Cuando hablamos acerca de los nuevos modelos pedagógicos y sobre la forma en la que se puede potenciar el sinfín de habilidades que los educandos puedan tener, sin duda, más de alguno tiende a impresionarse al darse cuenta de lo lejos que estamos, en el país, de poder impulsar una educación de calidad.
Las últimas estadísticas apuntaban a un rezago estudiantil de años que difícilmente podría atenuarse a no ser que se implementase un modelo que realmente atacara la problemática de las comunidades rurales y, entendiendo su entorno, se tomaran alternativas consecuentes.
La educación pública, por su parte, cada vez recibe golpes mortales que abarcan tanto el presupuesto destinado a esta, como el menor gasto en la infraestructura y la adecuación de modelos caducos, entre otras grandes amenazas.
Parece ser que la educación en el país es privilegiada. Sí, solo aquellos que tengan el poder adquisitivo suficiente podrán optar por las distintas organizaciones de alto nivel que hay en México. La educación pública, por su parte, cada vez recibe golpes mortales que abarcan tanto el presupuesto destinado a esta, como el menor gasto en la infraestructura y la adecuación de modelos caducos, entre otras grandes amenazas.
Sin embargo, he escuchado hablar con pasión a algunos integrantes del magisterio acerca de cómo el modelo propuesto por la Organización es “lo que México necesita”, dicen. Hablan de cómo sus distintos ejes potencian el desarrollo de una educación integral y que, dicho sea de paso, toma en cuenta a toda la comunidad estudiantil (trabajadores de la educación, directivos, padres de familia, alumnos, etcétera).
Sin embargo, cuando se enteran de que este modelo es propuesto por Antorcha, cuando abiertamente declaramos nuestra posición política (e ideológica), parece que las grandes ideas se visten con un velo de incertidumbre. “Ah, pero es de Antorcha”, dicen. Y con esto, las loas y las fanfarrias culminan.
Caso parecido ocurre cuando hablamos de nuevos modelos educativos que devienen de países de “ideas extrañas”, y la sábana del fantasma que recorría Europa fue mandada a la lavandería para después prestarla al pueblo cubano. Cuando se habla de las hazañas de Cuba, uno no puede sino sentir orgullo de ver erigirse una nación de hombres humildes y trabajadores que hacen frente a los enemigos del imperio capitalista, pero con este gran mérito, una campaña de desprestigio internacional ha comenzado.
Un “anticubanismo” se respira, usando a la isla como ejemplo contrario de lo que en verdad es. Por supuesto, no podría ser de otra forma, pues nada convendría más a los poderosos que difundir el hecho de que aún las naciones más pobres y pequeñas pueden llegar a alzarse y reivindicar su papel de naciones dominadas.
Así pues, la medicina y la educación cubanas, que están adelantadísimas a nosotros (ejemplo claro fue su dominio de la pandemia por el covid-19), son un ejemplo para el pueblo cubano que tanto ha luchado por quitarse los grilletes imperialistas. Una vez fértil el suelo de la revolución, había que pensar: ¿Cómo vamos a educar a tanta gente con tan pocos recursos? Y de ahí, de la pregunta sencilla, nació la idea gloriosa.
El programa cubano de alfabetización “Yo, sí puedo” ha tenido un gran impacto en la sociedad cubana y ha sido reconocido a nivel internacional como un modelo exitoso de alfabetización. Desde su puesta en marcha, el programa ha logrado alfabetizar a más de 9 millones de personas en Cuba y en otros países de América Latina, el Caribe, África y Asia.
Según datos oficiales del Ministerio de Educación de Cuba, el programa “Yo, sí puedo” ha permitido que gran parte de los cubanos logren leer y escribir, lo que representa un 99.7 % de alfabetización en el país. Además, se estima que millones de personas en otros países han sido beneficiadas por este programa.
El método utilizado en el programa “Yo, sí puedo” se basa en el uso de materiales audiovisuales y tecnología de la información para enseñar a leer y escribir a adultos de forma rápida y efectiva. Según estudios realizados por la Unesco, este método ha demostrado ser altamente exitoso, ya que el 96% de los participantes logra alcanzar niveles básicos de lectura y escritura en un período estimado de seis meses.
Además, el programa incluye un componente de educación cívica y valores, que busca promover la participación ciudadana y el fortalecimiento de la identidad nacional en los participantes. Esto ha permitido que las personas alfabetizadas se conviertan, a su vez, en agentes de cambio en sus comunidades, promoviendo la educación y la cultura. ¿No es esto evidencia irrefutable de una educación de calidad?
En términos de impacto social, se estima que la alfabetización de adultos a través de este programa ha tenido un efecto positivo en la reducción de la pobreza, el fortalecimiento de la democracia y la promoción de la igualdad de género. Según datos del Banco Mundial, la tasa de analfabetismo en Cuba ha disminuido significativamente desde la implementación del programa “Yo, sí puedo”.
En Cuba incluso se ha alzado la bandera blanca, insignia luminosa que deja ver que en “el verde Caimán” no existe quien leer o escribir no pueda.
Aún a sus detractores, (quienes, por cierto, lo único que han podido “argumentar” contra este método es que les resulta “más complicado” que la forma tradicional de aprender a leer y escribir) ha sorprendido el avance que ha tenido el pueblo cubano liberando su espíritu y mente porque, claro, aquel que abre paso al intelecto de los hombres, abre paso también a su libertad y a sus exigencias más sentidas.
Aquí podríamos charlar “largo y tendido” acerca de la didáctica, del trabajo en equipo, de la potenciación cognitiva que ha permitido el método, pero esto será material para otro trabajo. Aquí sólo me queda agregar mi reconocimiento fraterno al pueblo rebelde que sigue siendo ejemplo, aun atravesando por los vericuetos más hostiles.
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