¡Huye, apártate de mis ojos,
diosa del amor de opaca majestad!
¡Dónde estás, horror del poderoso,
cantora altiva de la Libertad!
¡Quita el laurel de mi cabeza,
rompe mi delicada lira; quiero
cantar la Libertad al mundo entero
y en el trono ahogar tanta vileza!
Señálame el noble camino
de aquel sublime Galo excelso,
a quien tú misma en su fatal destino
le inspirabas tan valientes versos.
Sólo por Destino veleidoso ungidos
¡tiemblen de este mundo los tiranos!
y ustedes: ¡valor, de pie, hermanos,
levántense, esclavos oprimidos!
¡Ay, por doquier que el sol alumbre,
látigos veo, veo hierros,
y lágrimas de servidumbre,
leyes de oprobios y destierros!
La perversión en el Poder
por las tinieblas sin virtud
celebra el Genio de la Esclavitud
y la maldita gloria por doquier.
Sólo sobre la regia testa
del pueblo cesan los dolores
cuando invencible alianza gesta
la Libertad con sus Leyes mayores;
cuando su firme escudo guarde
a todos, cuando en la fiel mano
del indomable ciudadano
sin vaciar su espada arde
y el crimen combate incansable
con sed sagrada de justicia,
con mano firme, insobornable
ni por terrores ni avaricia.
A ustedes el Poder, ¡oh, gobernante, oh rey!,
lo da la ley, no la naturaleza,
están por encima del pueblo y la realeza
pero más alta está la sempiterna Ley.
¡Dolor habrá y sólo habrá maldad
donde la Ley no sea respetada,
donde pueblo o rey no esgriman su verdad
para gobernar con ella como espada!
Tú eres mi testigo sin igual,
¡oh, mártir de los errores del ayer,
que por tus antepasados ves caer
ya decapitada tu cabeza real.
Ludovico asciende hacia la muerte,
en sus herederos sólo silencio alienta
y entrega su cabeza ya sin suerte
al cadalso de la Maldad sangrienta.
Calla la Ley, el pueblo está callado,
el hacha criminal resbala...
y, he aquí, que el púrpura malvado
sume en cautiverio la tierra gala.
¡Malvado, absolutista ruin!,
odio a tu trono y a tu templo;
la muerte de los tuyos y tu fin
con alegría cruel contemplo.
En tu rostro ven reflejada
los pueblos una rabiosa maldición,
tú, terror del mundo, negación
de Natura y Dios por la tierra humillada.
Cuando es media noche y las estrellas
brillan sobre el Neva brumoso
y a la cabeza libre de querellas
llega el sueño con paso sigiloso,
el cantor en su pensar sumido
mira el monumento del tirano vacío,
amenazante, durmiendo a su albedrío
– el palacio donde impera ya el olvido.
Y escucha de Clío un grito horrible
detrás de tan aborrecible muro,
llega a Calígula el terrible
momento de la muerte oscuro
y ante sus ojos claramente
él ve pasar a los asesinos
extasiados de ruindad y vino,
soberbios, más de cobarde frente.
Cómplice, el pérfido custodio
en silencio tiende el puente levadizo;
por manos de traición y odio
en la noche se abre el portón sumiso...
¡Oh estigma, pavor de nuestra hora!
Feroz asalta la jauría...
y en el fragor, con alevosía,
al infame traidor devora.
Y así aprendan, ¡poderosos!,
ni horca y castigo, ni abalanzas,
ni altares, sangre y calabozos,
ni ejércitos en fiel alianza
serán su salvación segura:
la Ley será invulnerable
y Libertad y Paz serán el sable
que guarde de los pueblos la Justicia pura.