Si quisiera, el niño podría volar al cielo.
Pero tiene sus razones para no dejarnos.
Toda su felicidad consiste en descansar su cabeza en el seno de su madre;
por nada del mundo dejaría de verla.
La sabiduría del niño se expresa en sutiles palabras.
¡Qué pocos son los que pueden comprender su sentido!
Si no habla es que tiene sus razones.
Lo que más desea es aprender la lengua materna de los mismos labios de su madre.
¡Por ello adopta un aire tan inocente!
Pese a que poseía montones de oro y perlas,
el niño vino a esta tierra como un mendigo.
Tuvo sus razones para llegar con este disfraz.
Pequeño, desnudo y suplicante, si simula una completa indigencia
es para reclamar a su madre el intenso tesoro de su ternura.
En el país de la minúscula luna creciente nada entorpecía la libertad del niño.
Si renunció a su independencia tuvo sus razones.
Sabe muy bien que ese pequeño nido, el corazón de su madre,
contiene una alegría inagotable,
y que la atadura de los brazos maternales es infinitamente más dulce que la libertad.
El niño no sabía llorar. Vivía en el país de la felicidad perfecta.
No le faltaron razones para empezar a verter lágrimas.
Las entrañas de su madre se conmueven con las sonrisas de su dulce rostro,
pero es el pequeño llanto que nace de sus penas de niño
el que teje entre ella y él el doble lazo de la piedad y el amor.