Se acaban de cumplir 114 años del inicio de la Revolución mexicana, cuyos principales combatientes, de uno y otro bando, fueron los mexicanos humildes, los peones de la tierra y los obreros de la naciente industria.
Fueron entre 1.5 y 3.5 millones de mexicanos muertos en las batallas; murieron por un ideal: que la vida sea mejor, tal vez no para ellos, sino para sus descendientes. ¿Vivimos mejor nosotros, los descendientes de esos revolucionarios?
La presidenta de México, Claudia Sheinbaum Pardo, ha dicho que hoy vivimos el segundo piso de la 4T, que trae consigo la consolidación de la justicia, la democracia, las libertades, en fin, que todos los mexicanos estamos viviendo una época de bonanza y progreso. Con eso quiere decir que la revolución ha cumplido su propósito.
Claudia Sheinbaum ha dicho que hoy vivimos el segundo piso de la 4T y con eso quiere decir que la revolución ha cumplido su propósito. Sin embargo, los mexicanos que pertenecemos a la clase trabajadora sabemos que eso no es cierto.
Sin embargo, los mexicanos que pertenecemos a la clase trabajadora sabemos que eso no es cierto. En la educación pública, muy poco tiempo después (1921) de que se firmó la Constitución de 1917, se implementó el plan para abatir el analfabetismo (una de las banderas de lucha de los revolucionarios) que afectaba a casi el 80 % de la población.
Al paso de los años se creó la infraestructura educativa que permitió al Estado mexicano acabar con ese mal y propiciar que el nivel educativo de la población sea de cuando menos la secundaria, como hoy lo es.
Pero la educación pública se está desmantelando. Cada vez se ve más claramente que se abandona para darle paso a la educación privada. Sólo así se puede explicar el deterioro de las escuelas y el desinterés por mejorarlas, el desinterés en dotarlas de las modernas tecnologías de la información y la comunicación; se abandona a los estudiantes más humildes al quitarles las escuelas de tiempo completo y olvidarse de la calidad educativa.
En el caso de los derechos laborales, otra de las banderas de lucha más importantes de los revolucionarios, fue hasta 1931 cuando se promulgó la Ley Federal del Trabajo, que establece derechos como salarios suficientes, vacaciones, aguinaldos, vivienda, servicio médico, etcétera. En el caso de la salud, fue hasta 1943 cuando se creó el Seguro Social, que debería proteger la salud de los trabajadores y sus familias.
Pero los trabajadores sabemos que una cosa es lo que está en el papel y otra cosa es lo que sucede en la realidad. Conseguir trabajo es toda una ordalía, incluso para quienes tienen estudios de licenciatura. Conseguir buenos salarios es otro tormento, pues hay que trabajar doce horas o más, incluso sábados y domingos, para obtener algo de dinero que cubra las necesidades más elementales.
Uno de los resultados de la falta de trabajo y buenos salarios es la emigración de cientos de miles de mexicanos cada año; otra consecuencia es que miles de jóvenes se enrolan fácilmente en las filas de las organizaciones criminales.
A todo esto, se suma la gravísima situación que vivimos por la crisis que hay en el servicio de salud: no hay suficientes hospitales ni clínicas ni suficientes aparatos de detección de enfermedades (los que existen son obsoletos), faltan médicos y faltan medicinas. El pueblo mexicano está abandonado a su suerte. Ya prácticamente el servicio de salud pública ha desaparecido.
Además, la proliferación de organizaciones criminales y la inacción de las autoridades de seguridad pública dejan a los mexicanos expuestos al robo, al secuestro, al despojo, al asesinato. No hay justicia ni seguridad, la Policía brilla por su ausencia; vivimos con el “Jesús en la boca”, lo que no ayuda a las libertades sociales necesarias para transitar y trabajar en el país.
Pero todo esto tiene su explicación:
A pesar de que la Revolución fue peleada por los campesinos y obreros, quienes tomaron el poder político de la nación fueron los burgueses dueños de las empresas, los banqueros, los grandes comerciantes. Ellos fueron los ganones. Para ellos sí hubo justicia, democracia y libertades, como dice la presidenta, porque cada vez son más ricos. Pero los obreros y campesinos siguieron su vida de pobreza y necesidades.
Y en eso andamos. A más de un siglo de Revolución, los pobres seguimos esperando justicia. Pero eso se debe a un pecado de origen: nunca hemos tenido un partido político propio ni entendemos que sólo organizados en ese partido podremos aspirar a tomar el poder político de la nación. Sólo teniendo en nuestras manos el poder, podremos darnos una vida mejor. Basta de soñar con un salvador o un superhéroe.
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