Los debates en torno a la democracia en México han sido recurrentes luego del fin de la revolución mexicana, precisamente porque ésta surgió con la bandera de derrocar la dictadura porfirista e instaurar un gobierno democrático mediante el movimiento antirreeleccionista encabezado por Francisco I. Madero con la máxima de “Sufragio efectivo, no reelección”. Desde entonces y hasta ahora la disputa por la democracia está en el aire, tanto que, en estos días, debido a la reforma electoral que promueve el presidente Andrés Manuel López Obrador ésta ha vuelto a la arena pública.
La palabra democracia reviste un halo de respetabilidad casi incuestionable, hablándose casi siempre de democracia en términos generales. ¿Pero es realmente posible hablar de democracia en general? ¿Es posible hablar de democracia en abstracto? La palabra democracia, como la palabra libertad o la palabra paz, es un vocablo que encierra un enorme prestigio social, una carga positiva inconmensurable, así como la palabra dictadura lleva en cambio una carga peyorativa y negativa tal que basta con escucharla para que a todo mundo se le pongan le pongan los pelos de punta.
En ese contexto en el que se disputa una lucha en defensa de la autonomía del Instituto Nacional Electoral (INE), varios analistas, intelectuales y activistas políticos se trasladan hasta el movimiento de Madero para defender al organismo electoral como si éste fuera la reencarnación total de la democracia mexicana, aunque otros la periodizan en 1968 con el movimiento estudiantil y otros en 1977 con la reforma electoral, en 1990 con la creación del Instituto Federal Electoral; no pocos la sitúan en el año 2000 con la llamada Transición y otros tantos en 2018, con el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador.
Si bien es cierto que el principio maderista antirreeleccionista suprimió la reelección como medio para evitar otra dictadura e incluso post festum llegó a castigar a quienes pretendieron desconocerlo, como Carranza u Obregón, surgió un método cuasi perfecto para perpetuar el poder en una sola figura: el tapado. O como le ha denominado el actual presidente, la corcholota. Así pues, surgió en México una democracia bárbara, como atinó a calificarla José Revueltas o, bien, una dictadura perfecta.
En ese sentido, la democracia mexicana es una ficción, un espectro que solo aparece en términos discursivos y cada cierto tiempo, sobre todo, cuando se trata de campañas electorales; no obstante, luchar por la autonomía del INE tiene un mérito y es el de evitar por la vía institucional que el presidente se erija en amo y dueño del país.
La lucha por la autonomía del INE es solo un paso para conquistar esa ansiada democracia, que le hace falta a un país como el nuestro. Pero como a advirtió Revueltas en 1958: “El problema de una renovación de los sistemas electorales y de una regeneración de la democracia en México no debe esperarse del poder público. Ésta es una tarea que está en manos de la oposición. Pero no de toda la oposición, si no de la única que puede ser eficaz y consecuente en un país como el nuestro, la oposición de izquierda.”
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