Aunque no hay margen para el optimismo, como es costumbre en estas fechas, deseo que este año sea bueno para todos quienes me hacen favor de prestarme su atención y para todo mundo, aunque sé de antemano que el inicio de un año no represente otra cosa que el término de un ciclo más realizado por nuestro planeta en su órbita alrededor del sol y el inicio de uno nuevo. ¿Qué dice la realidad?
De acuerdo con lo que reporta la prensa, este 2023 que apenas comienza, “se incrementará de forma violenta el alza inflacionaria debido al incremento del IEPS (Impuesto Especial a la Producción y Servicios), a las gasolinas, refrescos y cigarros la cual dejará un aumento nominal del 7,79 % en estos productos que están inscritos entre los periféricos de la canasta básica; lo cual provocarán una cascada de aumentos en los precios de casi todos los productos”. Especialistas en economía pronostican que esta cuesta de enero “será más pesada” que en años anteriores sobre todo porque el 2022 fue uno de los años más complicados en materia financiera por los incrementos de los precios a lo largo del año.
Lo cierto es que la cuesta de enero, y la de todo el año, no la vivimos todos los mexicanos por igual, solo la sufrimos y padecemos quienes pertenecemos a la población de escasos recursos, la clase trabajadora, puesto que los dueños del dinero, por el contrario, ven incrementar sus capitales y sus fortunas con cada nueva crisis que se presenta, las cuales, dicho sea de paso, no son más que el síntoma de la concentración, cada vez mayor de la riqueza social que producimos entre todos, en una menor cantidad de manos, lo que ocasiona, por el otro lado, un aumento del empobrecimiento de las grandes masas
Este grave fenómeno (propio del sistema económico llamado por los aduladores del capital “de libre mercado!, aunque las grandes mayorías nunca tengan nada que llevar a vender salvo su fuerza de trabajo por carecer absolutamente de medios con los que se producen las mercancías, circunstancia que le quita todo carácter de libertad al mercado) basado en la “inversión productiva” mediante la compra de esa fuerza de trabajo por los dueños del capital, para ponerla a funcionar en su provecho por ocho horas diarias o más, revalorizando así constantemente su capital mediante el agregado continuo de valor nuevo mediante el trabajo vivo a los valores producidos con anterioridad con el trabajo humano invertido en la producción de la mercancía de que se trate: “bienes o servicios”. Este fenómeno, repito, que tiene “de manera natural” a las grandes mayorías cada vez más empobrecidas y a unos pocos “afortunados” en la lista de los más ricos del planeta, pudiera atenuarse de manera muy importante en nuestro país, mediante la implementación inmediata de una política económica desde el gobierno, si hubiera real voluntad de favorecer en serio a los más pobres, voluntad que no existe en el presente, con cuatro medidas sencillas y eficaces de redistribuir de mejor manera la riqueza social: Empleo parara todos, salarios remuneradores que alcancen para satisfacer las necesidades elementales de las familias trabajadoras del campo y de la ciudad; una política de cobro de impuestos progresiva con la que paguen más los que mayores posibilidades de hacerlo tienen y poco los que pocos recursos tienen, y una reorientación del gasto público priorizando la inversión pública donde más lo necesita la sociedad. Sin embargo, para que esto se vuelva una realidad, se necesita un pueblo organizado, educado, politizado, concientizado y en lucha por ganar, para él, las riendas del poder político desde donde pueda poner en práctica sin demora esas medidas indispensables para una redistribución de la renta nacional y la conquista de mejores condiciones de vida, más justa y equitativa, como la necesitamos y nos la merecemos todos los mexicanos. sin excepción.
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