Dudo mucho que la reciente masacre ocurrida en una escuela primaria de Uvalde, Texas, no haya dejado a muchos conmocionados por el asesinato a balazos de 19 pequeños y dos maestras, además de varios niños heridos a quienes este terrible hecho los marcará por el resto de sus días. Se dice que en esa pequeña ciudad, casi el 73 por ciento de su población está integrada por hispanos o latinos, que emigraron de sus países de origen buscando una mejor vida en los EE. UU. Si nos fijamos en las imágenes que los medios informativos han dado a conocer, pero sobre todo en las entrevistas hechas, tanto al padre como al padrasto del joven de 18 años que entró a la escuela, se dirigió a un salón de clases y se puso a disparar como un loco, es fácil darse cuenta que su meta de alcanzar el “sueño americano” se quedó bastante lejos de sus esperanzas.
La madre del asesino es adicta a las drogas, el hombre con el que se juntó no es capaz de hilar una frase completa, el padre se fue hace tiempo y ahora vive con su novia, en fin, una familia totalmente deshecha y en la pobreza. El muchacho ya había abandonado la escuela preparatoria, porque según se informa, tenía problemas del habla y era víctima de burlas por sus compañeros de escuela; por fuertes discusiones con su madre, se fue a vivir con los abuelos, con quienes poco convivía, pues se la pasaba encerrado en su cuarto; la abuela, que lo acogió, trató de evitar que saliera de la casa armado, pero no lo logró, su nieto le disparó un tiro en la frente y se debate entre la vida y la muerte. Era, pues, sólo cuestión de tiempo que un individuo en tales circunstancias explotara, y explotó. Pero como este caso, hay muchos, Estados Unidos es, pues, un polvorín.
A raíz de este acontecimiento, se publicó un recuento de tiroteos similares ocurridos en el vecino país del norte, del cual resumo lo siguiente: en once localidades de igual número de estados de los Estados Unidos de América, desde el año 1999 hasta el 24 de mayo de 2022, han sido asesinadas 141 personas dentro de sus escuelas, la inmensa mayoría de los cuales eran alumnos de primaria, secundaria, preparatoria y sólo en un caso de la Universidad de Virgina Tech, a manos de jóvenes que iban de los 15 a los 20 años de edad; entre esas masacres destacan dos casos, el de la escuela primaria de Sandy Hook, en Newton, Connecticut (en 2012), donde perdieron la vida 26 personas, 20 de ellos niños, y el de la Universidad antes mencionada (en 2007), donde hubo nada menos que 32 estudiantes asesinados.
¿Cómo entender estos espantosos hechos? ¿No se supone que siendo los EE. UU. el país más rico del mundo, sus habitantes debieran llevar una vida más o menos holgada y vivir, trabajar y estudiar en paz y en sana convivencia? Teóricamente, eso es lo que todos desean, no únicamente allí sino en todo el mundo, pero en los hechos eso es solamente una quimera, ya que el sistema de producción capitalista, y peor en su fase imperialista, no está estructurado ni pensado para satisfacer las necesidades, y menos las aspiraciones, de todos. Este sistema de producción, que aún domina en casi todo el planeta, sólo está hecho para el provecho y el enriquecimiento cada vez en proporciones mayores de los grandes capitalistas.
Y dentro de esos grandes capitalistas se encuentran, precisamente, las influyentes empresas fabricantes de armas de todo tipo, cuya venta a cientos de países les deja jugosísimas ganancias; hace dos años, tales empresas fabricaron nueve millones de armas de fuego, el doble que el año anterior. De ahí que todo llamado al control de armas de fuego en EE. UU., caiga en un abismo más profundo que el profundísimo Tártaro, que describe Hesíodo en su Teogonía. Y de ahí también, aunque no únicamente por dicha razón, el interés de los Estados Unidos por desatar guerras, de colores o sin ellos, a lo largo y ancho del planeta.
El derecho a poseer y portar armas está inscrito en la Constitución norteamericana, concretamente en la llamada Segunda Enmienda, argumentando que para la seguridad de un Estado libre es necesario contar con una “milicia bien regulada”, derecho que fue ratificado en 2008 por la Corte Suprema, considerándolo un derecho fundamental del ciudadano. De ahí resulta que aunque el país representa “el 4.5 por ciento de la población mundial, tiene en cambio el 42 por ciento de las armas de todo el mundo… Existen 393 millones de pistolas o rifles en manos de civiles.” (cadenaser.com del 25 de mayo de 2022). Hay, pues, más armas que personas.
Además, existe la Asociación Nacional del Rifle (NRA por sus siglas en inglés), que es una poderosa asociación que cuenta, según ellos mismos, con cinco millones de miembros y un presupuesto anual de 250 millones de dólares, y que claro, es uno de los grupos de interés que se opone rotundamente a cualquier limitación al uso y portación de armas. Según se dice, dicha asociación ha hecho millonarias aportaciones a campañas políticas, de ahí que casi ningún congresista o senador se atrevan a tocarla, y por lo que se sabe, tampoco el presidente Biden.
Bajo ese panorama, ¿alguien puede tener alguna duda de por qué las masacres de niños, adolescentes y jóvenes en sus escuelas, en lugar de disminuir vayan en aumento? Para los adolescentes de aquel país es más fácil comprar un arma de fuego que comprar cigarros, revistas pornográficas o boletos de lotería. Por eso, el asesino de Uvalde, pudo adquirir un rifle AR-15, mil 657 rondas de municiones y 58 cargadores. Preguntas como ¿quién se los vendió?, ¿con qué dinero los adquirió?, tal vez nunca vayan a obtener respuesta y, por lo mismo, tampoco la tendrán los padres y familiares de los niños y las dos maestras asesinados. La única solución a este y a otros males que produce el imperialismo norteamericano, es la unidad y la hermandad de todos los pueblos del mundo. Y ya es urgente.
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