MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

POESÍAS

Poesía

Las repúblicas

José María Gabriel y Galán
Declama: Gilberto Dávila Camela

He admirado el hormiguero

cuando henchían su granero

las innúmeras hormigas.

He observado su tarea

bajo el fuego que caldea

la estación de las espigas.

 

Esquivando cien alturas

y salvando cien honduras,

las conduce hasta las eras

un sendero largo y hondo

que labraron desde el fondo

de las lóbregas paneras.

 

Y en hileras numerosas

paralelas, tortuosas,

van y vienen las hormigas...

La vereda es dura y larga,

pesadísima la carga

y axfisiantes las fatigas;

 

Mas la activa muchedumbre

sobre el hálito de lumbre

que la tierra reverbera,

senda arriba y senda abajo,

se embriaga en el trabajo

que le colma la panera.

 

Son comunes los quehaceres,

son iguales los deberes,

los derechos son iguales,

armoniosa la energía,

generosa la porfía,

los amores fraternales.

 

Si rendía alguna obrera

por avara no subiera

con la carga la alta loma,

la hermanita más cercana,

con amor de buena hermana,

la mitad del peso toma.

 

Nadie huelga ni vocea,

nadie injuria ni guerrea,

nadie manda ni obedece,

nadie asalta el gran tesoro,

nadie encienta el grano de oro

que al tesoro pertenece...

 

He observado el hervidero

del innúmero hormiguero

en sus horas de fatigas...

Si en los ocios invernales

sus costumbres son iguales

¡Son muy sabias las hormigas!

 

II

 

He observado la colmena

al mediar una serena

tarde plácida de mayo.

La volante, la sonora

muchedumbre zumbadora

laboraba sin desmayo.

 

¡Qué magnífica opulencia

la de aquella florescencia

de los campos amarillos!

Madreselvas y rosales,

abavanzos y zarzales,

mejoranas y tomillos...

 

Todo vivo, todo hermoso,

todo ardiente y oloroso,

todo abierto y fecundado:

los perales del plantío,

los cantuesos del baldío,

las campánulas del prado...

 

Y en corolas hechiceras,

y en pletóricas anteras,

y en estilos diminutos,

y en finísimos estambres

van buscando los enjambres

las esencias de los frutos.

 

Y los finos aguijones

en robadas libaciones

van llevando a los talleres

lo mejor de la riqueza

que vertió Naturaleza

por los términos de Ceres.

 

Zumba el himno rumoroso

del trabajo fructuoso

con monótona dulzura:

las obreras impacientes

salen y entran diligentes

por la estrecha puerta oscura.

 

Las que dentro descargaron

las esencias que libaron,

palpitantes aparecen,

vuelo toman oscilante

y en la atmósfera radiante

volando desaparecen.

 

Las que tornan presurosas

con sus cargas deliciosas

de ambrosías y colores,

no parecen volanderas

juiciosísimas obreras,

sino aladas lindas flores.

 

No se estorban ni detienen

las que ricas de oro vienen,

las que en busca van de oro...

Unas liban y acarrean,

otras labran y moldean,

¡Todas hinchen el tesoro!

 

Y hacinados en los cienos,

expulsados de los senos

del alcázar del trabajo,

los cadáveres viscosos

de los zánganos ociosos

se corrompen allá abajo...

 

III

 

Cosas buenas he aprendido

contemplando embebecido

resbalar por la hondanada

la sonora algarabía

de la alegre pastoría

que despunta la otoñada.

 

¡Qué bien suenan sobre fondo

de quietudes dulce y hondo

el latir de roncos perros,

el vibrar de los silbidos,

el clamor de los balidos

y el rum rum de los cencerros!

 

Y cayendo sobre el coro

como lágrimas de oro

de la vida natural,

¡Qué amorosas complacencias

desparraman las cadencias

de la gaita del zagal!

 

Blandamente resbalando

las ovejas van pasando;

paz y hierba van paciando;

los bocados que una deja

son bocados de otra oveja

que a la hermana va siguiendo.

 

Los corderos baladores

van en grupos triscadores

asaltando los repechos,

coronando los cerrillos

y brincando los helechos.

 

Y el que topa con la ubre

o a lo lejos la descubre,

bala y corre hacia la oveja,

se arrodilla tembloroso,

llena el cuajo, trisca airoso

y espojándose se aleja.

 

En la honrada pastoría

cada amante madre cría

su corderuelo querido...

¡No hay cordero destetado

porque lo haya abandonado

la madre que lo ha parido!

 

Venerable pastor viejo

con zamarra de pellejo

de los muertos recentales

siempre atento vigilando

el rebaño va guiando

por los buenos pastizales.

 

Como abuelo que a su niño

lleva en brazos con cariño,

rebosante de placer,

el silvestre viejo austero

lleva al trémulo cordero

que ha acabado de nacer.

 

Los zagales silbadores,

los ingenuos tañedores

de la gaita cadenciosa,

viendo van las avanzadas

y alegrando con tonadas

la piara rumorosa.

 

Y librándola de robos

de raposas y de lobos,

van retándolos a muerte

dos mastines corpulentos

con ojos sanguinolentos,

paso grave y pecho fuerte.

 

El pastor es cuidadoso,

el otoño es amoroso,

son alegres los rapaces,

las ovejas obedientes,

los mastines muy valientes

y los campos muy feraces...

 

Han gozado mis pupilas

la visión de las tranquilas

ovejitas resbalando...

Paz y hierba van paciendo,

dulce vida van viviendo,

grata huella van dejando...

 

. . .

 

Esta vida que vivimos

los que reyes nos decimos

de este mundo engañador,

no es la vida sabia y sana...

¡Ay! La república humana

me parece la peor!...