"¿Para qué la XVIII Espartaqueada Deportiva Nacional Antorchista?, ¿cuál es el propósito?, ¿Qué ganan los participantes y los organizadores?", palabras más o menos, son las preguntas que a cada locutor, ciertamente asombrado, le vienen a la mente y le formulan a sus entrevistados, algún dirigente Antorchista, sobre todo al llegar al punto en que se explica que los participantes no van a obtener nada más allá de una medalla de algún metal muy poco noble, un diploma de reconocimiento y los laureles que en semejantes galardones se cuajan, además de que detrás de este evento no se encuentra ningún patrocinador, ningún mecenas, ningún apoyo oficial (fuera de lo que cada delegación le solicita atentamente y le logra arrancar a sus gobiernos locales, que casi siempre es casi nada), ni van a encontrar en la propaganda o en las instalaciones deportivas, ningún anuncio de x o y bebida carbonatada o embriagante, marca de ropa deportiva, televisora, o botana chatarra, que no se cobra por participar ni por entrar a ver las competencias, que en ninguno de los aspectos del evento se generarán ganancias de ningún tipo, sino que se organiza y realiza "a puro pulmón", con el esfuerzo colectivo de los 1.2 millones de antorchistas que somos, y de los amigos que, satisfactoriamente, son cada vez más en todo el país, con las cooperaciones, pues, del mismo pueblo trabajador.
La sorpresa no es para menos, nada en este país, ni en este planeta (fuera de una que otra orgullosa nación en donde las vocaciones son por fin libres) se realiza socialmente si no es con su correspondiente ganancia. Es la maldición del capital que, como el Rey Midas, todo lo que toca lo convierte en oro. Carlos Marx, ese gigante de la ciencia y del humanismo, nos regaló la explicación científica: en una sociedad de productores privados, el único modo de que las personas accedan a los productos del trabajo ajeno es mediante el intercambio de mercancías, y al convertirse los producto del trabajo social en mercancías, el trabajo que encierran se nos aparece bajo la forma de valor, y su dimensión, bajo la forma de cantidad de valor, que se debe tasar en oro, y las relaciones entre los hombres, relaciones necesarias para que funcione la sociedad, se nos aparecen no como relaciones sociales, sino como relaciones materiales entre los hombres. Pero, estamos hablando del deporte, no de mercancías, pensará usted, amable lector. Ya lo pensó bien y se da cuenta de que también el deporte se ha convertido en mercancía que, al igual que todas, sólo se puede realizar en el mercado y sólo cuando alguien da a cambio su valor en forma de dinero y le retribuye al vendedor (su propietario) el dinero invertido y su correspondiente ganancia; y si no es así, la tal mercancía se pudre en el almacén sin que se logre realizar, pero su dueño jamás la dejará salir a cambio de nada o de un valor inferior.
El deporte está así encadenado, almacenado, reprimido y no se puede realizar si no es a través de unos cuantos "héroes" deportivos, que detentan salarios exorbitantes y que representan para sus dueños un fabuloso y millonario negocio.
Pero el deporte se rebela a sus opresores. Radicado desde su surgimiento entre la masa, en la naturaleza humana misma, incapaz de distinguir entre la plebe y la "gente bonita", salta rompiendo sus cadenas precisamente entre los mejores hombres y mujeres de esa plebe cándida, la que no está adulterada por el pecado del interés (los amigos de los medios de comunicación les llama "idealistas", ni por nada también se sorprenden, incrédulos, sin concebir que nuestras Espartaqueadas no sean un asunto de ganancia), y esos verdaderos héroes deportivos de México no tienen los reflectores mediáticos, ni los salarios de figuras como Guillermo Ochoa o Giovani dos Santos, se abren paso entre jarales y pasando hambres. El velocista Ignacio Yáñez López, triple medallista de oro en el reciente Campeonato de Atletismo Masters Norte Centroamérica y del Caribe, recuerda haber pedido apoyo por diferentes medios sin éxito. Se acercó al presidente municipal y al gobernador. No recibió ningún tipo de ayuda o respuesta siquiera. "Y llegué a San José con sólo dos mil pesos", recuerda Nacho. Pero no se arredró: "No vengo de un lugar donde se titubea, vengo de la calle y en la calle hay que fajarse", asegura Nacho mientras cuenta que él es, y siempre será, un atleta de la calle. Y de esos fueron y son Noé Hernández Valentín, Los corredores Tarahumaras Juan Herrera, Catalina Guachochi y María Salomé, Los basquetbolistas Triquis (quienes no tardaron en ser regresados a la prisión del capital), Aída Román, Paola Longoria, Uriel Adriano, campeón mundial de taekwondo, Daniel Corral, el primer mexicano en conseguir una presea en un Mundial de gimnasia; Luis Rivera, quien ha sorprendido en salto de longitud, Adriana Zavala, ganadora de medalla de oro en la Copa del Mundo de tiro deportivo, etc. Pero esto no nos debe sorprender, en el mundo del deporte de alto rendimiento, es lo más normal. A Francisco Rueda, reconocido entrenador de clavados en México, le dejaron de pagar tres años su salario y recuerda que hubo un momento "que no tenía ni para comer".
Es el deporte de alto rendimiento en donde el deporte amateur debería realizar sus mejores logros, pero pareciera que quienes dirigen las instituciones mexicanas odian a México. En nuestro país todo el conocimiento deportivo se obtiene y se transmite casi siempre de manera empírica, sin bases sólidas y sin seguir metodología clara. Los deportistas destacados casi invariablemente surgen por sí mismos, sin el apoyo de las autoridades deportivas, e incluso hasta podría decirse que a pesar de las autoridades. Esa es y ha sido la historia de los deportistas mexicanos: "Primero tienen que llegar y después, si lo logran, podrán venir los apoyos". Por eso ellos mismos tienen que buscar sponsors, patrocinadores o auspiciantes corporativos, personas o empresas que colaboran económicamente con ellos, con fines publicitarios. El deporte de alto rendimiento también está reprimido, es como el patio de la cárcel, al que puede salir a pasear el preso, para asolearse un poco y luego regresar a la fría celda. Nuestras instituciones no cumplen su tarea y contribuyen a la opresión del deporte, Corregir esto es una meta alcanzable ya, sin necesidad de una Revolución.
Pero la liberación del deporte debe ir más allá. En todas las actividades humanas, y también en el deporte, habrá quienes descuellen por encima de los demás. Pero eso será justo solamente cuando todos tengan acceso al entrenamiento deportivo. Para ello sí se requiere de una Revolución, aunque no precisamente armada. Se requiere de una nueva visión del deporte y de la sociedad misma. Jean Meynaud señala que las autoridades en los países socialistas siempre han prestado una gran importancia al desarrollo de la cultura física y del deporte. Estas tendencias, afirma, están vinculadas a una profunda creencia en las virtudes educativas del deporte, tienen su origen en la preocupación por la mejora de la salud pública y del bienestar social. En países como Cuba se tiene el lema de que "el deporte es para todos". Y actúan en consecuencia y por ello son una potencia deportiva, entre otras cosas.
Apoyar al deporte y a los deportistas, promoverlos entre la gran masa, desarrollarlos desde abajo, es algo que las instituciones en México no hacen y deberían de hacer. Y si quienes están al frente no lo quieren hacer, alguien lo tiene que hacer. Por ello desde aquí envío un entusiasta hurra a los municipios antorchistas que están demostrando, también en este terreno, lo que puede hacer un gobierno realmente popular por la libertad del pueblo y de todas sus relaciones sociales, y por supuesto, unos aún más entusiasmados y esperanzados hurras, vivas, porras y aplausos, y mis más auténticos deseos de éxito rotundo, a las XVIII Espartaqueadas Deportivas Nacionales Antorchistas, y las que vienen, que representan, según mi modesta opinión, uno de los arietes con los que el deporte verdadero y llano se abre paso hacia la libertad.
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