El deporte es hermoso: la belleza de las ejecuciones, las emociones a flor de piel, la tensión que provoca una buena competencia deportiva y el portentoso físico de quienes lo practican hacen que sea un satisfactor del espíritu humano. Es esto precisamente lo que ha permitido que los expertos mercaderes de nuestros días, aprovechando la sed de belleza de la humanidad, hayan convertido en mercancía al deporte, para ofrecérsela al consumidor, ávido de un remanso de satisfacción en un mundo con cada vez más sinsabores.
Y tan exitoso ha resultado el negocio del deporte, es tan atractiva la parafernalia que lo anima que es un medio perfecto para mantener prisionera a la gente y hacer mucho dinero con ella. Parece cosa de locos encontrar a un deportista cuyo precio ronde la friolera de 200 millones de dólares. Y no solo hay uno, son tres: Mbappé, Keane y Neymar. También es incomprensible, fuera de la lógica del mercado, que un asiento para presenciar el Super Bowl 2020 haya costado hasta un millón de pesos en la reventa. Según la Unión Internacional de Abogados, para 2015 la industria del deporte aportaba uno por ciento del PIB mundial.
Pero la promoción del deporte como mercancía, el verlo como una eficaz fuente de entretenimiento que genera grandes ganancias requiere solamente de unos cuantos deportistas activos: miles de deportistas en activo, de alto rendimiento, y frente a la pantalla o en el asiento del estadio, millones de espectadores.
Así funciona el negocio, no requiere de una práctica masiva del deporte entre la población, sino solamente entre unos pocos atletas estelares que con las maravillas que logren en el campo cautiven a millones y generen ganancias para ellos y sus patrones por la venta de publicidad, boletos, jerseys, derechos de transmisión de los partidos, zapatos deportivos, accesorios, bebidas alcohólicas, etcétera.
Aquí ocurre como con otros espectáculos de la vida moderna (música popular, música de concierto, ballet); basta con que la mayoría de la población sea consumidora pasiva; el negocio no necesita que el público se active, sino solo que contemple, billetes de por medio, claro. Y mientras esto funcione como negocio, mientras esto convenga a quienes se llenan los bolsillos con la mercantilización del deporte, no esperemos de ellos otra forma de promoción del mismo.
Al mismo tiempo que el deporte se promueve por empresarios y los gobiernos que los cobijan, solo como una forma de hacer dinero, encontramos que existen graves problemas de salud pública ocasionados por la falta de actividad física. No hace mucho la OCDE publicó su estudio “La pesada carga de la obesidad” que arroja datos preocupantes. Se analiza a 52 países entre los cuales están las economías más grandes del planeta y se concluye que 60 por ciento de la población de estos padece sobrepeso y, de esta, la cuarta parte tiene obesidad; el 8.4 por ciento del gasto total en salud de estas naciones se destina a contrarrestar la obesidad o enfermedades relacionadas. Son solo promedios de las naciones del club de los ricos.
Vemos el caso de México; las cosas están para llorar: casi uno de cada tres adultos es obeso; el 8.9 por ciento del gasto total en salud del país se dedica a la atención del problema; adicionalmente, la esperanza de vida de las personas con sobrepeso se reduce 4.2 años; el flagelo ocasiona 2.4 millones de trabajadores de tiempo completo menos, por año, en el mercado laboral y, finalmente, su impacto es tal que reduce 5.3 por ciento el PIB anual de México; es el mayor impacto negativo para cualquier país de los analizados por la OCDE.
Resulta que el sobrepeso y la obesidad son un ancla que está frenando al país: le están matando, literalmente, a sus trabajadores prematuramente, disminuyendo así la creación de riqueza. El PIB mexicano está dejando de crecer, en importante medida, por esta epidemia del peso excesivo.
Según la Academia Nacional de Medicina de México, en el libro Obesidad en México (UNAM, 2013) durante la gestión José Ángel Córdova Villalobos, “la Secretaría de Salud impulsó el Acuerdo Nacional para la Salud Alimentaria (ANSA): Estrategia contra el Sobrepeso y la Obesidad, el cual surge de un profundo análisis del problema de la obesidad en México, sustentado en la mejor evidencia disponible, que incluyó una revisión sistemática de la literatura, la revisión de la magnitud, distribución y tendencias de las prevalencias de obesidad y enfermedades crónicas, así como de sus determinantes en el país y de la revisión de experiencias de otros países”. Y más adelante añade: “El ANSA plantea 10 líneas de acción compatibles con la mejor evidencia científica disponible para la prevención y control de la obesidad.
1. Fomentar la actividad física en la población en los entornos escolar, laboral, comunitario y recreativo con la colaboración de los sectores público, privado y social”. La acción número uno que propone el ANSA que fue elaborado tan concienzudamente por expertos en la materia indica que hay que activarse físicamente, practicar algún deporte. La OCDE también recomienda en primerísimo lugar, para atacar las lacras del peso excesivo mejorar la dieta y activarse físicamente.
No hay duda: la sociedad debe, masivamente, ejercitarse, practicar algún deporte, el que sea, si queremos evitar los tremendos costos de esta moderna epidemia.
Sin embargo, las conclusiones de especialistas caen como gritos de auxilio en hospital del INSABI: nadie atiende. Y las tímidas campañas mediáticas para promover el deporte son totalmente estériles en México porque solo hacen tibios llamados a la consciencia de los individuos sobre la necesidad de ejercitarse. Pero el problema no es individual, es social; no lo pueden resolver individuos aislados, ni se los puede responsabilizar a ellos solamente del problema, como al borracho que se estigmatiza como irresponsable y desobligado -por decir lo menos- pero no se ve su entorno, lleno de cantinas, burdeles, anuncios espectaculares, televisión, internet, todo el mundo invitándolo a beber desmesuradamente para al final, en letras chiquitas o con una voz en off deslizar un vertiginoso nada con exceso, todo con medida.
Así de ridículos son los esfuerzos oficiales por promover el deporte, dejando la tarea a cada individuo, mientras por todos lados se le invita a la gente a pasar la vida frente a una pantalla, a comprar automóviles y usarlos indiscriminadamente, a asistir al estadio como espectador, a consumir fast food riquísima en grasas y azúcares, o se le niegan recursos para instalaciones deportivas públicas, pues hay otras prioridades, todo esto, al tiempo que aumenta su grosor abdominal.
Mientras se privilegie a los negociantes del deporte y de la vida, seguiremos soportando la pesada carga de la obesidad. Pero si se quiere que el país frene en parte su proceso de descomposición, cuente con individuos sanos, vigorosos y productivos, que impulsen la economía del país, el Gobierno mexicano debe dar un radical viraje en su política de promoción del deporte, hacer partícipe de éste a toda la población, brindándole las condiciones para practicarlo.
Para ello, deberá combinar aquella con políticas impositivas progresivas que den recursos para mejorar la infraestructura deportiva; elevación de los salarios que dejen más tiempo libre a los trabajadores y les permitan adquirir variedad de alimentos sanos; una educación integral desde los niveles más básicos para enseñar a niñez y juventud hábitos deportivos desde edades tempranas, entre otras medidas.
Habrá que ver el problema en toda su complejidad, asumiéndolo y resolviéndolo socialmente. Pero por lo visto, el gobierno actual no tiene este plan en mente, no tiene plan, o peor aún, ni siquiera tiene consciencia del problema. Habrá que llevar al poder a un Gobierno que sepa qué hacer, al que le interesen la salud y el progreso de la patria.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario