La capacidad del ser humano para adaptarse a nuevas condiciones es lo que lo hace diferente del resto de los seres vivos, pues vemos en la naturaleza que todos los animales y las plantas están sujetados a su hábitat como si este fuera una cadena invisible; salir de su ambiente o alterarlo les ocasiona la muerte, por lo que no les queda más que permanecer en el mismo lugar hasta el final de su existencia.
Eso no pasa con el ser humano: este ha logrado romper esas cadenas, gracias a su capacidad de adaptación. Se adaptó a nueva comida, a nuevos climas, a nuevas formas de vivir y, organizado en colectivo, progresó. En la época primitiva, dominar la naturaleza y usarla a su favor ayudó al hombre.
Hoy, sin embargo, el hombre está causando estragos a la misma humanidad, acostumbrándose a las condiciones de vida existentes.
Me refiero, por ejemplo, a la normalización de la dominación de una clase a otra. Muchos hombres y mujeres en el mundo argumentan que las diferencias de clases sociales han existido siempre y deben existir. Al aceptar esta poderosa premisa, se aceptan, implícitamente, todas las desgracias habidas y por haber para la clase dominada.
Primer ejemplo, el tema de la inseguridad. En nuestro puerto no para la matanza: al principio del año pasado hubo distintas formas de manifestaciones de los habitantes de Manzanillo, contra la inseguridad que empezábamos a vivir.
Hoy en día, la gente se está acostumbrando a que haya muertos por doquier y ningún asesino en la cárcel. Tan sólo en esta semana que corre, han sido doce los asesinados.
La población no es ajena a estos incidentes, pues ahora es cada vez más común que los asesinatos sean en vías públicas o domiciliarias. La primera reacción de la gente es considerar lo mal que actuó el fallecido por desencadenar esa letal consecuencia para su vida. Hasta ahí llega el análisis.
No se cuestiona el por qué más profundo, y las acciones que sí se podrían llevar a cabo para detener estos asesinatos tan frecuentes. Hay una normalización de este mal: la gente se está adaptando y al hacerlo limita su capacidad de reacción.
La gente se está acostumbrando a que haya muertos por doquier y ningún asesino en la cárcel. Tan sólo en esta semana que corre, han sido doce los asesinados en Manzanillo.
Segundo ejemplo. Los habitantes de Manzanillo viven en hacinamiento desde hace algunos años por falta de vivienda. Es cada vez más común que los hijos que se casan, en lugar de independizarse y formar su hogar en su propia vivienda, se queden con los padres, por falta de condiciones para obtener su vivienda pues deben, en primer lugar, ser trabajadores formales que coticen para poder acceder a un crédito de vivienda.
Como es bastante complejo, se acostumbran a vivir así, normalizan el problema y no distinguen una posible solución.
Una de las consecuencias más notorias del hacinamiento son los pleitos familiares, pues mezclan ahí los problemas de desempleo, o de bajos salarios de los padres, los problemas maritales, los problemas de los adolescentes, las carencias, etcétera. Estos generan ansiedad, depresión, y el acercamiento a algunos vicios como el alcoholismo, el tabaquismo o la drogadicción.
Nuestro puerto sufre de falta de vivienda y no es un problema menor. El presidente de la Cámara Nacional de Viviendas en el estado de Colima, (Canadevi), Carlos Saucedo, dijo lo siguiente: “Lamentablemente, hay municipios donde no se está construyendo suficiente vivienda; al menos no la necesaria como en el caso de Manzanillo.”
Aquí queda en evidencia que, de parte de las autoridades correspondientes, no hay previsión, no hay estrategia, no hay amparo para los más pobres respecto a esta carencia.
Acostumbrarnos al malestar es atentar contra nuestra capacidad de progreso. No debemos acostumbrarnos al maltrato gubernamental, pues los gobernantes en el poder están ocupando un cargo porque el pueblo con su voto los puso ahí, para que trabajen por el bien común; por lo tanto, deben atender sus verdaderas necesidades, no actuar arbitrariamente gastando el dinero de todos, en lo que ellos quieren. Darle a la gente bicocas disfrazadas de soluciones se ha vuelto una costumbre del gobierno y no debemos permitirlo.
En el libro de M. Ilin y Elena Segal titulado Cómo el hombre llegó a ser gigante, es esperanzador descubrir que la humanidad pudo progresar y ser lo que es hoy gracias a la colectividad, y a la capacidad de adaptarse a la evolución constante.
Por eso, invito a todos los habitantes de Manzanillo a que nos organicemos y busquemos a las autoridades correspondientes para solicitar que haya verdadera seguridad pública, para que a nuestro puerto vuelva la tranquilidad; que cesen los homicidios, que haya seguimiento a los casos, que se haga justicia, que se trabaje para cuidar a los ciudadanos y se encuentre a los desaparecidos.
Debemos pedir que se respeten los derechos de la gente y se cumpla el artículo cuarto constitucional: que haya vivienda digna y decorosa para todo ciudadano que lo requiera y que el Estado otorgue las condiciones para ello. Exijamos mejores condiciones para todos los manzanillenses, ¡pero unidos y organizados!
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