En el marco de la globalización, la política laboral impuesta por el capital se caracteriza por facilitar y flexibilizar las condiciones de contratación y despido; flexibilizar el perfil y la descripción de los puestos de trabajo; flexibilizar la jornada de trabajo a fin de que las horas extraordinarias y los trabajos en días no laborables sean viables, y flexibilizar la forma de pago, mezclándola con estímulos por productividad o intercambiándola por trabajo a destajo, a domicilio o subcontratación.
Para los dueños del capital, la globalización es una oportunidad para desarrollo de las naciones, mientras que para los trabajadores es un proceso devastador de las condiciones materiales de vida y de sus derechos laborales. Lo cierto es que la globalización avanza a pasos agigantados manteniendo esas dos visiones: generación de oportunidades y deterioro de las condiciones sociales laborales.
Jean Bodin (1530-1596) en su obra “Los seis libros de la República” desarrolla sus conceptos del Estado y la soberanía bajo el influjo de la escolástica y el humanismo propio de su tiempo, en donde la razón se sometía al pensamiento religioso. Para Bodin la soberanía reside en el soberano cuyo poder emanaba de Dios, es decir, que en un Estado democrático la soberanía recae en el monarca, sí, pero por mandato divino.
Thomas Hobbes (1588-1679), en su obra “Leviatán” nos dice que todos los hombres han dado la soberanía a quien representa su persona. Bajo el influjo de la realidad en la Inglaterra de aquella época, Hobbes reconocía que la soberanía la tenía el rey, sin embargo, afirmaba que ese poder no provenía de ninguna fuerza divina, sino que los hombres se la habían otorgado al soberano.
Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) en su obra “El contrato social”, influenciado por Hobbes, entiende que la soberanía reside originalmente en el pueblo: “como la naturaleza da a cada hombre un poder absoluto sobre sus miembros, así el pacto social da al cuerpo político un poder absoluto sobre todo lo que es suyo. Este mismo poder es el que, dirigido por la voluntad general, lleva el nombre de soberanía".
Estas breves referencias demuestran que el concepto de soberanía, como todos los conceptos del hombre, son producto del desarrollo histórico de una época determinada: así el concepto de soberanía, como vemos, ha transitado desde la falsa idea de que el rey o monarca era el representante de Dios en la tierra y por ello estaba investido de un poder respetado por todos, hasta la idea de que el poder que ostenta el soberano no es otorgado por Dios, sino por los hombres mismos, quienes están de acuerdo en que el soberano ostente dicho poder, pero con la clara conciencia de que en cualquier momento al soberano pueden quitarle el poder por ellos conferido.
Vivimos en un modo de producción capitalista que ha alcanzado un importante nivel de desarrollo: el imperialismo. Las fuerzas productivas han alcanzado niveles de desarrollo jamás imaginados, por ejemplo las comunicaciones y los avances tecnológicos han generado importantes transformaciones en las relaciones que existen entre los Estados soberanos, pues el crecimiento desorbitado del capital que hoy en día se concentra en unas cuantas personas, quienes, a través de sus empresas, la comercialización de sus mercancías y la transferencia mundial de cantidades gigantescas de dinero, tienen presencia en todos los países del mundo (por ejemplo la Coca-Cola) y han ido adquiriendo el poder económico suficiente para influir en forma decidida en las decisiones políticas de los Estados.
Entendida la soberanía como un concepto ideal creado por el hombre, este se va adecuando de manera compleja, abierta o velada, al desarrollo económico, político y social de cada nación. Una vez arraigado en el mundo entero, al concepto de soberanía se le proporciona una serie de principios reconocidos por el derecho internacional convencional y consuetudinario, y en nombre de la soberanía se crean, por ejemplo, las organizaciones y tratados internacionales.
Así las cosas, la personalidad jurídica del Estado le permite autodeterminarse en asuntos internos de cada nación y para defender su independencia e igualdad ante otros Estados igualmente soberanos. En el sentido interno, la soberanía comprende la autodeterminación tanto en el ámbito económico como político y cultural. En el sentido externo, es decir, en relación con el resto de los Estados soberanos, la soberanía se entiende como la independencia e igualdad que se reconocen mutuamente los Estados en el concierto internacional.
A pesar de que se reconocen como iguales esto es una mentira pues su desarrollo económico y militar es muy distinto, por ejemplo si comparamos a Estados Unidos con una nación como Guatemala. La igualdad es entonces ficticia. Resulta entonces que gracias al concepto de soberanía el derecho internacional existe y sólo en términos conceptuales puede comprenderse que exista igualdad soberana.
Así, la autodeterminación de los pueblos, la integridad territorial, la soberanía permanente sobre sus recursos naturales, la no intervención en los asuntos internos de cada uno de los estados, entre muchos otros principios reconocidos internacionalmente, no son respetados debido a las evidentes diferencias económicas, políticas y militares de las principales potencias imperialistas, cuyo interés por conquistar y dominar el mercado mundial para acrecentar sus capitales, abierta o veladamente, se imponen al resto de los países del mundo.
Se puede establecer, entonces, un vínculo entre el nacimiento del Estado moderno, la elaboración del concepto de soberanía y la aparición del capitalismo en el mundo.
La globalización es un proceso histórico que en su etapa moderna, en la época del imperialismo que vivimos hoy en día, sirve a los intereses del capital en su intento por el control económico, político y militar del planeta entero.
Su aplicación se expresa en políticas de liberalización de mercados, desregulación de aranceles, internacionalización del capital y la privatización de empresas estatales. Su política laboral se caracteriza por facilitar y flexibilizar las condiciones de contratación y despido; la jornada de trabajo; las forma de pago para obtener una mayor ganancia a costa de la miseria de la clase trabajadora.
Los países altamente desarrollados como aquellos en vías de desarrollo, han sufrido fuertemente la crisis financiera iniciada en el 2008 y que hasta ahora no se tienen indicios de recuperación. Sin embargo los países en vías de desarrollo son los que reciben la mayor carga negativa de la crisis en el desempleo.
Por ello se requiere un cambio de modelo económico que procure el mejoramiento de las condiciones del mercado laboral, de la macro y microeconomía, que provoquen una disminución en la crisis global del empleo y que ofrezca bienestar contante y sonante para las clases trabajadoras de México y el mundo.
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