Pocas veces se presenta la oportunidad, como la que vivimos el pasado domingo 7 de julio, de ver a cientos de campesinos, amas de casa, jóvenes, personas de la tercera edad y niños con las emociones a flor de piel porque compartirían sus creencias religiosas y tradiciones con gente ajena a su comunidad, las cuales generalmente lucen públicamente cada año, pero solamente en sus pueblos, cuando celebran sus fiestas patronales.
Durante las semanas previas al Tercer concurso de danzas tradicionales del Estado de México, que tuvo lugar en la capital mexiquense, grandes emociones fueron acumulándose en la mente y corazones de los danzantes.
Este tercer concurso de danzas tradicionales se realizó gracias a la cooperación de los mismos grupos participantes y al esfuerzo del antorchismo del Estado de México que invirtió en sonido, mesas, sillas, traslados…
Los ensayos se intensificaron en cada comunidad con el objetivo de resumir la esencia de su danza a tan sólo quince minutos –tiempo reglamentario en que podían estar en el escenario–, a pesar de que algunas de ellas ocupan días enteros para su ejecución.
Aunque todos los grupos presentaron sus danzas en tan sólo quince minutos, a pesar de que muchas de ellas duran uno o varios días completos, los danzantes hicieron gala de las emociones y sentimientos durante su interpretación, con los que manifestaron súplicas a los dioses para que les concedieran las lluvias que tanto necesitan para tener buenas cosechas.
También escuchamos los alegres chiflidos con los que los arrieros se ayudaban, en el siglo XVI y segunda mitad del XX, para controlar a las mulas que les ayudaban a transportar mercancías, como café y trigo, entre otras, y que intercambiaban entre las haciendas y los puertos.
La alegría y el bullicio que en las fiestas del Corpus Christi recorren los barrios y las comunidades mazahuas y otomíes del municipio de Temascalcingo, también llegaron a Toluca con el grupo que interpretó Xitas (nombre que en mazahua significa “viejo”): sus exuberantes trajes y sus impresionantes máscaras, así como tambores y violines, alegraron a todo aquel que los miraba.
Previamente, con orgullo auténtico, los danzantes intercambiaban impresiones con los integrantes de otros grupos o daban entrevistas. Los más divertidos, como siempre, fueron los niños al ver a viejos cabezones que se movían al compás de la música y que al final de su participación repartieron dulces.
Con la entrega de dulces, los xitas recrearon la práctica de los temascalcingueses de regalar a los danzantes con maíz, pulque, tortillas, frutas y dulces, como agradecimiento por el trabajo ritual que realizan a favor de toda la comunidad.
Cada grupo que pisaba el escenario de la Alameda central (Chinelos, Tlachicoleros, Arrieros o Carnaval de Texcoco, Concheros, danzas otomíes y mazahuas, entre otros), al término de su participación obsequiaba al público con dulces; unos los aventaban, acto que causaba sorpresa al público, pero otros los entregaban en propia mano de los espectadores.
Los niños fueron quienes más complacidos estuvieron con esta práctica, pues, además de que inmediatamente las compartían con sus papás, hermanos y amigos, los más afortunados se llevaron un buen montón de golosinas a sus casas.
Esas pequeñas alegrías hicieron del domingo 7 de julio de 2024 uno diferente al que cotidianamente viven tanto público como danzantes: este día estuvo lejos de las necesarias actividades de lavado y planchado de ropa por parte de las señoras y mujeres en general, o de las labores propias del campo que realizan los varones.
Este domingo fue la gran oportunidad que tuvieron los danzantes para mostrar su arte fuera de los límites de sus territorios y conocer más gente que, como ellos, todos los días enfrentan los mismos problemas: dinero insuficiente para solventar los gastos cotidianos o los gastos de educación de sus hijos, por mencionar algunos.
Las cabezas se llenaron de otra cosa que no fueran problemas, de los que se olvidaron por siete horas y, en cambio, se llenaron de alegría, colorido, tradición, arte, cultura y libertad que da la danza.
El tercer concurso de danzas tradicionales del Estado de México no se llenó de ruido proveniente de guitarras eléctricas, sintetizadores, estruendosas baterías y gritos desaforados, como suele suceder en los conciertos gratuitos que organiza el gobierno de la Ciudad de México para que los capitalinos se deshagan del estrés con gritos y saltos desenfrenados antes de que enloquezcan por las deprimentes situaciones que viven cada día y así evitar que la capital mexicana tenga algún día de furia.
No, aquí en el concurso de danzas tradicionales participaron músicos que interpretaron piezas clásicas para acompañar a las comparsas Alma de Cazador (proveniente del municipio de Chimalhuacán, la cual, por cierto, ganó el primer lugar en la categoría Libre-Estudiantil), y a los Quetzales que llegaron del municipio de La Paz y a los dieciocho grupos de danzantes que por siete horas llenaron el escenario de la Alameda central.
Durante ese lapso, danzantes y espectadores convivieron e intercambiaron información y opiniones sobre lo que miraban en el escenario. Al término de la jornada artística, los antes desconocidos se despidieron cordialmente con una sonrisa y un “hasta luego” que encerraba la expectativa de volver a verse dentro de un año en el cuarto concurso de danzas tradicionales del Estado de México.
El esfuerzo desplegado por 20 grupos dancísticos: ensayos, vestuario, transporte, comida del día de la salida, todo, todo, corrió a cargo de los 600 danzantes y de los organizadores de este colorido concurso.
Las presidencias de los municipios de donde provinieron los grupos no pusieron un solo peso para ayudar a los danzantes a trasladarse a la capital mexiquense; no les dieron ni un peso para contratar músicos o completar para su vestuario y menos lo hicieron para que la gente que salía de sus lugares de origen se echara un taco a la boca.
Este tercer concurso de danzas tradicionales se realizó gracias a la cooperación de los mismos grupos participantes y al esfuerzo del antorchismo del Estado de México que invirtió en sonido, mesas, sillas, traslados de varios grupos y también invirtió en el desayuno y comida que se les ofreció a los danzantes.
El tercer concurso de danzas tradicionales del Estado de México no sólo aportó alegría y colorido tanto a danzantes como espectadores; lo más importante es que les aportó solidaridad y unidad: muchos nos dimos cuenta de que todos tenemos creencias, ya sea para llamar a la lluvia, ahuyentar algún mal o solicitar otro favor y que todos, que es lo más importante, aspiramos a tener una vida sin carencias, sin sufrimientos ni enfermedades y, si estas llegan porque el organismo humano es frágil y el paso del tiempo no perdona, que tengamos un sistema de salud que realmente nos ayude a curarnos y vivir dignamente el tiempo que todavía estemos sobre la tierra.
Mucho se ha prometido por el presidente de México sobre que tendremos un sistema de salud igual o mejor que el de Dinamarca, país altamente desarrollado, pero todos sabemos que eso solo ha quedado en promesas.
Otra lección que nos dejó este gran evento cultural es que debemos unirnos fuertemente para luchar por una vida mejor para todos, sobre todo para que niños y jóvenes no tengan las carencias que hasta ahora padecen no sólo los pueblos originarios sino más de 100 millones de mexicanos que actualmente sufren uno o varios factores que determinan su pobreza.
Sólo la unión y la organización del pueblo pueden acabar con esos males y el asistir a encuentros culturales de este tipo, es el primer paso para que nos decidamos a unirnos y luchar.
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