En las fechas que corren se celebraron las elecciones presidenciales en Venezuela. Con un 59% de participación de la ciudadanía, el resultado electoral fue claro: 51.2% favorece al candidato Nicolás Maduro y el 44.2% al candidato opositor, Edmundo González Urrutia, quien fue cargado por Corina Machado.
De inmediato se lanzaron las fuerzas reaccionarias, organizadas en el occidente colectivo, a desconocer los resultados, a generar acciones violentas y virulentas, a mentir y a generar en la opinión pública, ante su derrota, la idea de que hubo fraude, de que hubo imposición, etc.; sin embargo, esas son, como decimos en México, patadas de ahogado, pues en el fondo vimos todos que el aparato internacional y el capital tenía la intención de quitarle el poder a los herederos del chavismo, pues quieren hacerse del poder en el país que tiene la mayor cantidad de reservas de petróleo en el mundo (jugoso negocio).
Debe el chavismo construir un partido de vanguardia, que unifique sus fuerzas y que permita el triunfo del socialismo efectivamente con el arraigo de las clases populares, como fuerza mayoritaria, en el poder político de aquella nación.
Hay que reconocer que la población en Venezuela está dividida y los resultados electorales demuestran eso. Las clases ricas de Venezuela, que habían ostentado el poder durante décadas, vieron su condición cambiar a la llegada de Chávez, quien claramente planteó la construcción de un socialismo, sin renunciar al mercado, pero sí tomando medidas enérgicas en esa dirección: controlando a la empresa de petróleos, haciendo algunas expropiaciones, construyendo programas de beneficio social y fortaleciendo a las organizaciones populares, etc.
En ese sentido, una vez que Maduro toma el poder, desafía a las clases ricas y desafía a los poderosos imperialistas de Norteamérica, con un discurso en favor de las clases populares y acciones tendientes a beneficiar real y verdaderamente al pueblo venezolano, como el programa de vivienda que ha favorecido a más de 5 millones de habitantes que han recibido, en calidad de su patrimonio, una casita; o el programa de médicos cubanos que han mejorado la salud del pueblo, entre otros.
A la muerte de Hugo Chávez, que fue en mayo de 2013, derivada de un cáncer sumamente agresivo (del que hubo sospechas si no habría sido provocado), se convocó a elecciones presidenciales, en las cuales Maduro obtuvo 7.5 millones de votos, que representaron el 50.66% y Henrique Capriles 7.3, que representó el 49.12% de la votación. En el año 2018 se vuelve a postular Nicolás Maduro y en esta ocasión arrasó con 6.2 millones de votos que representaron el 67.84% de los votos y su contrincante, Henri Falcón, más cercano obtuvo 1.9 millones de votos que representan el 21% de la votación emitida.
Al año siguiente, la oposición derechista de Venezuela toma un aire y logra hacerse con la presidencia de la Asamblea Nacional y en un golpe de supuesta astucia, Juan Guaidó, el entonces presidente de la Asamblea Nacional se nombra por sí y ante sí, “presidente encargado” de Venezuela, rompiendo todos los principios democráticos que sus promotores, si son otros, reclaman airadamente. En este caso, hacen mutis, no dicen nada y hasta aplauden a Guaidó, por su hazaña. Sin embargo, el proceso les dio un golpe de realidad y el que en un principio fuera respaldado por la comunidad internacional reaccionaria, que obedece a los intereses del famoso “Occidente colectivo”, se fue desinflando hasta que fue aplastado y ahora el “presidente encargado” no se sabe de su existencia. Muchos que creían muerto con acciones de este tipo al modelo chavista de desarrollo de Venezuela, fueron a topar con pared y quienes creían que Maduro no podría con el paquete, demostró lo contrario gracias a su cercanía con el pueblo, a través de sus organizaciones populares.
En esta ocasión, la realidad le vuelve a dar un golpe a la derecha venezolana que, con el apoyo del occidente colectivo, se dio a la tarea de generar una campaña de desprestigio contra el gobierno de Maduro, acusándolo de “dictador” y dando la impresión, a través de las redes sociales, que el candidato de oposición superaba por mucho a Maduro. La tarea era generar la percepción de triunfo, usando todo el aparato mediático nacional e internacional, para que, una vez que perdiera la derecha, como sabían que perdería, se dieran ahora a la tarea de desconocer los resultados y hacer revueltas en calidad de “golpe de estado”. Ese es el ambiente poselectoral.
Sin embargo, lo más importante es la movilización popular alrededor de un proyecto que se declara a favor de los trabajadores y que lo ha demostrado. Pese a todos sus aciertos y deficiencias, el chavismo, ahora encarnado en Nicolás Maduro, se ha planteado claramente la construcción de un socialismo y la lucha contra el imperialismo y todos sus males.
El gobierno de Maduro, debe reconocer las fallas que se provocan derivadas de la burocracia, de la falta de politización de los cuadros dirigentes y, por ende, de las masas; debe aprender a construirse y reconstruirse constantemente; como dijo Martha Harnecker a Hugo Chávez, debe el chavismo construir un partido de vanguardia, que unifique sus fuerzas y que permita el triunfo del socialismo efectivamente con el arraigo de las clases populares, como fuerza mayoritaria, en el poder político de aquella nación.
Así que, sólo la unidad bolivariana, sólo la lucha tenaz y decidida para acabar con las injusticias derivadas del régimen capitalista de producción y del imperialismo, deberán ser vanguardia y nosotros no debemos confundirnos en el mar de una propaganda manipuladora, preparada y lanzada desde las cloacas de la hipocresía de las clases poderosas que quieren el poder, no para mejorar la suerte de los venezolanos más humildes, sino para hacerse de sus recursos naturales y enriquecerse como clase.
Muchos mexicanos se confunden y son también víctima de esta propaganda antichavista. Les dicen “no queremos en México un Venezuela”; sin embargo, nada que ver, pues la 4T nunca ha planteado que su modelo de desarrollo sea el socialismo; por el contrario, han calificado a su modelo de “humanismo mexicano” (que como ya hemos dicho, lo humano no puede ser mexicano, es de toda la humanidad, pero bueno…). Quieren presentarnos a Maduro como un dictador, sin embargo, la voluntad popular se refleja en las calles: el cierre de campaña, el acompañamiento del pueblo en la defensa de los resultados electorales demuestra que Maduro no es fruto de una imposición dictatorial. Si hablamos de imposiciones dictatoriales, ¿qué dice Corina Machado de la imposición de Trump o Biden (que ante su renuncia entra Kamala Harris) como candidatos en EE. UU.? La derecha aplaude la decrepitud del modelo norteamericano.
El pueblo de México, los mexicanos, debemos ver en el triunfo de Nicolás Maduro un bastión para la resistencia en contra del imperialismo y una luz de esperanza que demuestra que el pueblo tiene la posibilidad de acercarse a uno de sus objetivos fundamentales: educarse y organizarse para luchar por la construcción de una sociedad socialista que ponga el acento en las clases más humildes. Por eso, podemos decir que, pese a toda la propaganda, Venezuela triunfó, pues las clases más humildes de Venezuela ganaron el poder y harán más cosas por el bien de la gente desamparada. La construcción de un partido revolucionario unido y sólido garantizarán que Venezuela logre cumplir su cometido en la construcción del socialismo en América Latina.
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