Nikolái Gógol narrador, poeta y dramaturgo, el autor ruso del siglo XIX no solo logró innovar en la literatura de su tiempo, sino también inspirar a los grandes de la generación posterior: Turguénev, Dostoievski y Tolstói. Si bien siempre se consideró defensor del zarismo, sus textos dieron lugar a distintas interpretaciones para criticar esa misma forma de gobierno Zarista. Descendiente de una familia de pequeños terratenientes, en 1828 viajó a San Petersburgo, donde tomó contacto con las distintas aristas de una ciudad fuertemente jerarquizada y burocratizada. Allí trabajó para la administración zarista y, más adelante, dictó clases de historia medieval en la Universidad de esa ciudad. Paralelamente, su deseo de escribir lo llevó a crear una serie de obras que, aún hoy, resuenan allí como en este lado de la región.
En su obra de teatro “El inspector”, que publicó en 1836, el escritor ruso compuso una sátira para criticar la corrupción de los funcionarios políticos y las clases sociales más acomodadas que hacen uso de su condición para sacar provecho.
La historia se sitúa en una pequeña provincia del imperio ruso, con el Corregidor y sus allegados como protagonistas. De repente reciben la noticia de que un inspector irá sorpresivamente al pueblo a ver cómo está funcionando todo, ante lo cual entran en pánico, pues no tienen ningún reparo en reconocer que no sólo no hacen su trabajo bien, sino que son unos corruptos cínicos.
Cuando se ponen a platicar entre ellos cuáles pueden ser las razones de la visita, entre las que se puede encontrar tanto alguna acusación falsa de traición o haber aceptado sobornos. La historia avanza hasta que aparece un personaje misterioso en la posada del pueblo, que es calificado por todos como un caballero muy reconocido, de mirada inteligente y riqueza perceptible; por lo cual asumen que es el esperado inspector y se ponen manos a la obra para intentar adularlo (y sobornarlo).
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