MOVIMIENTO ANTORCHISTA NACIONAL

Carlos Noé Sánchez Rodríguez, in memoriam

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Leí por allí: “Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”; los hombres estamos determinados por nuestro tiempo, indudablemente: adoptamos lo que nuestra circunstancia histórica nos otorga, para bien o para mal. Pero esto en última instancia; porque tampoco esta determinación es absoluta; la Historia nos hace, pero también hacemos la Historia. Es decir, podemos nacer en medio de un mundo de egoísmos y superficialidades; pero también podemos negar esta influencia y elegir otro derrotero.

Para luchar contra aquellas detestables determinaciones es necesario conocer otros caminos, y para ello, requerimos de personas diferentes que nos muestren otro modo de vivir la vida: hallarle sentido. Hay seres humanos que por esta razón revolucionan la existencia: la de construir ideales firmes, desde el ejemplo y de la explicación paciente. El ingeniero Carlos Sánchez, sin temor a dudas, siempre fue un espíritu de este talante. Desde que desarrolló el amor a la justicia social, siendo aún estudiante, nunca abandonó, ni mucho menos traicionó la causa que abrazó; la congruencia vital implica inteligencia, pero también nobleza y bonhomía auténtica, no la que se desvanece ante las primeras adversidades.

Alumno pionero de las enseñanzas políticas del ingeniero Aquiles Córdova Morán, participó en la transformación de la Escuela Nacional de Agricultura a Universidad Autónoma Chapingo; nunca se acobardó, ni cuando los militares lo persiguieron.

Ya tenía claro que su camino estaba elegido: fue fundador del Movimiento Antorchista Nacional. Renunció al modo cómodo de gozar de su profesión como ingeniero agrónomo y se esforzó, toda su vida, por mejorar las condiciones de los más pobres de este país; entre ellos los de la Sierra Norte de Puebla y, por varios años, los trabajadores de Tlaxcala. Y fue aquí, donde a muchos -incluido el que escribe- nos salvó la vida, en el sentido literal y en el sentido más profundo de la palabra. De sus esfuerzos nace nuestra admiración. Nunca jugó a la lucha social para encumbrarse personalmente; nunca cultivó espíritus mezquinos, que sacaran ventaja hipócritamente de las necesidades de los más pobres; nos enseñó, desde la congruencia, sin dobles propósitos, sin simulaciones. Arriesgando la vida, viviendo la problemática de otros, sin esperar nada a cambio; acaso por esta entrega su salud se desgastó prematuramente. Su vida era la de mejorar la vida de otros: resolviendo miles de problemas; pero su cualidad más importante fue la de ser Maestro. Acercó a muchos jóvenes al estudio de la Filosofía, Historia, Literatura, Poesía... Todos sus alumnos éramos hijos de trabajadores, de los más humildes y, quizás mediados por nuestras limitantes sociales, con varias insuficiencias; pero el Maestro Carlitos (aunque odiaba, a veces, el diminutivo) nos tuvo más paciencia de la que merecíamos.

Nos desafiaba a pensar: “el problema que deben meditar es: ¿para qué se vive? ¿Es suficiente aspirar a mejorar la vida sólo en términos de enriquecimiento personal? Deben temerle a una vida aburrida, por el aislamiento, por el odio que genera el individualismo; ustedes son pobres, y si quieren que su talento sirva para algo verdaderamente histórico, deben cultivarlo, pero siempre al servicio de una causa más profunda, más social”. Sentencias como ésta las repetía siempre, con un libro en la mano, con unos lentes que eran testigos de la modestia y con vehemencia, la misma que brota cuando alguien vive conforme a cómo piensa. Nada relevante podríamos reprocharle.

Su ausencia hoy nos duele: porque nuestra mente está poblada de un sinfín de recuerdos. Una vez, cuando falleció la madre de una compañera, suspiró y dijo: “La gente desaparece -eso es inevitable- pero el legado es lo que vale: aunque tengamos muchas limitaciones, algo podemos aportar para mejorar este mundo de injusticias y miserias; vivan pensando en mejorar lo que les rodea, no para temerle a la muerte”. Luego, hacía una pausa y recitaba el poema “Ante un cadáver”.

Su desaparición física hoy nos lastima hondamente. Sus deudos se cuentan por miles. ¿Cuántas vidas cambió? No lo sé. Quizás él tampoco haya sido consciente; y esto mide, de alguna manera, el tamaño de su legado. Y esto garantiza que será siempre un hombre de los valiosos, de los que verdaderamente se necesitan para cambiar el destino de los más humildes. Descanse en paz

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