hombres más ricos, de los 651 multimillonarios que existen en Estados Unidos.
Si no son demácralas ni tampoco representan a la clase trabajadora, entonces ambos políticos buscan enriquecerse como grupo y mantenerse en el poder, defendiendo esa oligarquía gringa porque sólo así pueden consolidar, perpetuar y defender su fortuna propia y la de su grupo político.
Otro aspecto que también ayuda a la reflexión es que esa supuesta protección y defensa es en contra de otras naciones que le están comiendo el mandado; y esto sería así porque el poder económico y militar del imperialismo norteamericano no tienen buena salud, están debilitados. El sistema político del país vecino enfrenta profundos problemas, tanto internos como externos, que ponen en serio riesgo la estabilidad y la paz social del sistema en su conjunto.
Hoy Estados Unidos es más desigual entre su población. El aumento de su riqueza no ha ayudado a eliminar el abismo entre ricos y pobres. El incremento constante de la riqueza total del país, su concentración acelerada en manos de la oligarquía y, por otro lado, tenemos que los salarios y las prestaciones de los trabajadores se han mantenido estancados durante mucho tiempo; incluso, se habla de una desigualdad que abona al empobrecimiento de las familias trabajadoras. La unidad de la sociedad gringa está fracturada, la lucha de clases se ha incrementado y la lucha entre los trabajadores más pobres y una oligarquía plutocrática va en aumento. En Estados Unidos crece la inconformidad y la inestabilidad social y se alcanza a vislumbrar un gran estallido social.
Las guerras de rapiña y de supuesta defensa de la democracia y los derechos humanos en Medio Oriente, en el norte de áfrica y en varios países exsoviéticos han causado gastos inmensos que acaba sufragando el pueblo. En este mismo sentido el peso relativo de la economía norteamericana en el PIB mundial se ha venido reduciendo de modo sostenido en los últimos años, lo cual es un indicador seguro de la pérdida de dominio de la economía norteamericana a nivel mundial; y si a eso le sumaos que la recuperación económica de 2021 es muy incierta debido a la pandemia del Covid-19 las cosas serán peores. Por un lado, la economía de China crece con fuerza; pero hay varias naciones ricas, como Estados Unidos, que no se recuperarán por completo hasta 2022 o 2023.
Imagine usted, amigo lector, mientras que los 651 multimillonarios estadounidenses han aumentado su patrimonio neto en un 30 por ciento, 250 millones de personas en los países en desarrollo podrían enfrentar la pobreza absoluta y hasta la mitad de la fuerza laboral mundial puede haber perdido sus medios para subsistir. Vemos en el panorama mundial que incluso países como China y Corea del Sur, que lograron suprimir el Covid-19 temprano se ponen a la cabeza. La economía China va a crecer en 2021 un 8%, más del doble que la de los países occidentales más exitosos.
El barco del imperialismo yanqui hace agua por varios lados y amenaza con hundirse, por eso quieren un plan emergente los políticos. Trump y seguidores aseguran que la crisis es producto de la política interna e internacional aplicada desde Ronald Reagan y dicen que se debe abandonar, dejar la globalización de la economía mundial, el expansionismo territorial, las guerras de liberación y el papel de paraguas nuclear de Europa a través de la OTAN. Biden y grupo sostienen que la crisis se debe a las fallas y la poca energía con que se han aplicado las medidas de política interna e internacional del periodo neoliberal de globalización económica y de expansionismo militar y proponen, como solución, lo mismo, pero en dosis mayores, con más energía que antes.
Con Biden a partir del próximo 20 de enero se prevé un reforzamiento de la OTAN, aumentado de guerras en cualquier punto del planeta que sea de interés para Estados Unidos y, naturalmente, van a seguir con el acoso, asedio y hostilización contra países como Rusia, China o Cuba. Ni Biden ni Trump quieren defender o respetar la democracia y los derechos humanos; se ven preocupados por las repercusiones que puedan tener el triunfo de uno u otro plan sobre los intereses de los financieros de Wall Street, del Complejo Militar Industrial o sobre las grandes inversiones en el extranjero. Pero el imperialismo quiere seguir teniendo una marioneta ahora y al rato otra.
Para México no basta un imperialismo menos agresivo. Lo que los pueblos de México y del mundo necesitan es la desaparición definitiva de todo imperialismo para ser independientes poder tener libertad definitiva; luego, comenzar la construcción del México grande y fuerte que queremos junto con las demás naciones; esa puede ser la lección, ese debe ser el camino. Por el momento, querido lector, es todo.
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