Juan sin miedo le llamaban y algo de eso era cierto, aunque no exacto, pues él bien sabía que sí tenía; aunque no lo había dicho para que no lo supiesen.
Era considerado el hombre más valiente del pueblo, al que se le podían encargar acciones que rayaban en lo temerario y que ningún otro aceptaba realizar.
Sucedió pues, que por esas fechas se dio el incremento, casi a diario, de las apariciones constantes de un personaje que siempre había sido considerado una leyenda: “La Llorona”. Ante ante tanta frecuencia, se consideró que era necesario acabar con esa pesadilla y saber, de una vez por todas, de qué se trataba. Se debía buscar e interrogar a este espectro, aparición, señora o lo que fuera y saber por qué durante siglos había andado gritando por todos lados el lúgubre y lastimero grito de: ¡Ay, mis hijos!
¡Ya estaba bueno de tanta “asustadera” de tontos y de niños ingenuos!
Tal leyenda iba a caer en descrédito ahora que sus apariciones se habían incrementado a lo largo y ancho del país y -como todo mundo sabe, y los aparecidos tambien lo deberían saber-, no era bueno chotearse y convertirse en motivo de burla por tan frecuentes apariciones.
Era necesario interceptar y cuestionar a la tal “Llorona” y preguntarle: ¿qué tragedia le había ocurrido? ¿Cuántos hijos había perdido y cómo? ¿No se cansaba de andar asustando a de los débiles mentales?
El problema era difícil: ¿quién le “ponía el cascabel al gato”? Fue en esa circunstancia cuando todos se acordaron de Juan sin miedo, y fueron a verlo; una vez en su presencia le expusieron:
-Señor Juan, sin lugar a dudas es usted un hombre muy valiente y valioso para nosotros; por esa razón venimos a verlo, para plantearle un problema y queremos que nos ayude.
Juan sin miedo, que conocía bien a sus paisanos, pensó internamente: “ya valió, éstos no vienen a verme para algo bueno, algo se traen”.
-Díganme ustedes, a ver que se puede hacer.
-Pues fíjese usted, señor Juan, que tenemos un problema.
- ¿Tenemos? ¿O tienen? Yo no sé ni de qué se trata.
-Tenemos, porque a usted tambien le afecta, aunque no lo crea.
-Pues díganme de que se trata si no, no lo voy a creer. Aunque hablando con franqueza y sin que se ofendan ustedes, a mí solo me visitan, como dice el dicho de los perros de rancho: “cuando hay fiesta los amarran y cuando hay bronca los sueltan”.
-¡No, cómo cree!, no hay que verlo así, mejor déjeme le explicamos.
-Bueno, a ver, díganme.
-Antes que nada, queremos preguntarle: ¿usted ha oído hablar de “La Llorona”? ¿Cree en ella?
-Pues oí hablar de eso cuando era niño, pero en cuanto a creer, no creo. Más bien pienso que, como dicen que dijo Santo Tomás, “hasta no ver no creer”.
-Ya ve que anteriormente se hablaba mucho de ella, pero déjeme decirle que desde hace más de un año se dice que la han andado escuchando mucho por las noches, aquí en el pueblo y en muchos lugares, e incluso tambien en las ciudades, solo que ahí la oyen menos por el ruido de los carros, la sirena de las ambulancias, o ya ni la escuchan porque la gente se la pasa viendo la televisión, escuchando la radio o casi totalmente atarantados con su teléfono celular viendo Facebook, Twitter, Inst
-Bueno. ¿Y? –Preguntó Juan sin miedo.
-Pues, queremos que usted, una noche de éstas, la busqué y traté de hablar con ella y vea si le quiere decir por qué tanto escándalo últimamente, que le cuente que le pasó o pasa, y que si la podemos ayudar para que deje de andar penando y asustándonos.
-Ah, miren que chingones resultaron. ¿Y por qué no lo hacen ustedes?
-La verdad, la mera verdad, es que tenemos miedo y es casi seguro que si llegamos a oírla o verla nos va a dar un infarto.
-Pues miren, a mí me parece, francamente, una soberana tontería o no sé de cuál fumaron ustedes, pero para demostrarles que yo no tengo miedo lo voy a hacer y van a ver que no pasa nada.
Y así fue como Juan sin miedo se vio involucrado en la loca aventura de esperar o buscar a La Llorona en una noche cualquiera. Se dispuso a cumplir dicha tarea, para lo cual, un día y una noche determinada, buscó una de las calles más obscuras, la que estaba más cerca del panteón y esperó con una mezcla de miedo e incertidumbre a que pasara lo que no quería que ocurriera; la aparición de La Llorona con su clásico: ¡Ay mis hijos! Estaba seguro que si eso pasaba se iba hacer en los pantalones. No pensaba esperar toda la noche, ni volver a la siguiente, más bien consideraba que con unas cuantas horas de seguirle la corriente a sus paisanos era más que suficiente.
Esperando, pues el día y la hora prefijada por nuestro personaje, esperó como ya se dijo. Lo que no podía ocurrir, pero, contrario a lo que los lectores pueden pensar (porque así conviene a los intereses de nuestro cuento) resultó que, a eso de las 12:15 de la noche, la mal traída, llevada y temida llorona se presentó, como visión casi etérea y lamentándose como dicen que se queja.
Juan sin miedo se quedó petrificado, no sabía si se había quedado dormido o era verdad lo que presenciaba, pero aún con toda la confusión mental que el hecho le provocaba, supo que tenía que imponerse a todo y cumplir con la encomienda de sus paisanos de interrogar a la lorona. Sobreponiéndose a todo, se levantó de donde había estado sentado y con débil, balbuceante y ronca voz se dirigió al extravagante personaje:
-Se…se…señora… o lo que sea usted, pe…pe…permítame preguntarle.
La Llorona, que nunca en su muerte hubiese esperado que alguien se atreviera a esperarla y mucho menos a preguntarle, se quedó atónita por la osadía de quien se había atrevido a tanto, pero seguramente, por dignidad y orgullo, dudo en responder.
-Señora, ¿a cuáles hijos se refiere?, ¿qué les paso? ¿Se le perdieron, los secuestraron? ¿Están en la cárcel? ¿Han caído tan bajo que son apoyadores de Morena? O ¿qué quiere decir?
La respuesta no fue la de un espectro de ultratumba.
-¡Y a ti qué te importa! ¿Cómo te atreves, hijo de…?
-Señora Llorona, pensé muchas cosas de usted, pero no que me respondiera de esa manera, ¿por qué me responde de esa forma tan intolerante? Se parece al presidente de México ¿no será hijo de usted?
-Si serás tonto Juan sin miedo, yo sé bien quién eres.
-Señora Llorona, ahora me insulta, además de intolerante, agresiva, yo vengo a preguntarle porque me mandaron a buscarla para preguntarle algunas cosas y usted me sale con eso.
-Te digo así porque si fueras un poco más inteligente no habrías perdido el tiempo en estarme esperando ni en preguntarme lo que me acabas de preguntar.
-¡Ah chingao! A ver, ¿explíqueme por qué?
-Pues porque en lugar de estarme esperando a mí, en esta noche, solo con que prendas la televisión puedes ver, desde hace tres años, en las mañaneras, a un llorón en el palacio de gobierno. Ése, en lugar de hacer lo que prometió, como hacer un buen sistema de salud, construyendo más hospitales, equipando mejor los que hay, abastecer de medicamentos a niños con cáncer, comprando suficientes medicinas y vacunas para dárselas gratuitamente a los enfermos, ayudarles con alimentos a los confinados, pagarle bien y cuidar a los médicos y muchas cosas más -sobre todo ahora que existe la covid-19-, se ha dedicado a lloriquear y a echarle la culpa a todos, pero él sin hacer prácticamente nada.
Ése es el llorón moderno, más llorón que yo, y tú ni te das cuenta. Andas buscando a una vieja del pasado, como yo, que no sirve para nada.
Ese es el responsable de que muchas madres mexicanas, como yo, estén llorando a sus hijos que han perdido después de que se detectó la covid-19 o han muerto de cáncer.
Preocúpate del presente, Juan sin miedo, y no del pasado, por eso te digo tonto.
Y así fue, como terminó la historia de La Llorona y Juan sin miedo.
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