El saldo de la represión del Gobierno de Tlaxcala a una manifestación de estudiantes de la Escuela Normal Rural “Lic. Benito Juárez”, es una futura maestra declarada con muerte cerebral.
No es la primera vez que el Estado, que ahora dirige Lorena Cuéllar Cisneros, una mujer con la bandera de Morena ocupa a las fuerzas del orden para reprimir manifestaciones. También a los colectivos feministas, el ocho de marzo, en el marco del Día de la Mujer, les aplicó la misma medida.
El riesgo de permitir semejantes barbaridades es que después lo mismo podría ocurrir con cualquiera.
El Estado es usado como un organismo de dominación, opresión y represión. Da hasta para pensar, como dijo Sylvain Timsit, que se está aparentando que hay un problema dificilísimo de resolver y el gobierno ofrece una solución que, en este caso, tuvo como resultado el riesgo de perder la vida de una estudiante que aspiraba a ser maestra.
Timsit dice algo así, “para que la sociedad acepte sin rechistar algo, medidas o soluciones que, en ocasiones, atenten hasta contra su propia integridad física o los derechos humanos, antes el Estado debe crear las condiciones para aparentar que la solución que se ofrece a tal conflicto es la única, debido a la gravedad del problema”.
¿Les parece familiar? Las estudiantes de la Normal Rural “Lic. Benito Juárez”, año con año se manifiestan por mejoras en la escuela, subsidios y apoyos diversos, como garantizar el empleo terminando su carrera (quizá sus métodos son poco ortodoxos, pero ese no es el tema).
La sociedad tlaxcalteca sabe de lo subidas de tono que suelen ser sus manifestaciones, pero yo no guardo en mi memoria una fecha donde aquí en la capital, a algún gobierno se le haya salido de las manos una manifestación, ni al exgobernador Mariano González que sí era de mecha corta.
El protocolo es conocido: presentan su pliego petitorio, se revisa, se hace la manifestación, se entablan mesas de diálogo, y finalmente, se acuerdan cosas. Si algún momento falla, entonces, se radicalizan algunas de las partes, el gobierno se cierra a las negociaciones o las manifestaciones van en aumento. Y así hasta darle solución.
¿Qué pasó ahora? Por lo que se sabe, las normalistas siguieron el protocolo acostumbrado, pero encontraron negativas y cerrazón por parte de las autoridades. Las normalistas aumentaron la presión, y entre el ir y venir, salen los autobuses tomados y el camión de la empresa refresquera saqueado.
¿Suficientes razones para reprimir violentamente su manifestación? Seguro habrá voces disonantes. El hecho concreto es que el abuso de la fuerza pública ha dejado ya a una estudiante en condiciones de salud crítica.
Ahora bien, mi reflexión va en este sentido ¿El gobierno del estado desconocía que si provocaban a los normalistas estos responderían con la furia con que lo han hecho en otros estados?
¿No estaremos presenciando un argumento como el de Timsit? Dejar que la respuesta de las y los normalistas sea lo más furiosa o “brava”, como dijo el secretario de Educación Pública en el estado, Homero Meneses, para que de ese modo se justifique la represión policiaca. No lo sabemos. Pero si algo así está haciendo el gobierno, lo estarán colocando no solo como el más represor y violento, sino como el más inhumano de la historia reciente de Tlaxcala.
Termino con otra idea. Los resultados que vemos hubieran cambiado, seguramente, si en lugar de puertas cerradas y cerrazón, se encontrara a los funcionarios con disposición para escuchar. Es peligroso que los actuales gobernantes sientan que de su boca nace la verdad revelada. Y no me refiero solo al Gobierno estatal, característico de esta generación, sino también al Gobierno federal y los municipales.
Digo que es peligroso, pues, porque cuando sienten que alguien les lleva la contraria, los tachan de que no entienden su proyecto, que no están con la transformación, en el mejor de los casos; el extremo es que ni siquiera atienden peticiones muy simples o elementales. A la vista de estos mesías, nada vale más que su palabra.
Como dice una consigna que aprendí hace unos años: si hubiera soluciones no habría marchas ni plantones. Si en realidad el Estado se comprometiera con la sociedad, si de verdad tuviera el pulso de las necesidades de la población, en un abrir y cerrar de ojos podrían quitarles sus banderas, y ellos, el gobierno, resolver las peticiones de cualquier movimiento social que encabece algo de interés para el país.
Hago un llamado desde esta humilde tribuna al diálogo entre los normalistas y el Gobierno del estado. Repruebo la represión. Y mi solidaridad con los jóvenes estudiantes.
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