Con el prestigio de su calvicie,
de sus arrugas y de su edad,
a un mozalbete de quince abriles
daba consejos el viejo Juan.
–¿Qué estás diciendo?, ¡que tontería!
Nadie se muere por un amor;
en esta vida tan sólo matan
o los microbios o algún doctor.
-Y, sin embargo, si me la quitan,
de fijo, abuelo, me muero yo.
Ella es mi vida, si me la quitan,
queda vacío mi corazón.
-Yo también tuve mis quince abriles,
también yo quise con esa fe
y yo pensaba como tú piensas:
si me la quitan, ¡me moriré!
Ya ves, chiquillo, que no me he muerto,
me la quitaron, tuve otro amor
y uno tras otro fueron viniendo,
se consolaban, y viejo soy.
-Por eso me hablas de esa manera,
pero mis tiempos no son de ayer,
ahora sentimos más hondamente
los desengaños de la mujer.
–¿Qué estás diciendo?, ¡qué tontería!,
nadie se muere por un amor;
en esta vida tan sólo matan
o los microbios o algún doctor.
Murió el abuelo, y aquel chiquillo
que discutía penas de amor,
hoy peina canas y ostenta arrugas
y con su nieto discute hoy.
-¿Qué estás diciendo?, ¡qué tontería!,
nadie se muere por un amor.
Y el mozalbete repite aquello.
-Si me la quitan me moriré…
Diálogo eterno de dos edades,
que en cada caso resulta igual:
mañana el chico será el abuelo
y con su nieto discutirá:
-¿qué estás diciendo?, ¡qué tontería!,
nadie se muere por un amor;
en esta vida tan sólo matan
o los microbios o algún doctor.