El discurso de los políticos donde se comprometen a “ayudar a los pobres”, afirmando que se “apiadan” de su dolor, se desgarran las vestiduras en gritos y anatemas contra los abusos de los ricos, aparentando identidad con las causas del pueblo, discurso sedicioso que encierra una verdad inconfesable, así como el interés político y la búsqueda lúbrica del poder, es tan viejo como la democracia misma. Estas diversas formas, según el contexto, es el mismo intento vil de montarse en la pobreza para sacar raja política de la necesidad de las grandes mayorías.
También es parte del imaginario popular y fuente de sátiras y burlas, la estampa del político mentiroso que durante su campaña destaca por su discurso desafiante e incendiario contra el poder y la riqueza, lleno de elogios a los pobres y abundante en promesas de que, cuando sea gobierno, va a cambiar para que el poder sirva para “ayudar a los pobres”.
Funciona porque la pobreza sigue existiendo y es terreno fértil para sembrar la esperanza, siempre y cuando se encuentre el mensaje correcto, aunque falso, para atraer el voto de confianza y, ya en el poder, usar sus instrumentos no precisamente para resolver los problemas de la desigualdad y la miseria, sino para conservar esa confianza; no para satisfacer la esperanza, sino para eternizarla. Es la vieja y célebre corrupción, el clientelismo, que desde la antigua democracia romana fue instrumento de los políticos para comprar conciencias, como el emperador Julio César en el 140 a. n. e. que distribuía trigo gratuitamente (o barato) a los pobres, y tenía un padrón de unos 200 mil beneficiarios. Todo esto no por magnanimidad ni por un asunto de principios o el deseo de combatir el hambre, sino como estrategia política, para “hacer que el pueblo pierda su interés por la política… y solamente desee con avidez pan y circo”. (Décimo Junio Juvenal, poeta romano, finales del siglo I)
A fuerza de experiencia, de sufrir cada periodo electoral el mismo espectáculo de simulación, el pueblo aprendió a distinguir la promesa, diferenciarla de los verdaderos resultados y darles la espalda a los farsantes. Eso fue lo que sucedió en el 2000, cuando la mayoría de los votantes decidió abandonar al partido que tradicionalmente había tenido el poder, para apoyar a Vicente Fox, cuyo lenguaje florido y su aguda crítica a las “víboras y tepocatas”, logró engañar a los mexicanos que lo llevaron a la presidencia. No fue diferente en 2018, al volcarse el electorado tras las promesas del actual presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), creyendo que, ahora sí, iban a ser primero los pobres.
Es factor determinante la habilidad del político para simular y seguir conservando entre la gente esa esperanza de un cambio en favor de las mayorías; pero por muy hábil que sea, tarde o temprano, la falta de resultados se traduce en la inconformidad de los ciudadanos. Así le sucedió a Fox y le está pasando a AMLO. Como en los casos anteriores, el discurso no se acompañó de resultados sólidos y efectivos que se convirtieran en bienestar para los más pobres, y el resultado no pudo ser otro que la decepción, la ira y, por consecuencia, el retiro de su apoyo al nuevo farsante. Es la repetición del mismo espectáculo cada seis o tres años.
Pero hay algo que no se había visto antes, que es útil destacar para que los mexicanos lo valoren, vean la afrenta y sientan la necesidad de exigir una satisfacción. Todos los embusteros que han pasado por el poder se han cuidado mucho de no hacer evidente, y mucho menos confesar, su vileza de practicar esa política corrupta de usar los recursos del poder, no para corregir la desigualdad y hacer justicia a los pobres, sino por “estrategia política”, para acceder al poder, usarlo y quedarse con él. Todos los que medran con el poder lo hacen, se montan en la pobreza para engañar al pueblo votante, ganar la contienda electoral y, ya en el gobierno, abusar de él; pero nadie se había atrevido a declararlo como si se tratara de una gracia. El más cercano precedente está en el Alazán Tostado, Gonzalo N. Santos (GNS), uno de los fundadores del Partido Nacional Revolucionario (en la actualidad PRI), reconocido símbolo de la corrupción en la política mexicana, quien no solo lo admitió, sino que lo escribió y narró en detalle para dejar su testimonio a las generaciones posteriores.
Él así trató al pueblo votante. Concibió y confesó en la famosa parábola de la gallina desplumada, “así de fácil se gobierna a los estúpidos… así son la mayoría de los pueblos, siguen votando a sus gobernantes y políticos a pesar del dolor que les causan por el simple hecho de recibir un regalo barato, una promesa estúpida o algo de comida para uno o dos días”. Los GNS de todos los tiempos razonan así, son nefastos, corruptos y capaces, si lo ven necesario, de los peores crímenes, así como engañar a los votantes, por eso son eficaces para rodearse de individuos de su misma calaña; son corruptores, todo lo que tocan lo descomponen, son incapaces de corregir, están podridos, empeoran todo y premian a los que se hacen sus cómplices pues, como decía GNS, “ladrón que roba a bandido, merece ser ascendido”, mientras que persiguen y castigan a quienes se atreven a contradecirlos.
Pero GNS, al ser excluido por la clase política, se atrevió, con rencor, a confesar las trapacerías del poder, porque sabía que ya para él estaba definitivamente cerrado el acceso a las mieles del gobierno. No fue un acto de honestidad moral (él decía que “la moral es un árbol que da moras”) o el escrúpulo y el decoro que le incitaran a decir la verdad acerca de la política mexicana, sino una venganza. Los viles solo pueden cambiar para ser más viles.
En la actualidad, es más grosero lo que está haciendo el presidente López Obrador, quien se atreve a decirle a los mexicanos, en los medios de comunicación, delante de todo mundo, que él usa los recursos federales para ganar el apoyo de los votantes, que su “apoyo” a los pobres “no es un asunto personal, sino de estrategia política”; está confesando, tal vez sin darse cuenta, que no le interesa combatir las injusticias ni acabar con la pobreza, sino que su política social es estrategia para ganarse el apoyo político (electoral) de los pobres, para acumular y conservar el poder. Así, AMLO le dice al pueblo mexicano que para él los pobres y la pobreza son lo que decía el Alazán Tostado: “estúpidos que siguen votando a sus gobernantes y políticos a pesar del dolor que les causan por el simple hecho de recibir un regalo barato, una promesa estúpida o algo de comida para uno o dos días”.
Lo dicho por AMLO es un insulto, un gigantesco, desvergonzado y afrentoso insulto, escupido a todos los mexicanos delante de todo el planeta. Pero es solamente uno más, que se suma a los que ya antes había hecho, igual de vejatorios, en contra de los pobres a los que comparó con mascotas a las que había que alimentar porque no pueden ir a buscar su alimento, y a todos los que lo apoyaron al principio, a los que llamó “solovinos”, como los mexicanos solemos llamar a los perros callejeros que llegan buscando amo que los alimente.
Y ésta no es una interpretación de los dichos de AMLO, sino que, en los hechos, en sus acciones como jefe de gobierno y como persona, él trata así a los mexicanos, al desampararlos en los hechos, destruir los logros de muchos años de lucha de los más pobres, desplumar así a los mexicanos, para luego querer contentarlos y llevarlos a donde él quiera con “un regalo barato, una promesa estúpida o algo de comida para uno o dos días”.
No, los pobres debemos entender que la pobreza sí se puede combatir y eliminar, que no se trata de apoyar a los pobres, sino de combatir a la pobreza, hasta exterminarla y desterrarla para siempre; pero que eso solamente lo puede hacer el pueblo organizado, sin y en contra de los Alazanes Tostados y los AMLOs. A eso te invita Antorcha Campesina.
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