¿Quién no ha soñado con vivir en un país donde no existan los males que acarrea la pobreza, la explotación del hombre por el hombre, donde, suceda como dice la poesía “Inquietud”, del maestro Aquiles Córdova Morán:
(Fragmento)
Yo sueño con un mundo de luces solamente
donde el hombre trabaje y viva sin llorar,
donde el alma se expanda y vibre tiernamente
como el ave que canta, como el cielo y el mar.
Donde todos los seres tengan pan y vestido,donde todos los niños tengan aula y hogar,
donde el alma se eleve como el águila al nido
y el espíritu humano pueda libre canta
Ese bonito sueño, sin duda, es el anhelo de los millones de pobres de nuestra patria. Todos, en algún momento de crisis, hemos rogado por vivir en una sociedad más justa, donde la brecha entre ricos y pobres sea menor, donde los salarios alcancen, donde los jóvenes tengan donde estudiar y más oportunidades de desarrollo, donde no existan masacres ni guerras. Y es válido soñar, lo que no nos debemos permitir es no luchar por esa sociedad.
Conocer la realidad objetiva del pueblo mexicano fue lo que le faltó a este sexenio, y ahora el pueblo es quien está pagando los caprichos de quien vive en Palacio Nacional.
Creo, sin temor a equivocarme, que ese mismo sueño lo tuvo el aún presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, quien, aun siendo candidato, decía que gobernar no era tan difícil. Soñó entonces que con sólo desear las cosas, estas, automáticamente, iban a cambiar.
Así, por ejemplo, soñó que los narcotraficantes iban a cambiar sus armas por tractores, que la corrupción por fin se acabaría, que la gasolina tendría un costo de diez pesos, que los mexicanos gozaríamos de un sistema de salud como el de Dinamarca, que la cancelación del Naicm, del Seguro Popular, de las escuelas de tiempo completo y de las guarderías, por supuestos actos de corrupción, iban a llevar a nuestra nación a ser de primer mundo. Pero, desgraciadamente, sólo fue un sueño del presidente.
Esos buenos deseos de AMLO le salieron caros al pueblo mexicano. Con su estrategia fallida de “abrazos, no balazos”, los cárteles se pasean por toda la república. No sólo no cambiaron sus armas por tractores: también convirtieron en un cementerio el territorio nacional.
La gasolina jamás llegó a costar diez pesos; es más, se encareció hasta llegar a los 25. En lugar del Seguro Popular, se aferró a crear su propia versión llamada Insabi, un instituto que, así como llegó, se fue al ser un rotundo fracaso. En fin, el país feliz que el presidente pregona todos los días en sus “mañaneras” sólo existe en su cabeza.
Como candidato nos vendió esperanza, nos vendió un mundo lleno de paz, de crecimiento económico, donde los pobres eran primero. Más de 30 millones creyeron en esas promesas y lo llevaron a ser presidente.
Al exigirle resultados, el cumplimiento de sus promesas, sencillamente salía a decir que él tiene otros datos o que la culpa es de otros, justificándose.
Para calmar al pueblo y tenerlo contento, comenzó a regalar dinero, como cuando un niño hace berrinche y con una paletita se calma. Así es el trato que el pueblo recibe de quien un día dijo estar del lado de los pobres.
A diferencia del presidente, los antorchistas soñamos con una sociedad más justa y equitativa para todos, y todos los días trabajamos, luchamos, organizamos y educamos a la gente para lograrlo.
Los activistas de antorcha caminan de la mano del campesino, del jornalero, del obrero, del estudiante, del ama de casa; conocen su realidad y juntos luchan por cambiarla.
Conocer la realidad objetiva del pueblo mexicano fue lo que le faltó a este sexenio, y ahora el pueblo es quien está pagando los caprichos de quien vive en Palacio Nacional.
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