Los hechos ocurridos en los meses pasados de encierros, incendios y asesinatos en los estados de Jalisco, Chihuahua, Guanajuato, Baja California y Michoacán confirmaron el camino de la violencia criminal con ataques de fuego y sangre, volviendo a poner en la mira pública varios temas críticos. Por un lado, la capacidad de las instituciones gubernamentales para hacer frente a la incertidumbre.
Por otro lado, los grupos organizados tienen derecho a utilizar la violencia como herramienta para controlar sus intereses y territorios. Ninguno de los dos problemas es fácil de entender y resolver, aunque la narrativa oficial y algunos analistas los han interpretado como juicios entre narcotraficantes y pandillas en respuesta a acciones gubernamentales para decomisar o decomisar drogas y armas a esas pandillas, o como influencias corruptoras pasadas o presente de autoridades federales o locales.
Todos sabemos que la violencia no se limita a los estados o los grupos criminales. Es un recurso utilizado a diferentes escalas y contextos sociales para imponer o negociar intereses particulares, desafiar órdenes económicos, políticos o culturales y, en un nivel más amplio y difuso, culturas que suelen caracterizarse por ideales (paz, cooperación, cohesión, integración social). Desde una perspectiva de las ciencias sociales, el análisis de la relación entre violencia y orden social es un tema integral que se aborda desde diferentes perspectivas.
En sociología, Durkheim introdujo el concepto de anomia en su obra División del Trabajo Social y Suicidio para explicar el comportamiento social en el contexto de grandes cambios políticos y económicos. La anomia significa que las normas y los valores que se consideran deseables o dominantes se vacían de significado; y años más tarde, otro sociólogo, Robert Merton, vio esto como "escape" o "alejamiento" de las normas.
La anomia es característica de una sociedad cambiante en la que un determinado conjunto de reglas y valores ya no rigen el sentido de seguridad, pertenencia e identidad de un individuo. En este razonamiento sociológico, la anomia es el "colapso de las estructuras culturales" entre las normas y metas culturales —es decir, la representación— "y la capacidad estructural social de los individuos y grupos para comportarse de acuerdo con ellas".
Años más tarde, Max Weber habló del "monopolio legítimo de la violencia" del Estado para garantizar el orden social, mientras que Karl Marx definió la violencia política abierta como "la partera de la historia".
La anomia en México es una mancha que parece extenderse de manera lenta pero segura y es parte de un proceso complejo de debilitamiento del poder estatal (federal, estatal y local) en diferentes grupos de población y territorios. Aunque el huevo de la serpiente se ha incubado durante dos décadas, lo que vemos hoy es el rostro multifacético de la bestia, visto localmente a diario a través del miedo, las desapariciones forzadas, las amenazas y la extorsión mezcladas con el bandolerismo y la mafia o terrorismo que opera bajo la forma de una organización o que tiene la lógica de una operación paramilitar. Suenan campanas antidisturbios en Tijuana, Guadalajara y Ciudad Juárez, aunque los inquilinos de Palacio Nacional insisten en que es otra cosa.
Hace falta, entonces, una verdadera solución a este mal que tanto aqueja a nuestro país y que justamente la razón viene por la estrecha enorme que hay entre una minoría que acapara toda la riqueza material de México y el mundo, mientras que la gran mayoría sufre día con día los atropellos de esta mala distribución de la riqueza social.
Hay que organizar al pueblo para llegar al poder y desde ahí tomar las medidas verdaderamente necesarias para acabar con este y todos los males de la nación, no hay más.
0 Comentarios:
Dejar un Comentario