Está ya por terminarse el mes de octubre y justo a la entrada de noviembre, los días 1º y 2, recordamos y celebramos a nuestros muertos. Este año, como consecuencia de una pésima política del gobierno autollamado de la Cuarta Transformación (4ªT) en el manejo de la pandemia por el virus SARS-COV2, desde que se detectó en México y hasta el 28 de octubre del año en curso, se ha alcanzado la cifra sobrecogedora de 287 mil 631 defunciones, cantidad que nos coloca en el cuarto lugar de muertes a nivel mundial debidas a la enfermedad que ocasiona, la COVID-19. Y todavía se siguen registrando casos de contagios, que en el mismo periodo de tiempo han llegado a los 3 millones 798 mil 286, más los que se sigan acumulando.
Entre la mayoría de los mexicanos, la celebración del Día de Muertos comienza desde la noche del 31 de octubre con la colocación de una ofrenda en las viviendas. Como según la creencia generalizada, el alma del ser querido que ya se nos adelantó regresa esa noche a visitar su hogar, para honrarlo se acostumbra armar una ofrenda con más o menos lo siguiente: sobre un mantel blanco, color que representa la pureza, se coloca agua, para que satisfaga su sed después de su recorrido; sal, para que no se corrompa durante el viaje; la comida y la bebida que más disfrutaba en vida, así como el conocido pan de muerto; un retrato o fotografía del fallecido; incienso o copal, y para guiar su camino hacia la ofrenda, en el piso se elabora una especie de tapete con pétalos de flor de cempasúchil y de la llamada borla o cresta de gallo, con velas o veladoras a lo largo del mismo. Ofrenda que, seguramente, en estos tiempos donde los ingresos de las familias son pocos y muchos los gastos, será muy humilde, pues los precios de varios alimentos y productos que se acostumbra colocar en ella han estado subiendo.
Así, de acuerdo con la Alianza Nacional de Pequeños Comerciantes (ANPEC), las veladoras subieron en los dos últimos años más de un 20 por ciento, teniendo un precio de 10, 20 y 45 pesos, según su tamaño; las flores de cempasúchil se venden a cinco pesos la pieza, de tal manera que un ramo chico cuesta 120 pesos y uno grande 300 pesos; la pieza grande de pan de muerto está en 85 pesos, el incienso en 20 pesos, y si se quiere colocar fruta de temporada como guayaba, mandarina y naranja, digamos 1 kg de cada una, hay que desembolsar entre 57 y 75 pesos. Según el sitio idconline.mx, del 27 de octubre, una ofrenda pequeña con los elementos esenciales como un ramo chico de flor de cempasúchil, tres veladoras, un pan de muerto, cinco papeles picados, dos frutas, dos calaveritas y el incienso costaría alrededor de 317 pesos; una ofrenda grande, con hasta seis ramos de flores de cempasúchil, seis calaveritas cinco veladoras, cuatro piezas de pan, medio kilo de guayaba, mandarina y naranja, 10 piezas de papel picado, incienso y comida, suma un total de un mil 92 pesos. Como vemos, en el primer caso el gasto es casi 2.6 veces superior al salario mínimo, que es de 123.22 pesos, en el segundo equivale a casi nueve veces dicho salario.
También se acostumbra visitar la tumba de nuestros muertos. Dependiendo del lugar y las circunstancias, muchos suelen pasar el día completo en los panteones, e incluso velar toda la noche, donde después de limpiar la lápida y colocar flores y velas, la familia lleva comida y ahí, junto a sus muertos, la consume; algunos acostumbraban llevar mariachis o un grupo norteño, ahora eso ya es prácticamente imposible. Ahora, con alguien de la familia que sepa tocar la guitarra basta para ponerse a cantar, preferentemente las canciones que en vida disfrutaba -o hasta cantaba- el difunto. Todo esto, desde el traslado, la comida, las flores y las velas, significa un gasto bastante fuerte para la inmensa mayoría de la población, muy superior que el de colocar una sencilla ofrenda.
¿Cuántos, pues, podrán continuar con esta costumbre ancestral? Desgraciadamente pocos, muy pocos. La inmensa mayoría de la población no volverá a celebrar y a honrar a sus muertos con ofrendas y música como lo hacía hasta no hace mucho, por lo que al pesar de la falta del ser querido, se suma ahora una tristeza mayor. Hagámonos cargo de que el encarecimiento de lo indispensable para una ofrenda digna, será angustia para muchos mexicanos sencillos. La madre que tuvo que sepultar a su hijito, el hijo agradecido con sus padres muertos y tantos otros que viven de recuerdos, sentirán en lo más hondo la falta de ofrenda, aunque sea modesta, pues es una afrenta a sus amados difuntos. No creo que deban resignarse, la organización y la lucha por un mundo mejor es la respuesta.
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