"Hemos venido a este mundo como hermanos; caminemos, pues, dándonos la mano y uno delante de otro.”
William Shakespeare
Una de las grandes dificultades que actualmente tienen los países y los trabajadores en el mundo entero para poder construir organizaciones verdaderamente firmes, unidas y fuertes, capaces de resistir cualquier intriga o maniobra que tenga la intención de disolverlas es, precisamente el obstáculo del individualismo, dice el maestro Aquiles en su quinta conferencia dirigida a los colonos.
Ciertamente, como dijo el poeta Blanco Belmonte en su poema “Sembrando”:
"Hoy es el egoísmo torpe maestro
a quien rendimos culto de varios modos:
si rezamos, pedimos sólo el pan nuestro.
¡Nunca al cielo pedimos pan para todos!"
Afirmación que podemos corroborar en la realidad diaria, pues desde la aparición de la propiedad privada, lo que predomina en el hombre hoy en día es el egoísmo, la ambición, el individualismo.
A tal nivel ha llegado el egoísmo, que se mira como mérito el aprovechamiento de tus semejantes sacándole provecho para escalar, incluso, a costa de su propia vida, desdibujando cada vez más el espíritu solidario.
Si ayudas eres un tonto, si te preocupas por los demás eres un ingenuo, porque -repiten hasta el hartazgo los apologistas del individualismo- nadie se preocupará, así que debes preocuparte sólo por ti mismo y, si acaso, de los tuyo.
Desde su fundación, el Movimiento Antorchista, ha sido una organización que tiene como objetivo fundamental unir, hermanar y organizar a los trabajadores de la ciudad y del campo para que juntos puedan derribar los obstáculos que se les presenten para resolver sus problemas.
En ese sentido es que ha impulsado el trabajo colectivo, en equipo, sin menospreciar ni mucho menos, la identidad y talento de cada persona, sino haciendo uso de eso para impulsar mejor al equipo y viceversa.
No tuve el gusto de conocer a Bere y Omar, pero lo que he escuchado de ellos, es que precisamente eran ese tipo de personas, aquellas que te impulsaban, que te ayudaban, que contaban con un espíritu de sacrificio -cuentan sus compañeros y alumnos- y una alegría que contagiaba al más piedra, muy raro en estos tiempos, como ya dije.
Bere y Omar habían entendido cuál era su papel en esta sociedad tan corrompida y habían, por lo tanto, adquirido el compromiso firme por cambiarla. Aquellos jóvenes contaban con ese espíritu de solidaridad y lo transmitían a los demás, lo mismo para formar grupos de danza o para reunir a grupos de colonos para resolver sus demandas.
Cada semana sus alumnos y compañeros salen a las calles a llenar algunos botecitos para seguir construyendo ese mundo por el que lucharon. "Tabaquera", "El pato asado", "Vámonos de fiesta"... se escuchan cada fin de semana en los semáforos de la ciudad de Culiacán, de Tijuana, de La Paz, de Sonora, etc., etc... formando una alegre atmósfera que lleva a la población a desprenderse fácilmente de algunas monedas, contagiando precisamente la alegría y solidaridad humana.
Realizando esa digna actividad, querido lector, es que la muerte nos los arrebató hace exactamente tres años. Hoy, los recordamos con mucho cariño, y estamos obligados a seguir su ejemplo de solidaridad y sacrificio en todo lugar donde se necesite estar.
¡Muchas gracias, Bere y Omar! Gracias por su ejemplo. Nosotros seguiremos remando hacia un mundo nuevo, ahí donde ustedes estarán en la primera fila con su sonrisa que les caracteriza.
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