Vienen a cuento las palabras acerca de los demagogos pronunciadas hace casi dos siglos por un insigne liberal mexicano, el doctor José María Luis Mora: “Son infinitos los medios que se ponen en juego para llegar a este término [para hacerse del poder absoluto, aclaro yo]: pero entre ellos los más trillados consisten en hacerse popular para proporcionarse el ascenso; darse por necesario para mantenerse en el puesto; y suponer, para destruir la constitución, la imposibilidad o ineficacia de las leyes fundamentales… Los demagogos tienen un campo inmenso en ejercitar sus intrigas, dando rienda suelta a su ambición. Buscar las pasiones populares y una vez halladas adularlas sin medida…” ¿No evocan acaso las palabras del doctor Mora los procedimientos del actual presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador? ¿No se hizo él mismo “popular”, en el sentido preciso que indica el doctor Mora, para procurarse un fulgurante triunfo electoral? ¿Y cómo es que ha mantenido su popularidad sin haber dado ninguna clase de resultados? ¿No ha torcido también las leyes a su gusto tildándolas justamente de ineficaces con el único fin de regalarse una legislación a modo?
Véanse, si no, sólo tres ejemplos. En primer lugar, el presidente se comprometió durante su campaña electoral a bajar el precio de la gasolina, en donde ha fracasado estrepitosamente porque ni han bajado ni se han mantenido, sino, por el contrario, se han elevado drásticamente. Sin embargo, aquella era, claramente, una propuesta de campaña imposible de implementar, habida cuenta de que los precios de la gasolina no los determina un gobierno sino el mercado global. Para decirlo en los justos términos del doctor Mora, lo que López Obrador encontró allí, aprovechándose hábilmente de ello, fue una de las más sentidas pasiones populares y, no obstante, la terca realidad ya le ha tocado la puerta, teniendo que reconocer en días recientes, muy a su pesar, que el aumento del precio de la gasolina no depende de él.
El segundo caso obedece al compromiso que, de igual manera, AMLO hizo en campaña: crear un sistema de salud parecido al de Dinamarca. Más claro, imposible, pues ¿qué mexicano, en su sano juicio, no desea y necesita que sus problemas de salud sean atendidos con prontitud y eficacia? Pero la situación fue exactamente la misma. Las palabras surtieron efecto, endulzando los oídos de una masa urgida de medicamentos y de centros de salud. Y ahora sucede que el INSABI, el cual se constituyó precisamente con esa finalidad, está en riesgo de desaparecer. Todo habrá quedado aquí también, y para variar, en agua de borrajas. Y a todo esto ¿qué beneficios recibieron los mexicanos que padecen enfermedades crónicas o terminales?, ¿fueron suficientes las medidas sanitarias que se tomaron respecto a la pandemia de covid-19? Más de 322 mil muertes por covid no avalan en lo absoluto tal discurso.
Finalmente, la cacareada revocación de mandato, que podría constituir una herramienta de ejercicio de la democracia participativa, como sucedió en la Comuna de París (donde los consejeros municipales eran responsables y podían ser revocados en todo momento), si tan solo ese fuera el verdadero objetivo de AMLO, es decir, la revocación de mandato como medio para garantizar la participación ciudadana efectiva, entonces el contexto y las medidas para su aplicación tendrían por fuerza que ser radicalmente distintas – con controles y sanciones por proselitismo, como marca claramente la Constitución– porque de lo contrario esa revocación a modo adquiere todos los visos de un medio, uno más, para asegurar y reforzar un poder absoluto. A fin de cuentas, los resultados que el gobierno de la 4T ha presentado no son tangibles. El gobierno de AMLO se ha caracterizado hasta el momento por un cuadro agudo de demagogia, en el sentido concreto aducido por el doctor Mora.
¿Y quiénes son, casualmente, los peores enemigos de la “clase obrera”, pero también del pueblo en general? Responde Lenin: “Jamás me cansaré de repetir que los demagogos son los peores enemigos de la clase obrera. Son los peores, porque excitan los malos instintos de la multitud y porque a los obreros atrasados les es imposible reconocer a estos enemigos, los cuales se presentan, y a veces sinceramente, como amigos”. Las palabras finales del discurso del doctor Mora tampoco salen sobrando: “Pueblos y Estados de la nación mexicana escarmentad en los sucesos de vuestra propia historia, temed el poder de los ambiciosos y de las facciones que llaman en su auxilio, reunid vuestros esfuerzos para destruirlas, así seréis invencibles”.
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