En el mundo y en México se está presentando cada vez más un alarmante aumento de sequías, incendios, huracanes, deslaves, temperaturas extremas y lluvias torrenciales e inundaciones. Como sabemos, desde hace algunos años, investigadores y organismos nacionales e internacionales vienen señalando que estos fenómenos meteorológicos extremos se deben al cambio climático ocasionado en mayor parte, por la emisión de bióxido de carbono que proviene, sobre todo, del consumo de combustibles fósiles; es decir, en la quema de petróleo, gas y carbón para generar energía. Para el caso de nuestro país, de acuerdo con diversas Instituciones ambientalistas han provocado altos costos sociales y económicos calculado en miles y miles de millones de pesos.
Al abordar el tema del cambio climático en medios de comunicación, se hace referencia al derretimiento de los glaciares. Parece un problema lejano y que, en todo caso, tiene que ser resuelto por los países más industrializados. Sin embargo, según expertos en materia ambiental, las inquietantes consecuencias del calentamiento global son cada vez más evidentes y México no está exento de padecer cambios que amenazan cada vez más el entorno, la economía y el modo de vida de los mexicanos pues, nuestro país es el emisor mundial número 11 de contaminantes que contribuyen al calentamiento global.
Estudios serios señalan que a escala planetaria, la crisis del cambio climático empezó a ponerse de manifiesto desde los años 1960, porque en esos momentos la humanidad estaba cruzando por una expansión productiva nunca vista en la historia. Es la época de la gran aceleración, posterior a la Segunda Guerra Mundial. La emergencia empezó a manifestarse por la cantidad de productos químicos o industriales, incluyendo los plásticos, y se estaba acelerando el consumo de energía.
A fines de los 70 ya estaba claro que los agroquímicos, las descargas de insecticida al agua, el uso de detergentes, son los que estaban contaminando los mantos acuíferos y las aguas superficiales. Fue el motivo de la primera gran reunión universal, la Conferencia sobre el Medio Ambiente Humano, en Estocolmo en 1972. La emergencia fue creciendo al grado de que la ONU advirtió que la humanidad tenía hasta la década de los 20, para revertir la tendencia. O sea, tenemos una emergencia global que debe ser revertida a la brevedad.
La globalización de la economía ha sido el factor determinante en el deterioro del planeta. En diversos foros internacionales se han tomado acuerdos para que en esta etapa del capitalismo mundial, los países adopten medidas para revertir el cambio climático, tales como la mitigación de las emisiones y la descarbonización de las economías, en particular que los sectores relacionados con la producción energética eliminen el consumo de combustibles fósiles. Por lo que descarbonizar es una palabra que se repite de manera cada vez más frecuente en discursos políticos e instrumentos de política pública en distintos países.
Se habla de que algunos países no disponen de tecnologías, financiamiento o capacidades suficientes para ir hacia economías más sustentables. Pero tan solo para el caso de México, se dice que el problema no es la insuficiencia de financiamiento ni la falta de tecnologías, sino una ausencia de visión y voluntad para acelerar el tránsito hacia una economía descarbonizada. La política energética del actual gobierno federal está diseñada en una dependencia hacia el petróleo y esta negativa a diversificar la matriz energética con energías renovables se está rezagando que va a ocasionar el incumplimiento de acuerdos internacionales. Además, hay otros focos rojos como el alcanzar la deforestación cero, incrementar áreas naturales protegidas, para revertir los cambios de uso de suelo, porque se siguen talando coberturas vegetales para producción agropecuaria.
Pero hay algo más importante que debemos entender. No todas las personas que habitan en los diferentes países tienen la misma responsabilidad en la catástrofe climática. Ha quedado claro que el cambio climático es causado, en su mayor parte, por actividades industriales. Son los dueños del dinero, o sea los capitalistas los que sacan provecho de la crisis climática mientras los más pobres sufren sus consecuencias. Es el sistema capitalista mundial, encarnado en los gobernantes en turno, el que bloquea la descarbonización mientras el mundo se prende. Si bien es cierto que el capitalismo está compuesto por humanos, eso no implica que todos los humanos hayan desempeñado el mismo papel en la generación de la crisis climática.
Consumimos los productos del capitalismo fósil, pero no elegimos las condiciones básicas de su producción que conducen al cambio climático. El trabajador de una refinería no comparte la responsabilidad con el capitalista que lo explota para extraer una ganancia de la producción de petróleo. Las comunidades indígenas, invadidos sus territorios con el fin de abrir minas de carbón, no comparten la responsabilidad con los gobiernos que fuerzan la implementación de estos proyectos.
El defecto del capitalismo está en su incapacidad de revertir la situación. Desde hace décadas se conocen las causas y los efectos del cambio climático y, aun así, la prioridad de obtener la máxima ganancia a corto plazo siempre ha logrado desplazar la necesidad de transformar nuestro sistema energético.
No todos somos igualmente responsables por la catástrofe climática. Entonces, frente a la necesidad de la descarbonización, tenemos dos opciones: o bien nos embarcamos en una política climática que condena a la humanidad en general y oculta las verdaderas causas de la crisis, o bien adoptamos una posición de justicia climática que genere las posibilidades de construir un mundo mejor.
Por supuesto que no es el pueblo el que se acabó el mundo. Con base en esta certeza, nuestro objetivo debe ser que el pueblo trabajador tome en sus manos el poder del Estado y utilizarlo para transformar la economía e impartir justicia, en caso contrario las futuras generaciones tendrán que cargar con el legado del combustible fósil. México no es la excepción.
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