En mi vida he tenido muchos buenos amigos; pero nunca uno tan pequeñito. Sé que tuve un buen amiguito, y lo perdí. Y sé muy bien que era mi amigo, porque me hablaba y me miraba como suelen mirar y hablar siempre los buenos amigos: con un dejo sincero de inocencia franca y tierna, envuelta toda en una sonrisa abierta que me dejaba siempre contagiada, que me duraba todo el día. Conociéndome yo tan serio y huraño, no sé cómo fue que me distinguió mi amiguito con su amistad; él tan alegre y yo un taciturno eterno. Merecía él amistades más divertidas, y confieso que me resistí. Pero su jovial estrategia preguntona tan abierta, queriendo siempre saberlo todo y de todo, me derrotó en seguida desde su primer intento, y yo me rendí. Le correspondí. Y sé que fuimos buenos amigos. Pero se fue.
Mi amiguito era un pequeñito de tan sólo cinco años, y murió hace unos días junto con su madre en un terrible accidente camino de su casa. El tren, al que con razón muchos llaman La Bestia, atropelló con su paso al vehículo donde viajaba la familia completa. El padre de mi amigo quedó muy mal herido, y su pequeña de 8 años, su hermanita, a estas horas se debate por su salud. Toda una tragedia que, estoy seguro, no dejaremos nunca jamás de lamentar los que solemos querer limpia y desinteresadamente. Nunca nadie debería sufrir, ni mucho menos morir por causas tan nefastas e indeseables como esta. Pero así es la realidad, es como es, y nada podemos solos nunca contra ella.
Aseguro que el tamaño espiritual de mi amiguito era muy singular y superior para su edad. En uno de esos días en que solía encontrarme por la mañana, sin más, me espetó en la cara una pregunta cuya inquietud, que tomó quien sabe de dónde, me tomó por sorpresa. Me dijo así muy serio: “`maeto´, ¿es cierto que un día se va a acabar el mundo?”. La sorpresa me dejó mudo por un momento y, cuidando las formas hasta donde pude por la razón de su edad, no le pude mentir. Le dije que sí, pero que eso sucedería en mucho, mucho, muchísimo tiempo que no lo verían sus ojos. No le inmutó mi respuesta. Pero su seriedad denotaba preocupación. Confieso que sentí culpa. Pero luego agregó así: “y, ¿qué pasará con los niños?” Mi ternura entonces ya no tuvo comparación. Me turbé y le dije entonces que los adultos cuidaríamos siempre de todos los niños. No pude decir más. Pero creo que ese día me volví un poco más humano.
Pido disculpas adelantadas y sinceras a sus familiares y seres queridos por el atrevimiento de mi escrito de hoy. Pero ruego también su bondadosa indulgencia porque aseguro, que no viviré tranquilo más el resto de mis días, si no pongo aquí hoy por escrito esto que digo. Saben bien que en el Movimiento Antorchista tienen, y tendrán siempre, amigos que compartimos sumamente su dolor. Pero no sólo eso, les aseguro que estamos y estaremos atentos y dispuestos siempre a todo aquello que mitigue, aunque sea un poco siquiera, tan irreparable pérdida. He oído decir que los que mueren, no hacen sino adelantarse en el camino que todos seguiremos algún día. No me despido totalmente pues de mi querido amiguito y de su valiente madre. Ya nos encontraremos en la ruta de la eternidad.
Los medios publicaron que la causa de la tragedia fue un terrible accidente, uno más en el mismo lugar, o en otros lugares similares por donde tiene su paso la bestia por en medio de las ciudades. Y yo así lo creo con firmeza. Pero, ¿qué fue lo que realmente sucedió?
Una respuesta la dio correctamente el ayuntamiento capitalino, cuando, a dos días de la tragedia se apersonó en el lugar de los hechos la presidenta municipal. Los medios publicaron que la funcionaria fue a supervisar la colocación de boyas, señalamientos y balización; también mandó cortar árboles y arbustos que impedían la visibilidad de los automovilistas en las calles Veracruz y Mirador, en la colonia Mirador de la Cumbre. Aunque aún no es momento de culpar a nadie, aquí vemos ya una de las causas del mortal accidente.
Pero, además, el día 19 de mayo pasado, el periódico El Noticiero encabezó así su primera página: “Ferromex revisará los cruces del tren”. Ahí la presidenta municipal informó que se reunió con el director general de Relaciones Gubernamentales de Ferromex, Jorge Eduardo Peralta y con el subgerente, Jorge Leyva, con los que acordó que vendrán a Colima y revisarán todos los cruces del tren y colonias, en la ciudad. La mandataria afirmó al medio, que lo ideal sería colocar plumas para prevenir la presencia del tren, pero dijo que eso sería demasiado caro y el gobierno municipal no cuenta con los recursos.
Pero el medio dice que la mandataria dijo algo más, que es necesario recordar aquí. “…durante la visita de Ferromex se hará un diagnóstico y se verá qué le corresponde hacer a la empresa, qué al gobierno federal y qué al gobierno municipal, toda vez que hay ámbitos de responsabilidad.” Para luego afirmar: “Sabemos que a la gente no le importa a quién le toca, le importan los resultados”. Y así es. Necesitamos resultados, más que explicaciones.
Pero hay más. Al ser cuestionada también sobre la posibilidad de hacer puentes en los cruces para que pase la gente sobre el tren, dijo que, “sería magnífico, pero el puente es mucho más caro que las plumas”. Finalmente mencionó, que el proyecto de sacar el tren de la ciudad también sería “buenísimo”, y que si ella pudiera hacerlo lo haría. Y porque también es madre, yo le creo.
Pero ya dije que la realidad es como es. Y nada cambiará lo que ya pasó. Pero, ¿y qué con lo que todavía no pasa? ¿Qué hay qué hacer para evitar las tragedias como la que hoy refiero? La respuesta no puede ser otra: hay que organizarnos y reclamar más inversión en materia de seguridad vial. Las propuestas ya las dijo la presidenta municipal: atención y mantenimiento permanente en los cruces del tren; instalación inmediata de plumas para avisar el paso de la bestia; y la construcción de puentes. Sé bien cuan costoso puede resultar todo, pero más costoso será la pérdida de más vidas humanas. Actuemos hoy, porque mañana puede ser cualquiera de nosotros.
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