En días pasados, fallecieron 39 migrantes, quemados, unos y asfixiados otros a consecuencia de la quema de colchonetas. Al parecer, de acuerdo con las primeras investigaciones y con un video difundido, serían los propios migrantes los que, a modo de protesta, al enterarse de que serían deportados, iniciaron el incendio en el interior de su celda. Si bien, ellos pudieron iniciar el fuego, una verdad inocultable, es que los dejaron morir encerrados y sin hacer el mínimo esfuerzo por abrir los candados para que pudieran salir, lo que a la postre selló su trágica muerte.
¿Pero qué es lo que tuvo que pasar para que sucediera una tragedia de estas dimensiones? Primero que nada, debemos de recordar que México es un país de paso para llegar a Estados Unidos (EE. UU.), que es precisamente el país que mayor oferta de empleos ofrece en todo el continente americano.
México tiene una larga historia de casi 120 años, de abastecer el mercado laboral con la Unión Americana. Desde los albores del siglo XIX, los mexicanos cruzaron el rio Bravo para insertarse en los diferentes espacios laborales que se fueron abriendo conforme avanzaba el crecimiento industrial en los procesos de producción, ya fuera en la industria de la construcción, así como en la agropecuaria. Sería hasta la Segunda Guerra Mundial que se haría más indispensable la importación de mano de obra mexicana calificada, fue ahí, en ese momento, que tuvo mayor demanda, de esa manera, los obreros mexicanos fueron recibidos en las fábricas y talleres.
En México, se crearon escuelas técnicas, para enviar a los recién egresados, a laborar en sustitución de los obreros americanos, que fueron enviados al frente en Europa.
Al paso de los años y, a consecuencia de la injusta distribución de la riqueza, gracias a un sistema capitalista opresor y desigual, sumando malos gobiernos o persecuciones políticas, los países latinoamericanos vieron emigrar a sus hombres y mujeres hacia EE. UU., para buscar un futuro menos incierto, sólo que la necesidad de mano de obra ya no es la misma, gracias a que muchas plantas de producción habían sido sacadas del país por ser altamente contaminantes, o que su evolucionado sistema de producción, ya no requería tanta gente para elaborar los productos, la robótica sustituye al hombre y lo deja en el desempleo.
Ahora, sin la necesidad de tantos trabajadores, ha cerrado sus fronteras a la migración y ha colocado a México como un muro de contención de la inmensa ola de migrantes, que todos los días y de todos los países, cruzan el nuestro, para llegar a su meta y que es cumplir el sueño americano.
De todos es sabido que el gobierno del Presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), según palabras del expresidente Trump, “se dobló”. Esto, con la finalidad de que no fueran gravadas las importaciones mexicanas con un cinco por ciento, además de tener que aceptar a más de mil migrantes diarios, que son regresados a nuestro país por las garitas fronterizas.
López Obrador aceptó disponer más de 25 mil elementos de la Guardia Nacional (GN), con la finalidad de contender a las cada vez más crecientes caravanas de migrantes centroamericanos. Y como no iban a venir, si además AMLO, siendo presidente electo, el miércoles 17 de octubre del 2018, prometió empleo y refugio a los migrantes hondureños.
Sí, López Obrador había prometido dar apoyo, empleos y protección social a los migrantes que decidieran quedarse a vivir en México. Para eso, dijo: “estamos en pláticas con el presidente Trump y, a partir del primero de diciembre, el que quiera trabajar en nuestro país, tendrá una visa de trabajo”. (El Economista, 17/10/18). La realidad, es que no hay trabajo ni siquiera para los mexicanos y, eso de que les ofrecían excelentes condiciones de estadía en México, mientras les resolvían su trámite en EE. UU., era una absoluta falacia.
Los migrantes viven un infierno desde que toman la decisión de abandonar su país, separarse de su familia, hijos, hermanos y padres, así como dejar su casa, todo ello resulta doloroso, a veces los hijos también son arrastrados en esta búsqueda de una mejor forma de vida. Así, se unen a las caravanas de migrantes que se van formando y fortaleciendo, para evitar ser atacados, robados, estafados o violados por los diferentes cárteles a lo largo de su muy penosa travesía que consiste en cruzar a pie diferentes países con distintos ecosistemas, climas, costumbres y, que juntos, harán casi imposible llegar a su meta.
Sin embargo, solidarios entre ellos, llegan hasta las márgenes de los ríos Usumacinta y Suchiate. Y es ahí donde empieza el verdadero calvario para nuestros hermanos de clase centroamericanos, ¿qué comer?, ¿dónde dormir?, ¿dónde asearse?. Estas y mil situaciones más deben de resolver a lo largo de su travesía por territorio nacional, pero sin duda, una de las dos más difíciles, es evitar ser víctimas del crimen organizado, que los secuestra, les roba lo poco que traen, sufren violaciones y son sujetos de la trata de personas, además de ser asesinados.
La otra más difícil, es ser víctima de la represión de un gobierno que se comprometió a velar por ellos, a darles visas de trabajo, a darles seguridad social, a cuidar sus derechos más elementales, a cobijarlos en lo que resolvían su situación migratoria en EE. UU., el cual, hoy, se ha convertido en el muro de Trump, primero, y ahora de Joe Biden.
Así, hacinados, en parques alamedas, campos deportivos y a la orilla de caminos, los migrantes esperan, esperan y esperan un milagro, que es su visa para poder ingresar a EE. UU., una espera que puede durar hasta tres años y eso si logran conseguirla. El porcentaje es mínimo, las probabilidades casi nulas, así que terminan viviendo en un país que no es el suyo y cuyo gobierno atropella sus derechos humanos, los persigue, acosa, los hace víctimas de redadas y encierra en cárceles (a las que llama “albergues”) bajo llave y dónde no existen protocolos de seguridad, ni extintores, ni agua corriente, ni baños limpios, ni alguien que se haga responsable de la vida de ellos.
La responsabilidad de la vida de los migrantes retenidos por la fuerza, pertenece a una cadena de mando, es del personal a cargo de dicho centro de detención, después del Instituto Nacional de Migración (INM), a cargo de Francisco Garduño. Después del secretario de Gobernación (pues de esa institución depende el INM), Adán Augusto López y del titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard. No podemos dejar pasar por alto al jefe de todos estos inoperantes funcionarios, que es Andrés Manuel López Obrador, que, como presidente, es el responsable directo de la política migratoria de este país.
Él, y solo él, es el responsable directo, que no único, de la desgracia acaecida hace unos días en Ciudad Juárez. A la fecha han fallecido 40 de ellos, y 27 heridos graves se debaten entre la vida y la muerte, todo gracias a unos guardias que solo los vieron quemarse y asfixiarse sin siquiera intentar ponerlos a salvo, su indolencia es más que obvia e innegable y, de ello da cuenta un video, que se filtró aún a costa de AMLO.
¿Cuál fue el delito de estos pobres hombres? ¿Por qué fueron detenidos y arrestados? Porque no tenían papeles. Se enteraron de que serían deportados por no contar con sus papeles en regla. Ese fue su delito. Desde hacía días, se corrían rumores de detenciones masivas en Ciudad Juárez y eso había alterado la relativa tranquilidad de los migrantes. Ese día fueron detenidos por la mañana y en la madrugada murieron quemados. Quince minutos después de que inició el incendio, los bomberos llegaron a forzar las puertas, demasiado tarde.
Al día siguiente, en su mañanera, AMLO, fiel a su costumbre, culpó a las víctimas aludiendo que ellos y solo ellos eran culpables, pues habían quemado colchonetas en un albergue. No, no es albergue, es prisión y sin haber cometido ni un delito, estaban privados de su libertad guatemaltecos, venezolanos, salvadoreños, hondureños, colombianos, desde los 18 años de edad, hasta los 51, todos hombres y todos violentados en sus derechos humanos.
El mismo día, a los cinco minutos que AMLO dio la noticia, se deshacía en carcajadas estrepitosas, vulgares y fuera de lugar. Este es el “humanismo mexicano”. Ésta es la verdadera cara del deshumanizado gobernante que se pasea, vive y duerme muy campante en un palacio virreinal, mientras encierra y deja morir en mazmorras a los migrantes que él ofreció proteger. El calificativo más fuerte, siempre será poco para un traidor.
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