MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Marx: objetividad científica y compromiso político

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Nadie duda que Marx era un pensador que estaba a favor del compromiso político de la ciencia; eso es cierto. Desde sus escritos tempranos y pasando por su propio ejemplo, Marx siempre señaló la necesidad de emplear los conocimientos para transformar el mundo. Para él, entonces, las ciencias, y especialmente las sociales, no pueden pretender ser imparciales o apolíticas, asépticas de toda influencia o interés social.

Sin embargo, Marx no abogaba por una ciencia subordinada a la política, por el contrario, él mismo consideraba que las acciones políticas debían estar guiadas y fundadas científicamente. De aquí su particular concepción del socialismo científico, que se oponía a otras formas de política guiadas por prejuicios, mitos, utopías o impulsos voluntaristas.

Pero ¿cómo entender esta relación entre política y ciencia? El problema no es sencillo, pues entre ciencia y política hay una relación complicada que, a continuación, trataré de esbozar en términos sencillos. Veamos:

La ciencia es, esencialmente, un esfuerzo por aproximarse, de la manera más rigurosa, crítica y autoconsciente posible, a la verdad, y la verdad no es otra cosa que aquello que creemos que se corresponde con la realidad. En ese sentido, la ciencia debe buscar, constantemente, los mejores medios, las mejores vías (teóricas, técnicas y empíricas) para aproximarse al conocimiento del mundo.

En el lenguaje cotidiano, cuando decimos que la ciencia es objetiva, lo que estamos diciendo (aunque no siempre lo tengamos claro) es que la ciencia se aproxima a la verdad, es decir, que se aproxima a un conocimiento que, por las razones adecuadas, se corresponde en algún grado bien delimitado con la realidad.

La política, por otro lado, es un ámbito de la realidad social orientado hacia la gestión y administración de los recursos y las personas. Y en realidad siempre estamos haciendo política, por acto u omisión, en la vida pública o privada. Hay política en todo lo que hacemos, dejamos de hacer o permitimos.

Pero uno de los puntos cruciales de la política es que esta ocurre en medio de la desigualdad[1] y la lucha de clases. Esto le otorga un cariz particular que es necesario tener en cuenta, y es que la política, dada esta condición, es una lucha por el poder, una lucha entre diferentes grupos, partidos, estamentos y, finalmente, una lucha entre distintas clases.

Quienes participan decididamente en política se verán orillados, de una u otra forma, a tomar posición en la arena de combate, y en esa medida sentirán la necesidad de conseguir herramientas para su lucha: más brazos, más voces, más espacios de difusión, mejor imagen y, particularmente, mejores discursos.

Por supuesto, y esto es importante señalarlo, los mejores discursos, desde el punto de vista oportunista e instrumental no son, necesariamente, los discursos más verdaderos. Para el político oportunista los mejores discursos son los que le traen mayores beneficios políticos, los que le ganan el ánimo de la gente o lo legitiman frente a ella, sean ciertos o no[2].

Sin embargo, en aras de ganarse el apoyo popular, ningún político dirá que sus discursos son falsos o hechos a modo; todos dirán que sus palabras son verdaderas o que están respaldadas por la ciencia. Al político oportunista no le importa que sus discursos sean verdad, sino que lo parezcan. De aquí la demagogia que nos es tan conocida y chocante.

Pero es en este punto donde surgen las contradicciones entre ciencia y política. La primera y más evidente contradicción es que, mientras la ciencia tiende a la objetividad, y en esa medida intenta alejarse de influencias externas que puedan afectar el rigor de sus investigaciones, la política busca a la ciencia para que trabaje en su favor y le ayude a legitimarse en su lucha por el poder, encargándole, incluso, que respalde sus posturas e ideas, previamente establecidas, con argumentos y evidencias para que parezcan el resultado prístino de una investigación rigurosa.

La segunda contradicción es menos evidente, pero es quizá la más importante de las dos. Y es que ni la ciencia puede desprenderse por completo de intereses ajenos, ni a la política le sirve ya una ciencia que, a todas luces, se haya convertido en su vocera. Esto es así, fundamentalmente, por dos razones:

La primera razón es que los científicos también son parte de la sociedad, y necesitan un salario para vivir, compiten por recursos públicos y privados para investigaciones, tienen afinidades políticas y económicas, y, por supuesto, cuentan con sesgos ideológicos. Es decir que, la ciencia la hacen personas normales y, en esa medida, siempre hay oportunidad para que se cuelen otros intereses en su quehacer científico.

La segunda razón es que, si la política busca el respaldo de la ciencia, es porque encuentra en ella una fuente de credibilidad. Y esta credibilidad depende de que la ciencia se tome en serio su tarea. Si los científicos dejaran de ser científicos y se dedicaran solo a justificar lo que quieren los políticos, pasarían dos cosas: la ciencia dejaría de dar resultados y la gente empezaría a darse cuenta de que los científicos están vendidos, por lo que perderían su credibilidad.

Como se puede apreciar, la relación entre política y ciencia es bastante intrincada y contradictoria. La ciencia busca alejarse de intereses ajenos a ella, pero de los que no puede desprenderse, y la política busca una ciencia que le sirva de apologeta, pero que no puede conseguir si no es destruyéndola como ciencia.

Frente a esta cuestión hay diversas posturas. Para el posmodernismo, por ejemplo, la ciencia debe renunciar a sus pretensiones de objetividad y concebirse como lo que ellos dicen que es: un mero relato político. El posmodernismo, entonces, subsume a la ciencia en la política. Para el cientificismo de herencia positivista[3], en cambio, la política debe abstenerse de intervenir en la ciencia, y la ciencia debe alejarse decididamente de todo interés ajeno a ella. Para el cientificismo, entonces, no es posible ni deseable una ciencia con compromiso político; en todo caso, es la política la que tendría que ceñirse, por la propia fuerza de la razón, a los descubrimientos y recomendaciones de la ciencia.

Quizá sobra decir que ninguna de estas dos posturas es la de Marx, pero entonces, ¿Cuál es su postura y cómo soluciona él este problema? ¿Hasta dónde considera él que debe llegar el compromiso político y en qué consiste la labor científica?

Responder estas preguntas de manera exhaustiva requeriría un análisis mucho más extenso y detallado; sin embargo, considero que es posible dar una respuesta breve, aunque preliminar, si consideramos, aunque sea de manera general, los siguientes aspectos del pensamiento de Marx:

(1) El materialismo filosófico de Marx destierra del pensamiento toda predestinación histórica y todo esquema interpretativo que pretenda ser por sí mismo y a priori una fórmula para alcanzar el conocimiento por mera deducción. En su lugar, Marx señala que, para conocer las posibles vías del desarrollo histórico es necesario desentrañar la lógica y tendencias de cada fenómeno de la realidad, y para conocer estas últimas no hay ninguna fórmula que simple y llanamente se pueda aplicar[4]; por el contrario, es necesario ir y estudiar directamente lo que ocurre en el mundo y solo entonces podremos aproximarnos a la lógica y tendencias de cada fenómeno. En pocas palabras, Marx destierra la revelación de la filosofía, dejando a la ciencia la tarea preeminente de conocer el mundo[5].

(2) Para Marx, el socialismo no puede guiarse esencialmente por imperativos éticos, ni por utopías románticas y, todavía menos, por propuestas voluntaristas. En el primer caso, porque no hay reglas apriorísticas que garanticen el éxito de una causa política. En el segundo y tercer caso porque toda utopía, lo mismo que todo voluntarismo, en la medida en que parten del desconocimiento de la realidad concreta y sus tendencias, son más una fantasía que un proyecto factible. Por eso, Marx señala que “el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya que sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual” (2014, p. 29).

Por supuesto, esto no quiere decir que nos sentemos a esperar el movimiento automático de la historia y la superación inevitable del presente. Nuestras acciones pueden formar parte activa y determinante del desarrollo histórico. Pero para eso debemos actuar con conocimiento de causa (Engels, 1962, p. 104), es decir, con plena conciencia de lo que ocurre en la realidad y para eso necesitamos que la política esté guiada por la ciencia[6].

(3) Para Marx, la ciencia debe estar comprometida políticamente; pero este compromiso, que debe aplicarse a la hora de priorizar aquellas investigaciones que resulten cruciales para la política socialista y que debe llevar a los científicos, en la medida de sus posibilidades, a extraer consecuencias prácticas de sus investigaciones, no puede sesgar, en ningún caso, las conclusiones de una investigación. Por eso, Marx señaló, a propósito de ciertas tergiversaciones ideológicas operadas por Malthus a las conclusiones de sus investigaciones, que “para mí, quien no cultiva la ciencia por la ciencia misma (por muy erróneamente que pueda hacerlo), sino por motivos exteriores a ella y tratando de acomodarla a intereses que le son extraños y que nada tienen que ver con ella, merece el calificativo de ‘vil’”[7] (Marx, 1980, p. 101).

Por supuesto, esto no quiere decir que Marx abogue por una ciencia sin compromiso político. Lo que sí dice es que, tal compromiso no puede interferir en el rigor de la propia investigación científica. Manipular los resultados de un estudio científico para que coincidan con alguna postura política preestablecida invalidaría los resultados de la investigación, eliminando su carácter científico y, por tanto, convirtiéndolos en una guía errada de la política socialista. Proceder así sería autoengañarse y nadie llega con autoengaños al comunismo.

¿Cuál es, en suma, la postura de Marx sobre la relación entre ciencia y política? Para Marx, la ciencia es central para conocer el mundo, y este conocimiento es el que debe guiar las acciones de la política si es que esta desea incidir de manera importante y positiva en la realidad. En ese sentido, los revolucionarios deben comprender y cultivar la ciencia, para emplearla como brújula de sus acciones. Por supuesto, esto supone que la ciencia del socialismo sea una ciencia políticamente comprometida; mas tal compromiso, aunque debe estar presente, motivando las investigaciones y orientando su aplicación, no puede interferir con el rigor científico.

Podemos decir, entonces, que Marx no subsume a la ciencia en la política ni la escinde de esta última, sino que pone ambos términos en relación, y plantea que solo en la medida que tal relación sea dialéctica, será posible el desarrollo, siempre necesario, del “socialismo científico”, base de la política revolucionaria. Cabe señalar que, con esta resolución no quedan zanjadas, de una vez y para siempre, las contradicciones entre ciencia y política; sin embargo, al conocerlas y razonar una posición frente a ellas, se vuelve más fácil tratar de manejarlas, pues nos aproximamos a la conciencia de su necesidad.

Referencias

Engels, F. (1962). Anti-Dühring: la suversión de la ciencia por el señor Eugen Dühring (M. Sacristán (ed.)). Grijalbo.

Engels, F. (1974). Ludwig Feuerbach y el Fin de la Filosofía Clásica Alemana. En C. Marx y F. Engels: Obras Escogidas (pp. 614–653). Editorial Progreso.

Lukacs, G. (1978). El Marxismo Ortodoxo y el Materialismo Histórico. Grijalbo.

Lukács, G. (2014). Tactics and Ethics. En Tactics and Ethics. 1919-1929. Verso.

Marx, K. (1967). Theorien über den Mehrwert (Vierter Band des „Kapitals"). Dietz Verlag Berlin.

Marx, K. (1980). Teorías sobre la plusvalía. II. Fondo de Cultura Económica.

Marx, K., & Engels, F. (2012). Manifiesto del Partido Comunista. En Textos Selectos y Manuscritos de París; Manifiesto del Partido Comunista con Friedrich Engels; Crítica del Programa de Gotha. Editorial Gredos.

Marx, K., & Engels, F. (2013). La sagrada familia o crítica de la crítica crítica contra Bruno Bauer y consortes. Akal.

Marx, K., & Engels, F. (2014). La Ideología Alemana. Akal.

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