Ha iniciado el último año de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como presidente de la República, lo que coincide con la fase final del proceso iniciado desde hace meses para nombrar a quien será el candidato, seguramente ya predeterminado por el presidente y sus aliados, para suceder a AMLO al frente del Poder Ejecutivo de nuestro país.
En vez de dejarnos llevar por el ruido del show montado desde el poder para volver a engatusar a los votantes, lo que incluye un costoso tour de varios meses para placear por todo el país a las denominadas despectivamente “corcholatas”, bien haríamos los mexicanos en evaluar los verdaderos resultados obtenidos por el gobierno de Morena, ese partido formado por una gran cantidad de integrantes de la clase política tradicional mexicana, que abandonaron sus antiguos partidos y con maquillaje nuevo se presentaron en sociedad como la salvación de México, como cabezas de un movimiento equivalente a una revolución social, tan trascendente como la Independencia, la Reforma y la Revolución Mexicana.
Hay muchas promesas incumplidas por los gobernantes morenistas, pero empecemos por la más general y trascendente: ¿verdaderamente ha sido una revolución social lo que ha ocurrido en nuestra patria desde el año 2018 a la fecha? ¿Hay acaso un cambio sustancial en la manera como se distribuye la riqueza generada por los trabajadores? ¿Llegó al poder una nueva clase social que está impulsando, o aplicando si fuera el caso, un proyecto de país a favor de los más pobres? ¿Han disminuido acaso la pobreza y la violencia? ¿Han mejorado la educación y la salud? ¿Ya no hay carencia de servicios básicos, ni colonias miserables…? Nada de eso ha ocurrido; creo que en eso hay que fijarnos en vez de prestar toda nuestra atención a las múltiples ridiculeces que están escenificando en el ring montado por órdenes salidas desde el Palacio Nacional para entretener y desviar la atención del público.
No hay tal revolución ni transformación histórica. “Resulta imposible considerar su movimiento como una revolución auténtica” escribió el Ing. Aquiles Córdova Morán, refiriéndose al gobierno morenista, y agregó: “No gobierna una nueva clase social, sino una mezcla confusa y heterogénea de comunistas, ex comunistas, socialdemócratas, izquierdistas teñidos de progresismo, tránsfugas y trepadores profesionales de los viejos partidos que perdieron el poder y uno que otro ricacho que aprovecha el poder de Morena para proteger y acrecentar sus negocios. Tampoco vemos una política clara y sistemática respecto al viejo Estado “neoliberal”, ni ningún proyecto digno de este nombre para levantar una economía más fuerte y equitativa, sobre todo para las clases de menores ingresos. Podemos afirmar por eso que la 4T se halla a varios años luz de una revolución verdadera”.
La 4T no es una revolución, ni siquiera se ha movido un solo milímetro hacia un Estado de bienestar similar al de los países nórdicos, que al parecer le sirve de modelo a López Obrador cada que quiere presentar una imagen atractiva de lo que según él serán, por ejemplo, los servicios de salud durante su sexenio, pues oculta o ignora, para el caso da lo mismo, que para aplicar en México algo parecido a ese “sistema de salud nórdico”, que en efecto se sabe que opera con un alto nivel de calidad en la atención médica, tendría que usar su mayoría en el Congreso e imponer una reforma fiscal que obligara a los multimillonarios mexicanos, varios de ellos muy cercanos a su gobierno, a pagar más impuestos para que el volumen de recursos captados por el Estado mexicano tuviera un incremento por lo menos del doble y se pudiera financiar todo el gasto social prometido a raudales en las campañas.
Pero eso ni siquiera lo intentará. La propia Cancillería del gobierno actual elaboró un documento, que al parecer no leyó o de plano ignoró el presidente, donde dice, respecto al sistema danés y sus mayores posibilidades de gasto social: “Para que el Estado pueda mantener este sistema, primero debe recaudar; por ello, toda la poblacio?n contribuye, los impuestos son altos y se aplican en forma universal y progresiva; es decir, las tasas impositivas son mayores para los que perciben ma?s ingresos y menores para aque?llos con menos ganancias monetarias” (Estado de Bienestar en Países Nórdicos, documento elaborado por el Instituto Matías Romero, en 2020).
La resultante de esa política fiscal progresiva fue que en Dinamarca el Estado captó el año pasado el 42.7% del Producto Interno Bruto, es decir, casi la mitad del valor de lo producido en un año, mientras que en México lo captado fue el 16.7% del PIB. Y eso no lo cambió la 4T aunque pudo hacerlo usando su mayoría legislativa. Bajo el gobierno de López Obrador los ricos no pagan más impuestos e incluso se han vuelto más ricos.
Al referirse a este punto, dijo AMLO cuando era candidato: “no va a haber necesidad de aumentar los impuestos, en todo el gobierno no va a aumentar el IVA, el Impuesto Sobre la Renta, no vamos a pedir prestado, no va a seguir aumentado la deuda pública, y no van a haber gasolinazos”. Sí hubo gasolinazos, sí se incrementó la deuda, pero no hubo un aumento de impuestos a los más ricos y por lo tanto el presupuesto público disponible se mantuvo casi invariable. Y así no hay forma alguna de disminuir la pobreza y la marginación; no se puede construir, por ejemplo, un sistema de salud “como el de Dinamamarca”, ni construir caminos, viviendas, escuelas de tiempo completo, albergues estudiantiles, guarderías, introducir agua, luz, drenaje y pavimento en los miles de pueblos y colonias que carecen de esos servicios, hacer carreteras y calles bien pavimentadas, fomentar la cultura y el deporte (para que los atletas no tengan que vender envases de plástico o lencería para participar en eventos internacionales). Lo único que hizo el gobierno de Morena es decir mil veces que era un gobierno de los pobres y para los pobres, pero sin cambiar para nada las deplorables condiciones materiales en que viven esos millones de pobres, y concentrar el dinero público en algunas acciones ampliamente difundidas para comprar votos y en pagar espectaculares para mostrar los rostros de los participantes en el juego sucesorio. Una verdadera burla que si hubiera más consciencia y educación política en el pueblo, bastaría para repudiar a Morena y sus candidatos, hacer a un lado todo su aparato de mentiras y negarles el voto ciudadano.
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