Los gobernantes periódicamente se eligen, ejercen su cargo y se van, así son los ciclos de gobierno en nuestro país, lo estipulan las leyes de nuestra democracia burguesa, siempre respetando la voluntad de las mayorías, donde los candidatos electos de los partidos políticos, deben asumir la gobernabilidad de todo su municipio, estado o país. La tarea de gobernar, hasta ahora muy pocos la han desempeñado bien, la mayoría han visto el poder como una forma de hacer riqueza para ellos y sus allegados, situación que nadie de nosotros desconoce, es el pan de todos los días de la realidad sonorense; hasta ahora el poder no se ha visto como una gran responsabilidad de trabajar para los sectores mayoritarios del campo y la ciudad, por eso existe tanta pobreza y rezago social por todas partes, para donde miremos. Lo que ha sucedido es que todos los gobernantes han invertido e impulsado el progreso de la clase minoritaria y pudiente de donde descienden y las cosas hasta ahora han permanecido igual. Los candidatos de la última elección han hecho creer que las cosas cambiarán radicalmente, que en los próximos seis años nos ira mejor a las mayorías; por ahora solo nos queda esperar para comprobar la fehaciente y severa afirmación, que debe convertirse en hechos y beneficios concretos en cada uno de los miles de hogares sonorenses; dicen que llegó la hora de la justicia social que por décadas habían esperado. Quizás las cosas no sucedan así, pero es mejor que el tiempo nos desengañe y nos dé una enseñanza más.
Los planes de desarrollo gubernamentales federal, estatal y municipal han estado mal diseñados y enfocados, han carecido de una distribución equitativa del gasto social para todas las regiones del estado. Hasta el día de hoy, lo que seguimos viendo en Sonora es la presencia antagónica de dos civilizaciones, con dos extremos evidentes y totales; el contraste y la oposición, la vieja oligarquía aristocratizante y sus epígonos tecnócratas de la modernidad con poder económico y político, frente a las comunidades indias que conservan su propia identidad, rezagadas y empobrecidas. La realidad social en la que viven cada una de ellas es una prueba irrefutable de que el sometimiento y explotación de una sobre la otra ha sido contundente. También existen sectores intermedios, migrantes, hijos de obreros, campesinos, jornaleros, que hoy viven en las colonias populares y barrios empobrecidos, prácticamente abandonados a su suerte, carentes de trabajo, alimentación, salud, educación y servicios básicos; es una dura realidad que a muchos funcionarios les cuesta aceptarla, que se impone en tu mirada todos los días. Los cinturones de pobreza y opulencia son una realidad visible y palpable en las grandes y medianas ciudades sonorenses, gran tarea pendiente por resolver para los próximos gobiernos entrantes.
Solo si se distribuye el gasto público de mejor manera en el estado, priorizando algunos sectores hoy desprotegidos y abandonados, redistribuyendo y reasignando mayores recursos a las áreas de atención social; salud, infraestructura básica, educación en todos los niveles, empleos bien pagados, cultura y deporte masivos, dando una mejor atención a las necesidades de las mayorías, se podrá incrementar el bienestar de los sonorenses. Es hora de aplicar la ley del embudo, con la parte más ancha servirle al pueblo que es mayoría y con la parte más angosta a los sectores adinerados que son minorías; así lo exige la difícil y lacerante realidad en este momento. Si no se invierte la distribución del gasto social, entonces será simple y llana demagogia, quedando como una simple pero emocionante promesa de campaña, por ahora la expectativa quedará en el aire, las necesidades de obras y servicios de las mayorías sonorenses en sus diferentes colonias, comunidades y barrios estarán esperando ser resueltas, para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Urge equilibrar el desarrollo entre el campo y la ciudad, entre los que tienen todo y no tienen nada, Las necesidades sociales están a la vista para todos, el rezago social histórico, como la falta de agua potable, luz, drenaje, ahí están esperando ser resueltas. Los sonorenses merecemos vivir mejor, la desigualdad social histórica muy marcada que viven nuestros pueblos y colonias, reclaman y exigen nuevos planes de gobierno que no solo se mire el desarrollo empresarial público o privado en beneficios de los mismos de siempre, urgen políticas públicas sociales integrales incluyentes. En Sonora la moneda está en el aire, son muchas las expectativas que se esperan del gobierno que esta por entrar, desde ahora se vislumbra una visión empresarial y no social, pero eso el tiempo lo confirmará. Por ahora todos los antorchistas, debemos recabar nuestras demandas sociales de cada una de las colonias o ejidos donde vivimos, acompañadas de miles de firmas que respaldan la solución de esas necesidades, para que en los próximos días asistamos juntos al palacio del estado y los ayuntamientos a entregar los pliegos petitorios.
Si antes para la vieja aristocracia, los modelos de conducta y pensamiento se importaban de Europa, las clases medias y bajas de hoy dirigen su mirada apenas al otro lado de la frontera norte. Porque lo que le catalogamos avanzado, moderno y urbano no es la punta de lanza de un desarrollo propio, interno, de las mayorías sino lo resultante de la imposición de la civilización occidental desde arriba; y lo que llamamos atrasado, tradicional y rural, no es el punto de partida de aquella avanzada, sino el sustrato indio de civilización mesoamericana que sigue reclamando independencia y justicia. La relación entre ambos polos no fue nunca armónica ni lo es ahora, por el contrario, es una oposición hasta hoy antagónica e irreconciliable, porque descansa en la imposición, sometimiento occidental y la consecuente subyugación de la civilización india. El pecado original en Sonora necesita ser redimido, bienestar social para todos, sin distinción de raza, credo o clase social. Tarea gubernamental difícil, pero no imposible para los gobiernos entrantes.
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