Hablar de la internet y del derecho al acceso de la misma resulta tan familiar y necesario que, al enterarnos que existen ciudadanos sin acceso a ésta nos suscita asombro. Dicha familiaridad con el tema tiene su origen en nuestra relación cercana con el sujeto mismo de que hablamos (la internet), no nos parece ajeno, no nos parece extraño y, por el contrario, nos resulta natural y necesario. Advertimos que los países de primer mundo tienen mejor acceso a éste y recordamos, es y debería ser un derecho universal, por lo indispensable del mismo (sobre todo durante la pandemia y más para ciertos sectores a los que el acceso a la internet significa una herramienta de trabajo más).
Dichas relaciones descritas en el párrafo anterior, dan cuenta sobre la naturalidad con que asumimos la internet: es un bien común, indispensable y, por lo tanto, necesario, pero veamos la realidad de los conocidos "países de primer mundo” que se caracterizan por un índice de desarrollo humano alto. Ninguno de ellos alcanza una cobertura de 100 % de acceso a internet por parte de su población, pero sí llega, en muchos casos de forma gratuita a la inmensa mayoría, pero en el contexto de la pandemia ha supuesto un reto, sobre todo en temas educativos, para la mayoría de los países.
Ahora bien, tal recuento viene a cuento es pertinente porque, en medio de la pandemia, el acceso universal a la internet se ha puesto de relieve, sobre todo por una cuestión educativa que impide la totalidad de los estudiantes de diversos niveles tengan acceso a su educación (garantizada por el artículo tercero constitucional) básica e, incluso a la educación superior. No obstante, no es un tema que haya ocupado el centro de los debates políticos o mediáticos y esto pudiera responder a una razón: no es un problema esencial, o sea, no responde a un bien primario que atente contra la existencia biológica de los seres humanos.
La teórica política alemana Hannah Arendt, una de las mentes más brillantes del siglo XX, sostuvo en su obra ¿Qué es la política? que el fin más amplio de ésta (la política) es conservar la vida. En medio de una pandemia de dimensiones bíblicas (por su magnitud de exterminio), hablar de acceso a internet por fuerza nos lleva a hablar de política y con ello, a hablar de lo esencial para la humanidad. Cuando planteamos un modelo educativo centrado en las telecomunicaciones, es necesario recurrir cuestiones más básicas: ¿cuál es el suministro de luz en el país?, ¿cuál el acceso a vivienda, agua y pavimento?, ¿cuánta gente cuenta con empleo para poder tener estos servicios cerca, pagarlos? La desgarradora respuesta arroja cifras poco alentadoras. Aquellos con acceso a luz no tienen empleo o no cuentan con uno que les permita, a través de sus ingresos, si quiera pagar dicho servicio. El acceso a luz, según la Secretaría de Energía, no está disponible para 1 millón 800 mil mexicanos, la economía mexicana se desacelera y el desempleo es una realidad que cada vez toca a más durante esta crisis sanitaria que no deja de retar el funcionamiento de todos los gobiernos en el mundo.
Se puede observar que, entonces, el problema de acceso a internet nos lleva a ahondar en las problemáticas de desigualdad y subdesarrollo en las que está sumido el país. Hegel, quien sostiene el Estado es equivalente de la razón y ésta se desarrolla a lo largo de la historia de la humanidad, tiene claro, y nos proporciona el sustento teórico (comprobado en lo factual), que las sociedades no pueden avanzar sin haber solucionado sus necesidades esenciales, la conservación de la vida, por ejemplo (la cual no se garantiza por parte del Estado mexicano, mucho menos durante esta pandemia), y, en este caso, el empleo y acceso a servicios básicos.
Por lo tanto, las desigualdades digitales son sólo una muestra, terrible, por supuesto, de las desigualdades esenciales de la sociedad, las que le calan profundamente y atentan ya no contra su educación (que ayudan a las sociedades a vivir mejor) sino contra su vida misma. Al no pecar, quien esto escribe, de ingenuidad y linealidad histórica y teórica, tendremos que reconocer, que si bien la sofisticación de las sociedades requiere de la atención de sus necesidades básicas, las asimetrías son una realidad, y la complejidad de la problemática social aumenta, ya no sólo se requiere luz, agua, drenaje y empleo digno, se requiere que a la par se solucione otro bien útil y también importante: el acceso universal a la internet, de no ser así, la lista de disparidades y el subdesarrollo que nos amordaza seguirá aumentando, lo cual, no nos podemos permitir, so pena de caer en la barbarie, lo que terminaría, a la larga por exterminarnos.
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