Un aforismo que se le atribuye a Aristófanes reza así: “educar a los hombres no es como llenar un vaso, es como encender un fuego"; está escrita en el mismo sentido de la filosofía platónica de que educar es enseñar a pensar y no qué pensar. Dice Platón que el propósito de la educación es abrir el ojo interior, o el ojo de la mente.
Conocer en el sentido profundo es tener activo el sentido reflexivo y no sólo un cúmulo de conocimientos. Este último, en términos prácticos resulta eficiente, muy parecido a lo que se le solicita a una máquina o algún autómata en el terreno de la producción. No tratemos, sin embargo, de demonizar esta orientación técnica del conocimiento, pues el conocimiento que aspira a ser reflexivo, por sí mismo, no bastaría para mantener viva la producción de una sociedad. Y a la inversa: absolutizar la educación como llenar un vaso es acercarnos a perpetuar la injusticia y a eternizar la resignación.
Esta conformidad es, desde luego, la bandera de las clases conservadoras y que, paradójicamente, la promocionan a toda la gente como icono de modernidad. Realmente es vendernos la idea de una innovación constante en la sociedad -casi siempre ilustrada en términos tecnológicos- pero en una forma absolutamente superficial: hacer obsoleto todo (marcas, gustos musicales, modas, modelos) menos la estructura social misma. De este modo, esta supuesta sociedad de la innovación recicla lo ofertado en antaño; quizás de aquí se explique por qué el cine y la música comerciales estén plagados de remakes o covers hasta el cansancio. En otras palabras, somos una sociedad cambiante, pero sólo en el sentido superficial.
El hombre no duda que haya cambios en su sociedad, pero no advierte que existe inmovilidad en cosas mucho más esenciales como la injusticia, la miseria, el hambre, la guerra, los genocidios, se admite que éstos son lastres incambiables con los cuales la humanidad debe lidiar para siempre, aquí la renovación no opera, aquí el sentido de revolución de las cosas no existe.
Esto ocurre, entre otras cosas, porque hemos sido educados en una atmósfera de lo inmediato, de lo utilitario. Aprendemos a no perder el tiempo pensando en abstracciones porque nada se puede hacer o, simplemente, porque eso no deja dinero. Y esta prioridad no es completamente exagerada, cuenta, desgraciadamente, con una base objetiva. La excesiva acumulación de riqueza de una elite cada vez más pequeña deja vulnerables o en el absoluto abandono a sectores mayoritarios de la población: salarios insuficientes, desempleo, desamparo en seguridad social.
Bajo estas condiciones, por ejemplo, vivir en hacinamiento, como vive una buena parte de la población de las grandes metrópolis es mantener oprimida el alma y la mente, (como decía Dostoievski). La pobreza es un obstáculo que nos impide mantener la reflexión activa. Y que los jóvenes de clases humildes cuando logran acceder a una carrera universitaria prioricen aquello que les garantice salir de aquella miseria, obligados directamente por el mercado.
Porque éste, además, se ha adueñado de las instituciones educativas, así lo ha confirmado un estudio realizado por el profesor británico Terry Eagleton. Las universidades al ser manejadas por los dueños de las grandes corporaciones empresariales imprimen su sello en la dirección, administran un modelo empresarial, los alumnos son clientes, el vínculo con ellos no es ético, sino monetario; Eagleton dice: "los profesores se convierten en gerentes, los estudiantes se convierten en consumidores".
Los gobiernos pro-empresariales destinan recursos y becas en las universidades para la ciencia y la ingeniería, pero, dice Eagleton: "se ha dejado de entregar recursos significativos a las artes (como sucede en nuestra “revolucionaria” Cuarta transformación). No es disparatado cuestionarse si departamentos enteros de humanidades desaparecerán en los años siguientes”. No se equivocó. Lamentablemente, el conservadurismo tiene rostros camaleónicos; disfrazado de innovación y de revolución social, el morenismo, en nuestro país pugna, ahora, por desaparecer la filosofía en los planes de estudio de la educación media superior en México.
No es extraño, un presidente que ha utilizado la mentira de forma descarada e inocultable, con el propósito de adoctrinar y convencer ahora se presenta sin tapujos con el interés por desaparecer el pensamiento reflexivo entre los estudiantes.
Desde el punto de vista del marxismo, este combate por el pensar es lógico: los dueños del dinero evitan a toda costa la reflexión racional y profunda, porque ésta los deja mal parados, los exhibiría. Cuando la burguesía no era la clase irracional que es hoy procuraba entrar al campo de la polémica filosófica con intelectuales de grandes vuelos; en nuestros días, prefieren eliminar por decreto la querella misma. Su apuesta es inyectar irracionalismo de forma masiva, fomentar el fanatismo y la superstición. Y en el caso lamentable de que el pensar filosófico sea abolido de las aulas universitarias en todo el mundo, su extinción como disciplina no está garantizada. Existen grupos políticos que han fomentado la educación política -y por tanto filosófica- entre las masas, dentro de los límites que esto implica, por supuesto, pero ésta se mantendrá activa en tanto la lucha política de las clases ricas por censurarnos el pensar, en sentido estricto, permanezca.
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