La publicación de los nuevos datos económicos y sociales que hace unos días publicó el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) ha servido al gobierno federal para sostener que ahora sí se está reduciendo la pobreza y la desigualdad y, por lo tanto, a sostener que funciona algo que el señor presidente ha denominado humanismo mexicano.
Así como Carlos Salinas de Gortari, al final de su sexenio, redefinió al “liberalismo económico” como la filosofía rectora de su política social y económica, parece que de la misma manera el presidente actual, Andrés Manuel López Obrador, ha decidido encubrir su fallida política de la 4T (Cuarta Transformación), que se ha erosionado por su ineficacia y el daño hecho a nuestro país, bajo el nombre de humanismo mexicano. Cambiar el nombre, no significa rectificar el camino ni resolver los problemas.
El concepto que ahora utiliza como lema no está del todo bien definido y ni siquiera argumentado y justificado; tal parece que es una de tantas ocurrencias que se le escapan cada vez que tiene necesidad de hacer uso de la palabra pero de ellas se desprende que no tiene ni una idea muy clara, como por ejemplo, aquellas como el Instituto de Salud del Bienestar (Insabi) del cual, en su momento, nunca llegó a comprender su significado ni las condiciones que garantizaran su funcionamiento, que junto con los famosos abrazos y no balazos, terminaron por convertirse en algunos de los múltiples y costosos fracasos de este sexenio en agonía.
Olvida, por ejemplo, que vivimos en una sociedad clasista y que en nuestro país –como en todos aquellos que están divididos entre los que lo tienen todo y los que no poseemos más que nuestra fuerza de trabajo para poder ganarnos el sustento cotidiano–, los productos de la ideología nacen de nuestra producción material, expresan nuestra situación en la sociedad y fijan un determinado interés por su desarrollo en una orientación determinada. Por tanto, no existe una sola moral, una sola política y, por consiguiente, no se puede generalizar el humanismo olvidándose o haciendo abstracción de la clase que lo practica.
De esta manera, en el caso del humanismo, de esa importante corriente del pensamiento y de la cultura del Renacimiento que expresaba los valores de la burguesía emergente, antítesis de la decadente aristocracia monárquica, no se puede, de buenas a primeras, realizar una absolutización. Ese humanismo revolucionario en su momento, una vez consolidado como filosofía oficial junto a la clase de la cual era expresión, se convirtió en un humanismo conservador.
Este humanismo ya no es expresión de rebeldía en contra de la opresión; ahora, en nuestros tiempos en los que se agudizan las contradicciones de clase, defiende y justifica el predominio de los grandes empresarios, de la burguesía sobre los millones de trabajadores en todo el mundo.
Con la esencia con la que se ha consolidado, convirtiéndose en defensor y perpetuador de un sistema social injusto, no puede ser la expresión de los intereses del pueblo; se requiere ahora de un humanismo emancipador, con esencia proletaria.
La euforia por un triunfo ilusorio, la supuesta reducción de la pobreza, con el que el señor presidente pretende continuar engañando a los mexicanos y que, según dice, es el resultado de una política que reviste ahora con las rimbombantes palabras de humanismo mexicano, es otro intento más por confundir al pueblo trabajador.
En la realidad concreta no hay tal reducción de la pobreza. Lo que se ha desarrollado es, como señalan algunos investigadores, una modernización de la pobreza.
Si el señor presidente tiene la errónea percepción de que el aumento de salario mínimo es una muestra de la que pobreza ha disminuido, habrá que recordarle que ese incremento únicamente beneficia a 6.4 millones de mexicanos; sin embargo, existen actualmente 32 millones de compatriotas trabajando en el sector informal, los cuales están privados, por su condición laboral, de los beneficios de un ingreso seguro y de la seguridad social entre otras cosas.
Además, no habrá que olvidar, que, a cada incremento de los salarios, sobreviene un aumento generalizado en los precios de los productos de la canasta básica que hasta el momento el gobierno no ha querido controlar y mediante el cual, los empresarios recuperan, con sus respectivas ganancias, lo cedido a los trabajadores en salarios y prestaciones. Así lo constata el alza de 5.29% reportado en la primera mitad de este mes, ocasionada, entre otras cosas, por el aumento continuo de frutas y verduras esenciales en la dieta de las familias mexicanas.
Las ganancias de los grandes empresarios no han disminuido, al contrario, son quienes más se han visto beneficiados en este gobierno. Este fenómeno debe ponernos en claro que no hay tal disminución de la desigualdad en nuestro país, que la distancia entre los más ricos y los pobres no ha disminuido, sólo se ha modernizado, y en muchos casos se ha hecho más grande. Este gobierno lo único que ha hecho es administrar la pobreza para beneficio de quienes hoy se agrupan en el partido guinda y de sus dueños.
El Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP) señala que los apoyos del gobierno son asistenciales y regresivos porque carecen de incentivos para romper el ciclo de perpetuación de la pobreza; además, han beneficiado a quienes lo necesitan menos. El diario El Economista (en nota del 29 de julio de 2023), informa que los ingresos laborales se han mantenido sin cambios durante los últimos ocho años, es decir, ese mal llamado humanismo mexicano del señor presidente, ha tratado de conservar a los pobres en su misma condición económica.
No puede permitir que se hundan más de lo que hoy están porque ello significaría el peligro de una revuelta social que alteraría la estabilidad que requieren los empresarios para seguir obteniendo más ganancias, y, tampoco puede permitir que se incremente el nivel socioeconómico de los trabajadores ya que ocasionaría pérdidas a los grandes ricos con los cuales no quiere enemistarse.
Por tanto, ese reciente lema con el cual pretende encubrir el fracaso de su política y seguir engañando mexicanos, el humanismo mexicano, así como lo entienden y aplican los de la 4T, no es más que la expresión de los intereses de los grandes empresarios con un novísimo nombre supuestamente progresista, pero que en el fondo es un intento más por mantener las desigualdades sociales en beneficio de los más ricos.
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