Es una verdadera desgracia que los costos materiales, así como en vidas humanas, los paguemos siempre los más pobres. A tal punto, que hasta pareciera cobrar sentido la búsqueda de consuelo en afirmaciones tales como la hecha por quien, intentan afanosamente sin encontrar otra explicación, dijo que: “lo que pasa es que se trata de que los buenos paguen en la tierra lo poquito malo que han hecho para ser recompensados con creces en la eternidad y de que, a los malos les vaya bien aquí, a cambio del fuego eterno conque han de ser sancionados en el más allá, y si no, ¿por qué?”.
Pero, si bien es cierto que la fe ha sido siempre un bálsamo para los sufrimientos de las clases trabajadoras y explotadas, una necesaria anestesia para poder soportar, aunque sea a rastras, su dura y mísera existencia a que las han sometido las clases dominantes que en el mundo han sido a lo largo de la historia; también es cierto que este efecto las ha adormecido tanto, hasta el punto de resignarlas a vivir en tales condiciones sin buscar la salida en la realidad, aquí y ahora. Y sin embargo es necesario buscarla.
Veamos: la naturaleza no tiene “responsabilidad”, ni siquiera “intención”, además, sigue siendo cierto que a cada acción corresponde una reacción ¿De quién es culpa, por tanto, el calentamiento global que ha generado el desequilibrio devastador en el clima y en los fenómenos meteorológicos? De los hombres, pero no de todos, en realidad es culpa del sistema económico capitalista en que vivimos esos hombres; del capital más exactamente del cual los capitalistas no son más que su encarnación, y que, en su afán de acrecentarse y acumularse constantemente para seguir siendo capital, agota sus dos fuentes principales de abastecimiento: la naturaleza y la fuerza de trabajo.
Pero ya presentados los hechos, como en el caso del huracán que golpeó al estado de Guerrero la semana pasada, lo cierto es que las tareas de prevención y de remedio a sus efectos devastadores corresponden al Gobierno, porque cuenta con todos los recursos y el dinero que los mexicanos hemos puesto en sus manos por la vía de la venta de nuestro petróleo y del pago de nuestros impuestos, etcétera, y porque es su obligación por mandato de ley.
Pero esto no quita, ni puede quitar de ningún modo, el derecho de la sociedad a organizarse y prestarse a sí misma la ayuda necesaria, y menos, si aquel es rebasado por las circunstancias, sea porque el mismo gobierno desapareció el Fonden o porque la burocracia hace lento el vital auxilio. Tratar de impedir la participación de la sociedad en la ayuda de otros mexicanos es conculcarle su libertad y hacer nugatorios, de facto, sus derechos reconocidos en la Carta Magna, que es la ley de leyes para todos los mexicanos sin excepción.
Tratar de impedir la participación de la sociedad en la ayuda de otros mexicanos, como hizo AMLO, es conculcarle su libertad y sus derechos.
Por eso, no sólo es incorrecto, sino además injusto e ilegal, el deliberado intento de impedírselo criminalizando el ejercicio de sus garantías constitucionales, pues eso constituiría el aplastamiento del estado de Derecho vigente; resultando peor el remedio que la enfermedad al hacer nugatorios los también llamados derechos humanos, paralizando, de paso, las opciones de ayuda que tienen los necesitados. Y el amparo concedido por un juez a quienes lo promovieron en ese sentido, desde mi punto de vista, lo confirma.
Peor está la cuestión si tomamos en cuenta que la declaración, hecha por el presidente, de que las organizaciones no gubernamentales o de la llamada sociedad civil, o particulares, no podían participar entregando ayudas directamente porque podrían aprovecharse para sacar ganancia política, resulta una verdadera confesión de que se trata en realidad de un mero acto de cálculo político y clientelar, como lo han denunciado ya algunos comunicadores. O sea que, leída en sentido contrario, quiere decir que el único facultado para hacer eso que dijo el presidente, es el propio Ejecutivo.
Opino que los mexicanos no debemos continuar por ese camino porque nos conduciría a derrumbar el andamiaje jurídico de nuestra vida actual sin construir otro mejor, lo que implicaría sólo el regreso a las peores formas ya vividas en siglos pasados, que condenaban al pueblo al triste papel de ver, oír y callar.
En cuanto a la necesidad de consuelo de las masas trabajadoras y sufrientes, creo que mejor les está el precepto religioso que reza “ayúdate que yo te ayudaré”, para que no les pase como al que, llegando al cielo después de haberse ahogado en el río por rechazar la humana ayuda de tres lancheros, cuentan que reclamó la falta de salvación, y le respondió la voz divina: “Insensato, ¿quién crees que te envió a los lancheros?”.
En este caso se aplica muy bien lo dicho al hecho de tener que organizarse, politizarse y luchar por una sociedad más justa y equitativa, de desarrollo material y espiritual para todos los mexicanos sin excepción, cosa que sólo podrá ser obra del pueblo pobre mismo, para lo cual necesita conquistar el poder político, por la vía democrática.
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