Recientemente, en el Senado mexicano comenzó la discusión de la iniciativa de ley para modificar la ley laboral, con el objetivo de ampliar el periodo vacacional de los trabajadores. Este hecho, en sí mismo, aparece como un posible respiro para muchos mexicanos que poseen un trabajo formal porque es sabido que, en relación con el resto de los países de América Latina, el nuestro es el país con menos días de vacaciones.
De acuerdo con el artículo 76 de la Ley Federal del Trabajo, los trabajadores mexicanos sólo tienen derecho a seis días de vacaciones, mientras que los trabajadores de Brasil, Cuba, Panamá y Perú tienen un total de 30. La situación se torna todavía más urgente de cambio, cuando la propia Organización Internacional del Trabajo (OIT) recomienda, como mínimo, 18 días de vacaciones para todos los trabajadores.
En este contexto, algunos medios de comunicación han hecho énfasis en que los beneficios de que la iniciativa se apruebe se traducirán en mejorías en la salud mental de los trabajadores mexicanos y, en consecuencia, se volverán más productivos.
Por otro lado, se ha mencionado que esta iniciativa tendrá un alcance limitado, debido a que sólo contempla a quienes trabajan en el sector formal cuyo porcentaje (44 por ciento) es inferior al de los trabajadores informales. Ambas posturas aciertan en exponer tanto las ventajas como las desventajas de la reforma, pero si ésta llegara a ser aprobada, no se deduce que necesariamente vaya a producir los cambios deseados, aun cuando solo se trate de cierto porcentaje de la población trabajadora.
Para que la reforma logre su objetivo es indispensable que la propia clase trabajadora organizada luche en beneficio de sus derechos. De otro modo, la iniciativa se quedará en agua de borrajas, como ya ha ocurrido en años pasados.
Más allá de los beneficios que esta reforma pueda causar en aquellos trabajadores que se emplean en el sector formal, ésta plantea retos a la clase trabajadora mexicana en general. En primer lugar, porque se pone al descubierto que por necesarias que resulten las reformas sociales, éstas siempre están determinadas por un límite, que es únicamente el de mejorar las condiciones de vida y de trabajo; es decir, no rechazan la relación de explotación que el capitalista establece con los trabajadores. Por esa razón, Rosa Luxemburgo, advertía que las reformas sociales por indispensables que resulten son sólo el medio para alcanzar el fin último, el de una sociedad en que no exista la explotación humana.
Y el otro reto que esta coyuntura plantea a los trabajadores mexicanos es que, si bien es cierto que los propios empresarios de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) están a favor del incremento del periodo vacacional, por otro lado, amagan con que el incremento sea gradual porque, acusan que con la situación económica nacional e internacional, el cambio propuesto será perjudicial, pero para sus ganancias, ¡claro está! No podía ser de otro modo.
En ningún momento de la historia del capitalismo los empresarios han estado a favor de la regulación de la jornada laboral; incluso, cuando el propio Estado ha impulsado dichas regulaciones; simplemente porque su único fin es el de incrementar sus ganancias a costa de las diferentes formas de explotación.
El desafío, pues, para los trabajadores mexicanos en esta coyuntura es una vez más, tal como ha sucedido a lo largo de la historia, la organización política de sus fuerzas. La emancipación de los trabajadores sólo puede ser obra de los trabajadores mismos.
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