Lo viejo muere y lo nuevo no termina de nacer.Así conceptualizó el pensador marxista Antonio Gramsci la noción de crisis, término adecuado para definir el momento que hoy experimenta América Latina.Repentinamente, la región entró en estado de ebullición: en Ecuador, Chile, Argentina y Haití, la gente tomó las calles.¿Qué está ocurriendo? El momento actual recuerda la aseveración que hiciera Lenin en su obra clásica La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo, donde el revolucionario ruso reflexionaba acerca del tiempo histórico y su variabilidad.En ese texto, el padre de la Unión Soviética mencionaba que hay periodos de la historia en los que los procesos sociales aparentan estabilidad y llegan a antojarse eternos, en cambio, hay momentos en los que todo parece avanzar a velocidades vertiginosas.Así ocurrió en Rusia en las décadas previas a 1917, por ejemplo, cuando el régimen de los zares parecía resistir incólume a los procesos revolucionarios del siglo XIX europeo.En 1917, sin embargo, la velocidad cambió: el tiempo histórico de Rusia se aceleró tanto que en un mes decía Lenin- se experimentaron ahí las mismas transformaciones sociales para las cuáles los europeos habían necesitado décadas.Algo similar se vive hoy en América Latina: el tiempo histórico se ha acelerado, y es posible que estemos no solo ante una serie de movilizaciones sociales simultáneas, sino ante algo más significativo, ante un cambio de época.
Para entenderlo así, es necesario contextualizar los procesos latinoamericanos en el panorama mundial.El orden internacional establecido al final de la Guerra Fría está en crisis.Tres son los principales rasgos que caracterizaron a ese orden mundial.El primero fue el triunfo ideológico del capitalismo.Al caer la Unión Soviética, el socialismo no solo fue derrotado en la arena política y económica, sino quizá más importante- en el terreno de las ideas.Derrumbado el bloque socialista, se necesitaron pocos argumentos para defender la tesis de que el sistema capitalista era el mejor de los mundos posibles para la humanidad.Todo el mundo se convenció de las bondades del capital y enrumbaron sus destinos con ese faro.El segundo rasgo fue el triunfo indiscutible de Estados Unidos como la única superpotencia.En su calidad de vencedor, el país norteamericano se arrogó el derecho de colocar cientos de bases militares alrededor del orbe, de intervenir en la política de todos los países que le importaban, y de "cuidar sus intereses" hasta en los confines más lejanos de la Tierra.Como gran señor en sus dominios, el imperialismo estadounidense sencillamente hizo valer su nuevo poder sobre el resto de las naciones.Por último, el tercer rasgo esencial del orden post Guerra Fría fue la integración de todos los países a la globalización, el primer paso para implementar un modelo económico ad hoc con los nuevos tiempos: el neoliberalismo.Hoy, vista desde 2019, podemos decir que esta triada ha perdido el carácter hegemónico mundial que en otro tiempo tuvo.
El auge cobrado en los últimos años por determinadas reivindicaciones identificadas con el ideario socialista, como la lucha por la distribución de la riqueza, ha demostrado la existencia de un serio cuestionamiento a la viabilidad del capitalismo como sistema generador de bienestar.En los propios Estados Unidos, una opción electoral cuya figura más visible es Bernie Sanders- enuncia abiertamente sus posiciones socialistas y se gana la adhesión de amplios sectores juveniles desencantados del "American way of life".Ya es significativo que esto ocurra en el centro mundial del capitalismo, pero los estadounidenses no son los únicos que miran con agrado formaciones partidarias de corte anti capitalistas.En la academia, libros que estudian la polarización de la riqueza en nuestro tiempo, como El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, son recibidos con aceptación, y El Capital de Carlos Marx vuelve a vivir un boom editorial.En resumen, el capitalismo ha perdido terreno frente a sus críticos de otras trincheras ideológicas.Lo mismo ocurre en el plano geopolítico, donde la gran potencia norteamericana se ha visto obligada a compartir el mundo con nuevos jugadores de ambiciones hegemónicas, como pasa con China y Rusia.La llegada de Trump al poder con un discurso que buscaba retirar a Estados Unidos de las guerras sostenidas en lejanos territorios- expresa con elocuencia el cambio de tendencia que se vive a escala global.Por su parte, el barco del neoliberalismo hace más de una década que comenzó a naufragar.Es en esta última parte donde se inserta la crisis que hoy vive América Latina.
Puede decirse que la crisis neoliberal comenzó en 1999, con el triunfo de Hugo Chávez en Venezuela.En la primera década del siglo XXI, los gobiernos de Venezuela, Argentina, Brasil, Ecuador, Bolivia, Uruguay y Paraguay experimentaron viraron hacia la izquierda y comenzaron los primeros ensayos de lo que podría se un gobierno post neoliberal.Mientras este conjunto de países se rebelaba contra el modelo, otras repúblicas lo defendían.Fue el caso de los países que en 2011 pasaron a formar parte de la Alianza del Pacífico, es decir, México, Colombia, Perú y Chile.Existían, pues, dos bandos bien definidos: los antineoliberales y los neoliberales.Con su inexorable marcha, en la segunda década del siglo el tiempo se encargó de reacomodar los bandos; así vimos que para 2017 los antineoliberales ya solo contaba en sus filas con Cuba, Venezuela y Bolivia.Todos los demás por elecciones o golpes blandos- habían vuelto a la línea política tradicional.A este momento se le conoció como "la restauración conservadora".Hoy la rueda de la historia vuelve a girar: en cuestión de semanas, América Latina se ha vuelto a incendiar.
2 de octubre, Ecuador.El pueblo se volcó a las calles en contra del decreto 883, que por órdenes del FMI eliminaba el subsidio a las gasolinas y disparaba su precio a niveles estratosféricos.Indignados por la medida, en unos cuántos días, transportistas, estudiantes, obreros, campesinos y pueblos originarios, tomaron las principales plazas y carreteras del país exigiendo la derogación del impopular decreto.Ante la movilización, el Presidente Lenín Moreno optó por la mano dura y ordenó a los militares que se encargaran de la situación.A pesar de la represión, pudo más el clamor de las masas, por lo que Moreno tuvo que recular y el 14 de octubre derogó el impopular decreto.No obstante el gran despliegue de fuerza que realizó el pueblo ecuatoriano, este fue hábilmente manejado por el poder político, que logró desactivar la protesta social y salvaguardar la continuidad de su gobierno de corte neoliberal.Más de uno sospechó de las negociaciones que mantuvo la dirigencia de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) y el traidor Lenín Moreno, sin embargo, después del pacto el país volvió a la normalidad.
6 de octubre, Chile.Al aprobarse un alza de 30 pesos al metro de Santiago, los estudiantes de la ciudad capital comenzaron a movilizarse.Al principio eran acciones aisladas en las principales estaciones del metro, pero al poco tiempo la protesta se generalizó y las manifestaciones se volvieron multitudinarias.Del metro se pasó a las calles y de las calles a las plazas.De ser unos cientos de jóvenes, la multitud inconforme creció hasta convertirse en decenas de miles.Aquí, como en Ecuador, la respuesta de Piñera le apostó a la represión y envió a los carabineros a sofocar las manifestaciones, a pacificar la ciudad.Lo que ocurrió después lo conocemos todos: en lugar de ahogar la indignación, las fuerzas del orden solo lograron que esta creciera y se extendiera por todo el país.Ya no eran únicamente los estudiantes, sino también campesinos, obreros, trabajadores de limpieza, etc., quienes tomaron las calles de Chile, y elevaron su protesta no solo contra el aumento del metro, sino ahora también contra el modelo.Más de un millón de chilenos salieron a exigir el cese definitivo del modelo neoliberal, y la convocatoria a un nuevo congreso constituyente.Sebastián Piñera echó atrás el alza del metro, ofreció un paquete de medidas que promete distribuir mejor la riqueza, y destituyó prácticamente a todo su gabinete.Falto de sensibilidad, y acostumbrado a imponerse desde tiempos de la dictadura, al gobierno chileno la crisis le estalla en las manos.
27 de octubre, Argentina.Las aspiraciones reeleccionistas de Mauricio Macri se esfumaron con la jornada electoral.Colocados ante la opción de continuar con el modelo neoliberal impulsado por Macri, o votar por un candidato allegado a las filas del kirchnerismo, los argentinos optaron por darle a la opción peronista con Cristina Fernández de vicepresidenta- el gobierno del país.Convencidos en 2015 por Cambiemos, el partido de Macri, los argentinos ya le habían dado la espalda a la Kirchner y a su partido.Pero bastaron cuatro años para que llegara el desencanto.La devaluación del peso, el endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional, el aumento de la inflación, y el aumento de la pobreza, son la principal herencia económica que deja el empresario argentino a Alberto Fernández, próximo presidente de la nación sudamericana.El de Macri es un buen ejemplo del retorno fallido del neoliberalismo.
Está también Haití.La isla caribeña presenta desde hace años signos alarmantes.Se trata del país más pobre del continente, con una infraestructura muy deficiente, carente de Fuerzas Armadas, y, en los hechos, gobernado por las misiones que manda la ONU al lugar.A diferencia de otros países de la región, en el caso de Haití sí puede hablarse de un Estado fallido.Aquí, desde finales de septiembre como ocurriera a inicios de año- los haitianos han salido a las calles exigiendo la renuncia del presidente Jovenel Moise.Carente de grandes recursos petroleros, minerales, madereros, etc., Haití tiene ya varios años sumido en un caos al que no se le encuentra fin.Ninguna de las potencias del mundo parece tener intereses en esta pequeña república insular, pues de lo contrario serían ellas quienes buscaran preservar la estabilidad social mínima que no existe.Con todo, a pesar de su pequeña población y su reducida extensión territorial, Haití no deja de ser un caso más que alimenta las convulsiones sociales que se viven hoy en la región.
Algo diferente pasa en Bolivia.En la tierra de Evo, las elecciones presidenciales del pasado 20 de octubre, el conteo rápido de la votación ha dado lugar a especulaciones de fraude.Algunos sectores de la oposición nucleados en torno al candidato perdedor, Carlos Mesa- han llamado abiertamente a la rebelión para detener lo que consideran un atentado contra la democracia por parte del ganador Movimiento al Socialismo (MAS).En contraparte, la fórmula ganadora llama a quienes votaron por ella a defender en las calles el triunfo.En Bolivia, a diferencia del resto de los países mencionados, la protesta social no es motivada por las consecuencias perjudiciales propias del neoliberalismo, sino por el descontento que ha comenzado a germinar en torno al largo mandato presidencial sostenido por la figura de Evo.Con una economía creciente, una importante disminución de la pobreza, y la inclusión de la población indígena en la dinámica estatal, las administraciones de Evo dejan pocos puntos débiles para sus principales críticos.El error del MAS reside en lanzar como candidato a un personaje que ya ha gobernado el país por más de catorce años.El problema aquí es de otro tipo.Se trata de la lenta formación de cuadros políticos jóvenes, que puedan garantizar el desarrollo del proyecto de Evo sin que él mismo tenga que presidir el país.Hacen falta los relevos políticos para darle continuidad al proyecto.
Vista en términos generales, América Latina rechaza hoy el modelo que le fuera impuesto por la superpotencia del mundo a finales del siglo pasado.El neoliberalismo se muere, pero el nuevo ordenamiento económico, político y social no termina de nacer.Se han hecho ensayos por parte de algunos países de lo que podría sustituir al modelo neoliberal una vez que este se agote, pero se trata de esfuerzos que siguen sin consolidarse; son ensayos que no han logrado posicionarse como un nuevo paradigma, como un nuevo modelo que pudieran abrazar todos los pueblos latinoamericanos en su búsqueda por lograr sociedades económicamente menos desiguales y socialmente menos injustas con las clases trabajadoras.Después de años de quietud, vemos que hoy América Latina atraviesa por un tiempo histórico acelerado que ha colocado en su crisis definitiva al modelo neoliberal.
Los cambios que se viven en la región, comprendidos como parte de las transformaciones que se operan a nivel mundial, pueden ser interpretados como el momento que marca el fin de una época y el comienzo de otra.Es el fin del orden internacional nacido del mundo post Guerra Fría, aquel en el que el capitalismo tenía ganada la batalla de las ideas, con unos Estados Unidos omnipotentes, y con el neoliberalismo como modelo económico hegemónico a escala global.Hoy el capitalismo no puede responder satisfactoriamente a los cuestionamientos sobre la injusta distribución de la riqueza, China gana posiciones en la geopolítica mundial, y el neoliberalismo se resquebraja aceleradamente.El levantamiento de América Latina una zona considerada por el imperialismo estadounidense como parte vital de su geopolítica- habla ya de la crisis ideológica del capitalismo, de la pérdida de control que tiene la superpotencia en sus áreas de influencia más cercanas, y de la crisis del modelo neoliberal.
No está claro todavía cuál será el modelo económico que sustituirá al neoliberalismo; lo que sí sabemos es que las masas trabajadoras latinoamericanas no están dispuestas ya a seguir transitando por la senda que han caminado por espacio de cuarenta largos años.Falta ahora explorar y consolidar nuevas formas de organización económica y política, que respondan adecuadamente a las exigencias sociales de los trabajadores, quienes están cansados ya de vivir siempre en el piso más bajo de la desigualdad.Estamos, en pocas palabras, ante un cambio de época.Es la muerte de un periodo y el nacimiento de otro.¿Cuál?
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