Está terminando la administración de López Obrador y se aprestan a ser gobierno los autollamados constructores del segundo piso de la Cuarta Transformación. Pero ante esto cabe preguntarse: ¿de qué transformación se habla?
Es cierto que el término transformación refiere al simple cambio de forma de un fenómeno, lo cual implica que el fondo sigue siendo el mismo, aunque bajo una forma distinta. Esto es exacto si nos referimos a que los problemas del pobre y sufrido pueblo de México, sojuzgado desde la colonia por los gachupines, siguen siendo los mismos.
Hoy vemos al sistema económico gozando de cabal salud, pero ahora bajo el neoliberalismo, su último modelo, más crudo y feroz, que arrebata y concentra mayores cantidades de riqueza social, acumulándola en las manos de unos cuantos favorecidos desde el poder.
A pesar de que vieron “lograda” la independencia de España en 1821, esta se llevó a cabo “curiosamente” por un destacado representante de los intereses de los españoles en México para evitar caer bajo la legislación liberal bonapartista de las Cortes de Cádiz.
Tal expresión del poder burgués se extendía en aquellos tiempos por el mundo de la mano de las guerras napoleónicas y había llegado a conquistar también a la otrora superpotencia feudal española. Es decir, con ella, como pueblo oprimido y explotado, no ganaron nada y siguieron bajo las mismas condiciones de sojuzgamiento y opresión.
Con la Reforma, en efecto liberal, es decir, capitalista y burguesa, se distinguió ante todo por liberalizar la economía, haciendo que la tierra, propiedad de las comunidades, pasara a manos privadas para que pudiera desarrollarse la economía.
Esto sucedió en abierta lucha contra los conservadores que defendían el régimen feudal de latifundio, obraje y encomiendas, así como la propiedad de la Iglesia, llamada de manos muertas, pero también contra la propiedad de tierras comunales, que los liberales veían como un obstáculo, pues se requería el ingreso del capital al campo mexicano.
De tal suerte, aun con la Reforma y con el naciente capitalismo, los desposeídos de siempre permanecieron pobres y explotados, pero ahora bajo una incipiente nueva forma.
Las Leyes de Reforma y el desarrollo capitalista ulterior, apreciable en la introducción de medidas económicas necesarias como la construcción del ferrocarril para una mayor circulación de mercancías, materias primas y mano de obra; la extracción de petróleo; el desarrollo de la manufactura, sobre todo textil, hicieron ostensible el enorme obstáculo que significaba ya para entonces el sistema de haciendas como unidades de producción, incompatibles con el desarrollo pleno del nuevo sistema económico.
Y vino la Revolución para completar la tarea con la eliminación del peonaje acasillado, resto del feudo mexicano, opuesto al capitalismo que exigía hombres “libres” de todo, hasta de bienes, para poder “comprarles libremente” su fuerza de trabajo que, aunque tardíamente, venía para entonces a desarrollarse en nuestro país.
Aunque en la Revolución hubo ya expresiones que defendían los intereses del “peladaje”, como las de Villa y Zapata, estos no pudieron hacer triunfar su causa, quedando pendiente lo fundamental de sus reivindicaciones.
Por eso hoy vemos al sistema económico gozando de cabal salud, pero ahora bajo el neoliberalismo, su último modelo, más crudo y feroz, que arrebata y concentra mayores cantidades de riqueza social, acumulándola en las manos de unos cuantos favorecidos desde el poder para agrandar sus negocios, mientras que las mayorías a duras penas sobreviven. El fenómeno, pues, es el mismo: sólo se transformó; cambió de forma.
Pero, ¿qué prometió López Obrador? Que serían primero los pobres, entendido como el sacar de la pobreza al pueblo; acabar con la corrupción y terminar con el neoliberalismo.
¿Qué vemos? En la práctica, que el neoliberalismo ha avanzado extensiva e intensivamente. Está más vivo que nunca y muy lejos de ser combatido en serio con un cobro de impuestos a los más ricos, de forma que el que más tiene contribuya más con el país, con pleno empleo para todos los mexicanos o con salarios verdaderamente remuneradores que alcancen a cubrir todas las necesidades elementales de las familias de los trabajadores del campo y la ciudad.
El neoliberalismo está muy lejos de ser combatido con una reorientación del gasto gubernamental hacia las necesidades reales, necesarias y sentidas de la población, de tal modo que incluso el Gobierno, con una mayor y mejor inversión en la obra pública realmente necesaria en pueblos y colonias marginadas, así como en las esferas fundamentales de la economía, pudiera crear e impulsar muchísimas fuentes de empleo y hacer que la iniciativa privada invierta en ello.
Tales medidas en conjunto, y aun por separado, están totalmente ausentes en la 4T actualmente, y lo estarán en el futuro si persisten en la misma política los electos.
Desde mi punto de vista, tales medidas son necesarias para acabar con la pobreza extrema y, aunque efectivas, no van a la raíz del modo de producción capitalista; sin embargo, implican una más justa y equitativa repartición de la riqueza nacional a la que tenemos derecho todos los mexicanos.
Esas son, por tanto, las medidas que debe emprender todo Gobierno que luche en serio contra el neoliberalismo y contra la pobreza del pueblo, salvo que quiera darnos atole con el dedo.
Sobre la corrupción ya ni hablamos, pues abundan en los medios informativos datos, fechas, hechos, nombres y hasta videos de familiares del primer círculo de poder en verdaderos escándalos que no han sido desmentidos fehacientemente, aunque por conveniencia el presidente de la república sólo reconozca el de sus colaboradores en Segalmex.
Sobre lo de terminar con la pobreza del pueblo, queda en sus manos juzgar, muy amable lector.
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