De Pablo González Casanova, uno de los valores epistémicos que más destacan sus biógrafos es la honestidad intelectual aparejada al compromiso político que llegó a entramar con los pueblos marginados y las comunidades indígenas del mundo. Este compromiso brotó influido de manera determinante por la hazaña de Fidel, como apunta Carlos Illades: “lo que fue la Revolución rusa para los primeros marxistas lo representó la Revolución cubana para las generaciones siguientes”. Hacia 1960 Pablo González Casanova acudió a La Habana y quedó convencido en ese momento de que estar en la isla significaba “viajar a los orígenes de la dignidad humana”. Quizá en este interregno quedó afianzada su militancia con las causas de los desposeídos.
Así, también se ha resaltado que González Casanova nunca estuvo casado con sus conceptos, su compromiso era con el cambio, no con la permanencia. Sus biógrafos coinciden en el constante ir más allá de su pensamiento, en la reflexión como método y en la reelaboración como disciplina. Eso ocurrió con su visión del concepto de desarrollo.
En La democracia en México González Casanova propone una vía al socialismo como una avenida abierta, cívica, sin dificultades, natural, mecánica. El tránsito a un régimen socialista no debía preocuparse por la lucha de clases. En este sentido la democracia se desdoblaba no sólo como un régimen de representación político dentro de un sistema de producción capitalista, sino como una ventana a reordenar las relaciones sociales de producción de tipo capitalistas. La lucha de clases quedaba, para México, obsoleta y la vía revolucionaria, clausurada mientras no se hubieran agotado las posibilidades de una lucha cívica para el proletariado y el campesinado. Así sentenciaba: “No habrá otra revolución en México sino cuando la estructura social sea incapaz de resolver los problemas urgentes del desarrollo de la nación y cuando se hayan agotado las posibilidades de una lucha cívica”.
El paradigma de lo deseable se ensombreció por la realidad de lo posible. González Casanova sostiene en La democracia en México que la solución y la vía al socialismo era plegarse al poder; dejar pasar, puesto que lo que la coyuntura reclamaba era continuar la alianza con la burguesía nacional, fijarse una agenda antiimperialista, luchar por mecanismos de democracia interna que rompiera con la dinámica de explotación del colonialismo interno y luchar por la conformación de una conciencia de clase para sí puesto que la verdadera organización proletaria solo sería posible mediante la táctica de alianza y lucha contra la burguesía nacional. “Todo marxista consecuente se tendrá que convertir en aliado necesario y potencial de todos los procesos de desarrollo y democracia escribió al final de La democracia en México, pues a largo plazo tendrá como meta el acceso al socialismo.
A pesar de que la solución para la emancipación en La democracia en México de los subalternos era la incorporación al desarrollo, la política de alianzas y la unidad nacional, muy pronto, en 1969 matiza esa postura. En su texto Sociología de la explotación, nuestro autor aclara de manera muy realista lo que en principio pudo haber cometido de ingenuidad.
En 1969 González Casanova reelabora. Ahora concluye que la posibilidad de desarrollo y de democracia no indicaba efectivamente la realización del desarrollo y la democracia.
Las contradicciones del capitalismo no redirigirán al socialismo mediante una vía unidireccional que tienda progresivamente en línea recta hacia el progreso. Antes bien, supo recuperar la disyuntiva luxenburguiana de “socialismo o barbarie”: “es perfectamente posible que el exterminio de trabajo-mercancía y de la explotación capitalista sólo corresponda al fin de un régimen social que abra otra etapa a un nuevo régimen de explotadores explotados: a un modo de dominación cíber-esclavista, cíber-feudal y cíber-colonial”. Sólo la lucha de clases y la revolución socialista pueden ser el dique de contención frente a un nuevo tipo de explotación, a un nuevo tipo de barbarie.
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