Pido perdón a mis escasos lectores por mi falta de agudeza política, pero por un elemental sentido de honradez intelectual debo confesar que, por más que me esfuerzo en ello, no alcanzo a ver, a captar, el meollo, la lógica profunda y realista del planteamiento de quienes sostienen que, si no efectuamos un riguroso “ajuste de cuentas con el pasado”, si no llevamos a cabo una “operación cicatriz” mediante una persecución sin cuartel y un “castigo ejemplar” de quienes se hallaron al frente del país en momentos ciertamente difíciles y conflictivos de su historia reciente, jamás podremos tomar un rumbo firme y sostenido hacia el progreso económico, político y social de la nación. No veo cómo o por qué el meter a la cárcel, por ejemplo, a expresidentes, pueda jugar el papel de disparo de arranque que lance al país a toda velocidad por sendas de riqueza, progreso y bienestar, aun cuando todos los demás factores de la vida nacional permanezcan sin cambio alguno, tal como ha ocurrido hasta ahora.
Siempre he creído, quizás equivocadamente, que lo que necesitamos para crecer como país es un proyecto económico que, en lugar del desmedido afán de ganancia de unos cuantos, coloque en el centro de su interés la solución de las necesidades de las grandes mayorías nacionales; un proyecto que ponga a la economía al servicio del hombre y no al hombre al servicio de la economía, es decir, que oriente su actividad a la producción de los satisfactores básicos para cubrir las necesidades de toda la población y a la creación de las fuentes de empleo requeridas para que esta misma población cuente con los recursos necesarios para adquirir aquellos satisfactores.
Para ello es necesario que dejemos de poner todas nuestras esperanzas en los mercados extranjeros y en las inversiones provenientes del exterior; es necesario que dejemos de pensar en el mercado como la fuerza ciega pero milagrosa que, por sí misma, sin ninguna intervención del hombre y del Estado, solucionaría adecuadamente todos los problemas de la producción y la distribución de los bienes e instaurará el reino de la justicia social sobre la tierra. Necesitamos un modelo que impulse a las micro, pequeñas y medianas empresas, que constituyen más del 95 por ciento de nuestro aparato productivo y que son las que más mano de obra absorben; que implante políticas que fomenten el ahorro interno y, por tanto, la inversión con recursos nacionales, que es la menos volátil y la más comprometida con la problemática nacional; que fortalezca el mercado interno inyectando recursos a las ramas industriales y de servicios que, por experiencia se sabe, son los principales detonadores del crecimiento, creando así nuevos empleos e incrementar los salarios mediante una eficaz política de elevación de la productividad. Finalmente, que exporte sólo aquello en que seamos realmente superiores al resto del mundo y que fomente la inversión extranjera pero sólo como un complemento útil para la inversión nacional. En fin, sustentar nuestro desarrollo sobre sus propios pies, en vez de tenerlo colgado de los intereses de la economía mundial.
Para todo ello, así como para defender nuestra soberanía sobre nuestros recursos naturales, nuestra independencia para tomar todas aquellas decisiones que afecten la vida de los mexicanos y la capacidad para regimentar nuestra vida y darnos leyes acordes con nuestra historia, nuestra cultura y nuestra idiosincrasia, necesitamos, me parece, contar con el consenso de la mayoría de los ciudadanos, con el apoyo de las principales fuerzas políticas que vertebran a la nación, en una palabra: necesitamos la unidad nacional.
Pero, si no estoy equivocado, los “ajustes de cuentas”, las cacerías de antiguos enemigos aunque se disfrace de elemental justicia, lejos de empujarnos en el sentido propuesto nos empujan, justamente, en el sentido contrario; es decir, siembran y ahondan la división entre nosotros y, por tanto, debilitan a la patria y la incapacitan para elegir y recorrer, libremente, el camino que a sus superiores intereses conviene. ¿Estaremos los mexicanos condenados a vivir en una guerra eterna de los unos con los otros por cuestiones bizantinas, mientras las grandes potencias explotan nuestros recursos y nuestros mercados y las grandes mayorías marginadas mueren de miseria, ignorancia e insalubridad? ¿Es eso lo que queremos? Ojalá que no.
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