En un risueño puerto marino del norte de Chile,
en una choza que se encontraba cerca del mar,
vivió una anciana, que a todas horas estaba triste
mientras sus ojos escudriñaban la inmensidad.
Era una viuda pobre, muy pobre, que tuvo un hijo,
y apenas este se halló con fuerzas para luchar...
cruzó los mares, con la esperanza de hacerse rico;
después que dijo que a su viejecita no la hiba a olvidar.
Pasaron días, meses... llegó una carta,
una carta corta fría, sin emociones,
que contaba la vida de un miserable...
que no recuerda las gratas horas de un tierno hogar.
La pobre madre le disculpaba con el trabajo,
después pasaron algunos meses, un año o mas...
y ante el olvido cobarde y necio del hijo ingrato,
ella decía... cual si en persona le fuera hablar:
¿Por qué no le escribes a tu viejecita que sufre y llora?
¿Por qué no alegras con tus palabras mi soledad?
¿Tú no comprendes que en tus cartas hallo conzuelo,
y que mi alegría en otra parte no he de encontrar?
¡Hay... si supieras que los sufrimientos me devoran...!
Si comprendieras la inmencidad de mi amor,
le escribirías a tu ancianita con todo afán..,
y calmarías mis inquietudes y mi pesar.
Yo todabía gano el sustento con mi trabajo,
yo no te digo que me mandes un capital...
Háblame siemprede tus victorias o tus fracasos,
y en vez de insomnios, tendré suprema felicidad...
**La fresca brisa lleva el mensaje para otras playas,
llegó a un suburbio donde mora la suciedad,
y vió a un jóven que tenía todos los vicios
y renegaba de aquella madre, toda bondad**
Ante aquel cuadro, se ruborizó la fresca brisa,
se alzó inquieta... y brilló altiva como un puñal,
como si quisiera traspasar el pecho de aquel villano,
que despreciaba... lo que hasta una fiera sabe amar.
Talvés la brisa le contó a la anciana, la triste nueva...
y una mañana, cuando a la playa fue a esperar...
tuvo una visión...creyó dar besos a su hijo amado,
y en ese instante... se le habrió las puertas a la eternidad