Una de las labores más importantes de cualquier sociedad es la de los educadores. Grandes personajes de la historia como Alejandro Magno, Julio César, Napoleón Bonaparte o Carlomagno no hubieran sido grandes líderes, conquistadores o políticos sin Aristóteles, Apolonio Molón, Jean-Baptiste de Marbeuf o Alcuino de York, sus grandes maestros, respectivamente.
Sin la ardua labor de un guía, la niñez y la juventud, con su creatividad, potencial y poder de transformación, se perderían en el paso de la historia, sin progresos significativos en el desarrollo de nuestra sociedad y de ningún tipo.
La educación es una herramienta poderosa para cuestionar estructuras de poder, desmitificar las injusticias y empoderar a los ciudadanos a tomar decisiones conscientes.
En nuestro país parece que no se piensa igual, pues se les considera a los educadores como un elemento cualquiera de la sociedad, sin más que decir o que ofrecer que cualquier otro ciudadano que desempeñe otro tipo de funciones.
Decenas son las profesiones que se ven mejor remuneradas en México que la del docente, incluso algunas de ellas que se pueden ejercer sin haber concluido la educación superior.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) y de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México se encuentra entre los países con salarios más bajos para docentes.
De acuerdo con un informe de 2021 de la OCDE, el ingreso anual promedio de un docente mexicano en nivel primario era de aproximadamente 8 mil 500 dólares, en contraste con el promedio de los países de la OCDE de alrededor de 32 mil dólares.
Un estudio de 2020 de la OCDE reveló que los docentes en México trabajan en promedio 42 horas a la semana, lo que es superior al promedio de muchos países. Además de las horas frente a grupo, los docentes dedican tiempo a preparar clases, calificar trabajos y otras actividades administrativas.
Otros factores que demeritan en México la labor de los docentes son las deplorables condiciones en las que se les manda al aula, sin un correcto proceso de capacitación, sin un plan de desarrollo, en espacios donde es imposible dar clase, con un volumen de alumnos gigantesco (más de 50 alumnos en un aula) y, casi siempre, con contratos temporales para no generar antigüedad.
En regiones afectadas por la violencia y la inseguridad, los docentes enfrentan incluso peligros; de acuerdo con cifras del Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), hay estados en donde los docentes han reportado amenazas y condiciones riesgosas en el entorno escolar.
Es necesario implementar una serie de cambios que dignifiquen su labor y mejoren el sistema educativo en general. Una de las primeras acciones prioritarias es el incremento salarial y la mejora de sus condiciones laborales, con verdaderas prestaciones que les permitan desempeñar su actividad sin tener que tomar turnos adicionales o trabajos alternos.
Es fundamental que se realice una inversión en la infraestructura educativa, dotando a las escuelas de los recursos necesarios, como acceso a internet, computadoras, materiales didácticos y libros actualizados.
Los docentes deben tener acceso a programas de formación y capacitación continua, con cursos especializados, talleres y herramientas que les permitan desarrollar nuevas habilidades y mejorar su práctica pedagógica.
El docente, en muchos contextos, representa mucho más que un simple transmisor de conocimientos; encarna la posibilidad de transformación social. Esto se debe a que la educación es una herramienta poderosa para cuestionar estructuras de poder, desmitificar las injusticias y empoderar a los ciudadanos a tomar decisiones conscientes.
En una sociedad capitalista, cuyo enfoque está en la producción, el consumo y el mantenimiento de estructuras que promueven la desigualdad, el docente se convierte en un “peligro” potencial porque fomenta el pensamiento crítico, promueve valores éticos y solidarios y visibiliza problemas sociales que afectan a las poblaciones más vulnerables.
El sistema capitalista tiende a promover una educación “utilitaria”, enfocada en la formación de mano de obra calificada que alimente el mercado, pero que no necesariamente estimule el pensamiento crítico ni fomente valores colectivos.
Los docentes que buscan formar ciudadanos críticos y conscientes se enfrentan a presiones para alinearse con planes de estudio que priorizan habilidades laborales sobre valores éticos y conciencia social.
Al no ser apoyados ni valorados, se envía un mensaje de que el conocimiento crítico y la transformación social son peligrosos para un sistema que se alimenta de la homogeneización y la falta de cuestionamientos profundos.
Por ello, reivindicar al docente es un acto de resistencia contra el discurso que busca subordinar la educación al mercado. Apoyar al docente significa también reconocer el valor de una educación que no se limite a reproducir las desigualdades, sino que permita construir un proyecto social más justo, equitativo y consciente.
Al dignificar al docente y su labor, se desafía la idea de que la educación debe ser un medio para perpetuar un sistema injusto y se reivindica como un espacio de emancipación colectiva.
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